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martes, 12 de enero de 2010

Una Palabra de Salvación que ha dicho Dios sobre nosotros

1Sam. 1, 9-20
Salmo: 1Sam. 1, 4-7
Mc. 1, 21-28


Jesús es la Palabra de salvación que nos ha dicho Dios. Es lo que hemos estado escuchando en estos días y el mensaje que hoy de manera especial llega a nosotros en el evangelio proclamado. Una Palabra pronunciada que es Jesús mismo, que nos proclama y nos dice Jesús. Una Palabra salvadora porque allí donde se pronuncia y se hace presente nos llena de vida, nos rescata de la muerte y del mal, nos trae la salvación. Cuántas consecuencias tendríamos que sacar para la escucha de esa Palabra y para la vivencia de esa salvación.
‘Fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad’. ¡Cómo no iba a hacerlo así si El es la Palabra eterna de Dios! ¿Quién mejor podía revelarnos el Misterio de Dios sino Dios mismo? No hablaba Jesús con palabras aprendidas de memoria. El es la Palabra misma de Dios. Pero una Palabra que nos trae vida y salvación.
Nos lo expresa también lo que sigue en el Evangelio. ‘Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo’, nos dice el evangelista. Allí, en él se iba a manifestar esa salvación de Dios. Viene Cristo a liberarnos del mal. Jesús expulsa el espíritu maligno de aquel hombre. ‘Jesus lo increpó: Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un fuerte grito, salió’. Ahí está la señal liberadora de Cristo, la señal de su salvación.
La gente se admira, ‘se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritu inmundos les manda y le obedecen’. Están reconociendo lo que venimos diciendo. Jesús es la Palabra de salvación que Dios pronuncia sobre nosotros.
Todo esto tiene que motivar más y más nuestra fe en Jesús, nuestros deseos de escucharle, el ansia intensa y viva de vivir su salvación. Creemos en Jesús y pareciera que nos hayamos acostumbrado a decir que tenemos fe, sin que luego esa fe repercuta en nuestra vida. Tiene que ser una fe que comience por querer conocer más y más a Jesús, escucharle con nuestros oídos bien abiertos, con nuestro corazón dispuesto enteramente a aceptarle. Una fe que nos tenga convencidos de una vez para siempre de la verdad de su palabra. Tenemos la certeza de que su Palabra es salvadora, transforma nuestro corazón, nos llena de vida nueva.
¡Cómo tendríamos que escucharla! Con qué fe y con que amor. Da pena y lástima la poca importancia que le damos en ocasiones a la Palabra de Dios que se nos proclama en nuestras celebraciones. Estamos algunas veces más pendientes de lo que sucede a nuestro alrededor que de la Palabra que se nos está proclamando. No nos importa llegar tarde a la celebración, mientras se nos proclama nos da igual hacer un comentario al que está a nuestro lado sobre algo que se nos ha ocurrido, o nos distraemos fácilmente con nuestros pensamientos o nuestras preocupaciones. Y no digamos nada cuando podemos ser un obstáculo o un estorbo para que los que están a nuestro lado puedan escuchar y prestar atención a la Palabra que se nos está proclamando.
Dejémonos empapar por la Palabra de Dios. Dejemos que inunde nuestra vida como agua regeneradora y salvadora que nos transforme y llene de vida. Sintamos que es de verdad eficaz en nosotros si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.

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