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jueves, 14 de enero de 2010

Jesús quiere limpiarnos de la lepra que nos aísla

1Sam. 4, 1-11
Sal. 43
Mc. 1, 40-45


Al contemplar el inicio del ministerio apostólico de Jesús por Galilea, una cosa que hemos reflexionado es cómo tenemos que ponernos ante la Palabra de Dios con toda sinceridad, pero también con mucha fe y con mucho amor. Palabra de salvación que nos dice Dios, hemos comentado en alguna ocasión; palabra que Dios tiene y quiere decirnos en cada ocasión que con fe queremos escucharla.
Siempre es Palabra viva y Palabra llena de vida. Siempre es para nosotros Evangelio, Buena Nueva, Buena Noticia que Dios quiere comunicarnos. Por eso hemos de alejar de nosotros toda actitud negativa, y actitud negativa es pensar que ya es un texto que hemos escuchado muchas veces y que ya sabemos de antemano lo que quiere decir.
Ayer contemplábamos cómo ‘le traen muchos enfermos y poseídos,,, y curó a mucos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios’. Hoy es un leproso el que se acerca a Jesús. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, es la petición del leproso.
Es significativo. Un enfermo, pero que tiene unas características también de índole social. El leproso era obligado a vivir fuera de la comunidad. Era un impuro, así se consideraba esta enfermedad. Por temor al contagio, lo que podíamos considerar normal dadas las condiciones higiénicas y sanitarias de la época, había de vivir alejado de todos, lejos de la familia, fuera de la población y no se le permitía acercarse a nadie, como nadie podía acercarse a él. De ahí que quien se curarse tenía que tener unas garantías para poder reincorporarse a su vida normal y la vida en el pueblo y con la familia. Los sacerdotes eran entonces los que podían extender esa autorización. Lo vemos en lo que al final le dice Jesús al leproso curado que tiene que hacer. ‘Para que conste, ve a presentarte ante el sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés’.
Pero este hombre se ha acercado a Jesús. Con Jesús todo sería distinto, porque además nos dice que ‘sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio…’ Jesús nos arranca del mal, nos saca del aislamiento en que como consecuencia del mal que hay dentro de nosotros vivimos.
En el Reino nuevo que Jesús está anunciando, no caben ni discriminaciones que nos separen unos de otros creándonos barreras que se interpongan en nuestras relaciones ni aislamientos. Jesús quiere hacernos sentir una nueva comunión, una nueva fraternidad. No puede ser nunca la enfermedad motivo para considerar a alguien como un impuro o indigno de vivir con la comunidad, como tampoco como un castigo de Dios por algún pecado que hubiera cometido.
Cómo nos aislamos tantas veces por nuestros orgullos o nuestros egoísmos. Ese orgullo que se nos mete en el corazón, ese egoísmo que nos hace indiferentes los unos hacia los otros o que nos puede llevar a tratarnos mal y a hacernos daño, es peor que una lepra. Jesús quiere limpiarnos, hacernos hombres nuevos. Extiende su mano también sobre nosotros, dejemos que nos toque el corazón para que comencemos a sentir y a actuar de manera distinta.
Jesús nos cura, nos sana, nos salva, nos pone en camino de una vida nueva, de un estilo distinto, que es el estilo del amor. Vivamos su salvación. Demos señales auténticas del Reino de Dios.

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