Dan. 9, 4-10;
Sal. 78;
Lc. 6, 36-38
‘Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados’, repetíamos en el salmo; ‘que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados…’
En la presencia del Señor, con sinceridad de corazón nos sentimos pecadores. Apelamos a que somos el pueblo del Señor, su pueblo elegido y amado - ‘nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño’- pero tenemos que reconocer que somos un pueblo pecador. Es nuestro pecado personal, de cada uno de nosotros, pero es el sentirnos también pueblo pecador.
Es lo que se expresa en la oración de Daniel, en la primera lectura. ‘Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y normas…’ Y va desgranando el profeta toda esa maldad del corazón del hombre, que rechaza el mandamiento del Señor, pero rechaza también a aquellos que como enviados del Señor vienen a llamarnos a la conversión. ‘No hemos escuchado a tus siervos los profetas…’
En este camino cuaresmal que vamos haciendo con deseos de purificación y renovación de nuestra vida es como vamos también sintiéndonos, pueblo pecador que quiere convertirse al Señor. En la medida que vamos dando pasos y queriendo acercarnos al Señor vamos viendo la realidad de nuestra vida, nuestra condición pecadora que nos arrastra por caminos de frialdad, de infidelidad al Señor, de pecado. También cuántas veces nos hacemos oídos sordos a las llamadas que nos hace el Señor. Continuamente en nuestra oración y en la liturgia vamos manifestando que somos pecadores y pedimos la misericordia y compasión del Señor. ‘Ten piedad de nosotros’, repetimos muchas veces en distintos momentos a través de la celebración litúrgica.
Así con sinceridad tenemos que sentirnos delante del Señor, pero apelamos a su misericordia y compasión. Por eso escuchamos también lo que hoy nos dice el evangelio que nos invita a poner actitudes buenas en nuestro corazón: misericordia, compasión, perdón, acogida y aceptación de los demás, generosidad en todos los aspectos de nuestra vida. Aunque muchas veces nos cueste tener esas buenas actitudes para con los demás queremos hacerlo porque queremos parecernos al corazón compasivo y misericordioso del Señor. Con su gracia podemos realizarlo. El nos da la fuerza de su Espíritu para que nosotros tengamos esas buenas actitudes en nuestro corazón.
‘Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará…’
Muchas veces hemos proclamado y rezado con los salmos ‘el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad’. Así ahora nos pide Jesús que actuemos nosotros de la misma manera cuando humildemente nos acercamos a El para pedirle que tenga compasión y misericordia de nosotros que somos pecadores.
Así lo rezamos también en la oración que Jesús nos enseñó cuando le vamos a pedir perdón: ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…’ Queremos perdonar porque también queremos ser perdonados. Ya escucharemos la parábola de Jesús que nos enseña a nosotros ser compasivos con los demás y perdonar para ser nosotros perdonados. Que ya sabemos que si amamos muchos, se nos perdonarán nuestros muchos pecados.
‘No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados’, le pedimos al Señor. Pero que no sólo nos convirtamos al Señor cuando reconocemos nuestro pecado y le pedimos perdón, sino que al mismo tiempo comencemos a tener buenas actitudes y sentimientos hacia los demás.
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