Is. 6, 1-8;
Sal. 92;
Mt. 10, 24-33
‘¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos’. Se siente sobrecogido Isaías ante la mística, misteriosa y maravillosa visión que tiene de la gloria de Dios.
Todo manifiesta la gloria del Señor. Todas las criaturas cantan la gloria del Señor con el cántico que luego nosotros en la liturgia queremos repetir uniéndonos también a los coros de los ángeles y los santos. ‘Santo, Santo, Santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de tu gloria’. Los cielos y la tierra se estremecen con la gloria del Señor.
La visión que comienza como una liturgia del templo de Jerusalén se convierte en una liturgia celestial. El Apocalipsis recogerá esas mismas imágenes que cantan la gloria del Señor y su santidad y en nuestra liturgia terrena nosotros repetimos los mismos cánticos queriendo unirnos a esa liturgia celestial.
Se siente sobrecogido porque siente que es pecador e indigno de contemplar la gloria de Dios. El judío sentía que quien viera a Dios moriría. Lo vemos en otros momentos de la Biblia. Pero ahora todo cambia porque el ángel del Señor le va a purificar. ‘Voló hacia mí unos de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira, esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado’.
El fuego del Señor le ha purificado y ahora se siente con una nueva disponibilidad. ‘¿A quien mandaré? ¿Quién irá por mi?... Aquí estoy, mándame’. Este texto nos está narrando la vocación del profeta Isaías. Quien antes se sentía sobrecogido, purificado por el fuego de Dios ahora está dispuesto a lo que el Señor le pida; como Moisés cuando se le manifestó el Señor en medio de la zarza ardiente para enviarlo a liberar a su pueblo de Egipto; como los otros profetas que nos narran también su vocación, su sentirse llamados del Señor desde el seno de su madre como dice Jeremías.
Nosotros hoy cuando estamos en esta liturgia celebrando también la gloria del Señor, desde la fe también queremos contemplar y escuchar a Dios, y de la misma manera nos sentimos purificados por el Señor que siempre nos está ofreciendo su gracia y su perdón. Por eso cuando comenzamos nuestra celebración, sintiéndonos en la presencia del Señor nos reconocemos siempre pecadores invocando la misericordia del Señor.
También escuchamos la voz del Señor en su Palabra que nos habla en el corazón y como profetas también nos sentimos enviados por el Señor porque ese mensaje de salvación hemos de saber llevarlo a los demás.
También queremos cantar la gloria del Señor, también queremos bendecir a Dios, también queremos darle gracias por tanto que nos ha amado y tanto que nos revela de sí mismo y de su amor.
Que así con ese gozo, pero también con esa intensidad vivamos siempre nuestra celebración sintiendo y viviendo la gloria del Señor en nosotros.
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