Daniel, 3, 14-20.91-92.95;
Sal.: Dan. 3, 52-56;
Jn. 8, 31-42
La fe en Jesús nos llena de libertad y nos hace verdaderos hijos de Dios. Así podría resumir en pocas palabras el mensaje que nos ofrece el evangelio. Partimos de nuestra fe en Jesús. Creer en El. Lo que nos dará sentido a todo. Lo que en verdad nos engrandecerá.
‘Dijo Jesús a los judíos que habían creido en El’, nos dice el evangelista. ‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’.
No entendían los judíos. No se consideraban ni querían ser esclavos. Precisamente su gran lucha era en aquellos momentos verse liberados del dominio de los romanos. Pero Jesús hablaba de otra libertad más honda y profunda. Cómo otra había sido la libertad cuando salieron de Egipto. No fue solo verse libres de la esclavitud del Faraón, sino era sentirse un pueblo nuevo, un pueblo libre, un pueblo amado y protegido por Dios que les conduciría a la tierra prometida. Fue grande el proceso que en el interior de aquel pueblo se fue realizando en su camino por el desierto. Con la Alianza realizada con el Señor caminaban hacia la verdadera libertad.
Jesús habla ahora de creer en El, ser su discípulo, conocer la verdad y por esa verdad ser libres de verdad. Una libertad que desde esa fe les llevaba a ser verdaderos hijos de Dios. Porque creyendo en Jesús ya el pecado tiene que estar alejado totalmente de la vida del creyente. Esa es la peor esclavitud en la que podemos caer, el pecado. ‘Os aseguro que quien comete pecado es esclavo’, nos dice Jesús. Y de ahí Cristo nos quiere liberar. Derrama su sangre para el perdón de los pecados, para que nos veamos liberados del pecado para siempre. Por eso su Alianza es definitiva, es una Alianza nueva y eterna.
Protestaban los judíos en su discusión con Jesús porque ellos, decían, eran hijos de Abrahán. Pero no se trata solo de un linaje o una herencia. Es algo distinto a conseguir y solo lo podemos conseguir si verdad ponemos toda nuestra fe en Jesús. Cuando nos unimos a Jesús por el Bautismo nos llenaremos de la vida de Dios, por la fuerza del Espíritu comenzaremos en verdad a ser hijos de Dios. Unirnos a Jesús, creer en El, punto de arranque necesario y esencial.
Todo esto nos viene bien recordarlo y meditarlo y rumiarlo una y otra vez. Porque nuestra fe se enfría muchas veces; porque nos sentimos tentados una y otra vez a volver a la esclavitud del pecado. Y queremos en verdad vernos totalmente renovados en esta Pascua que vamos a celebrar y para la que nos estamos preparando en este camino de cuaresma que estamos haciendo. Por eso muchas cosas hay que revisar, limpiar, purificar, restaurar para que brilla en nosotros la gracia del Señor, para que vivamos la santidad a la que estamos llamados.
¿Seremos capaces como los tres jóvenes de los que nos habla el libro de Daniel de exponer nuestra vida a la muerte incluso en el tormento por mantener nuestra fidelidad al Señor? ‘Bendito sea Dios que envió a su ángel a librar a sus siervos que, confiando en El, despreciaron la orden real y expusieron la vida antes que dar culto a otro dios que sea el suyo’. Así exclamó el rey finalmente reconociendo la acción de Dios. Ellos se confiaban en el Señor que podía liberarlos, pero, como dijeron en un momento, aunque no lo hiciera seguirían adorando al único Dios y Señor. Ojalá sea así de firme nuestra fe.
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