Is. 7, 10-14;
Sal. 39;
Hebreos, 10, 5-10;
Lc. 1, 26-38
‘La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como la del Hijo Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así nos proclama san Juan en el principio de su Evangelio el Misterio de la Encarnación que hoy estamos celebrando.
Día de la Anunciación, decimos por el anuncio que el ángel de parte de Dios viene a traer a la humanidad cuando se manifiesta a María para decirle que iba a ser la Madre de Dios. Día de la Encarnación del Verbo de Dios en las entrañas de María tenemos que decir contemplando la escena evangélica. Es para quedarnos absortos ante tanto misterio de amor; mudos de admiración y asombro tenemos que quedarnos ante tanto amor como Dios nos tiene que quiere tomar nuestra naturaleza humana para hacerse hombre.
Así se cumplen las promesas de Dios al pueblo de Israel desde que allá en los umbrales de la humanidad el hombre se había atrevido a romper con Dios; sin embargo Dios sigue buscando al hombre, lo buscó en el paraíso terrenal mientras Adán y Eva se escondían avergonzados para anunciarles que habría salvación; y Dios siguió buscando al hombre, ahí tenemos toda la historia de la salvación en la historia del pueblo de Israel, anunciando una y otra vez por los profetas que quiere estar con nosotros, que quiere estar entre nosotros para ofrecernos su vida y su salvación.
Dios quiere ser Emmanuel; no es el Dios que se queda escondido allá entre las nubes del cielo y de su gloria, sino que su gloria se va a manifestar precisamente haciéndose presente entre los hombres. No siempre quisieron ver los hombres las señales de ese amor de Dios, pero ahí está, como nos dice el profeta ‘el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros’.
Lo vemos cumplido en las entrañas de María. Es el anuncio que el ángel le hace en Nazaret. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Como nos dice el Evangelio de Mateo: ‘Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había anunciado el Señor por medio del profeta…’ y nos recuerda todo lo que hoy también nosotros hemos escuchado en la primera lectura.
En el prefacio proclamaremos ‘porque llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió su mensaje a la tierra y la Virgen creyó el anuncio del ángel: que Cristo, encarnado en su seno por obra del Espíritu Santo, iba a hacerse hombre para salvar a los hombres’. Llegó la plenitud de los tiempos, llegó quien era nuestra salvación, llegó el Verbo de Dios encarnado en las entrañas purísimas de María y nosotros nos postramos hoy en adoración ante tal maravilloso Misterio de Dios.
Nos gozamos en el Señor y para El queremos que sea todo bendiciones. Nos gozamos pero queremos acoger a Dios en nuestro corazón y en nuestra vida, abriéndonos en todo a lo que sea su voluntad. Como Jesús. Como María. La carta a los Hebreos nos dice: ‘Cuando Cristo entró en el mundo, dijo: tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. No son necesarios los sacrificios de animales ni de cosas que ofrendamos al Señor. se acabaron ya para siempre esos sacrificios y ofrendas. Es la obediencia de la fe. Es el sacrificio de nuestro yo. Es la ofrenda de nuestra vida que buscará en todo hacer siempre la voluntad del Señor. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’.
Qué ejemplo nos da María. Humilde y turbada ante tanto misterio de Dios que se le manifiesta. Le costará entender la elección divina pero allí está ella como un humilde esclava. Que se haga la voluntad del Señor. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. Es la fe de María. Es la disponibilidad de María. Es el amor total de María. Cuánto tenemos que aprender. ‘La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como la del Hijo Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Alabemos y bendigamos al Señor; respondámosle con toda nuestra fe y con el amor de toda nuestra vida.
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