1Tes. 2, 1-8
Sal. 138
Mt. 23, 23-26
Sal. 138
Mt. 23, 23-26
Si tratamos de construir un edificio preocupándonos sólo de los adornos y de la apariencia exterior pero no de su estructura y su cimentación, pronto nos sucedería que se nos vendría abajo. Tenemos que comenzar por una cimentación bien situada y fuerte, una estructura bien organizada, un planteamiento serio de la edificación que queremos construir y a su tiempo vendrán los adornos y toda su apariencia exterior que le den también, ¿por qué no?, belleza al conjunto de la obra.
No estoy queriendo dar lecciones de arquitectura, que de eso sé poco, pero si con los conocimientos elementales pensar lo que en verdad tiene que ser nuestra vida, y de manera concreta cómo fundamentar y estructurar debidamente nuestra vida cristiana, no vayamos a quedarnos en apariencias externas, pero que no tienen un fundamento hondo desde una fe firme en Jesús y su correspondiente conocimiento y vivencia del Evangelio.
Muchas veces nos sucede que nos preocupamos de cosas que no son tan fundamentales y es como si construyéramos la casa por el tejado, y nuestra vida cristiana se puede quedar en apariencia pero con un vacío interior muy profundo. Cuántas energías gastamos, incluso en la vida pastoral de la Iglesia, en cosas que se nos pueden quedar en una apariencia bonita, pero sin llegar en muchos cristianos a una fe honda y comprometida, o, como hemos reflexionado más de una vez, sin ser capaces de dar auténtica razón de nuestra fe y nuestra esperanza.
Es lo que Jesús quería denunciar en la actitud de los letrados y fariseos tal como hemos escuchado en el evangelio de hoy. Estos días, ayer, hoy y mañana, estamos en nuestra lectura continuada del evangelio de san Mateo precisamente en esas invectivas de Jesús contra los fariseos.
¿Quiénes eran los fariseos? Era un grupo socio-religioso surgido en aquellos tiempos en Israel, que destacaba entre otras cosas por el rigorismo en el cumplimiento de la ley llegando a extremos muy exagerados del cumplir la letra de la ley hasta en los más mínimos detalles. Tenían gran influencia social porque muchos de ellos formaban parte del grupo de los letrados o maestros de la ley y también su posición social era de gran influencia en el pueblo llano. Gustaban de aparecer como cumplidores hasta en los más mínimos detalles y que además la gente los considerara y los tuviera en cuenta en todo lo que era la vida social de entonces. Era más propicios a la apariencia y al recibir reconocimientos y alabanzas por parte de la gente, y en consecuencia les faltaba llegar al verdadero espíritu de la ley.
Es lo que Jesús les echa en cara. Y Jesús emplea con ellos palabras duras, porque los llama hipócritas. Hemos de entender el significado de esta palabra. Hipócrita era el que en el teatro griego y clásico para realizar la representación se ponía una máscara delante de la cara, para con ella representar el personaje que le correspondiera. Jesús les dice hipócritas a los fariseos porque se ponen en la vida una máscara de apariencias, mientras su interior está vacío y sucio.
Los llama guías ciegos. ¿Cómo puede un guía ser ciego? Así están ellos, cegados por sus cosas y apariencias, con lo que como dice Jesús al final los dos caerán en el hoyo. Habla Jesús de quien limpia el plato por fuera, mientras por dentro lo deja lleno de suciedad o del sepulcro que se blanquea con cal a su entrada, sabiendo que en su interior todo será podredumbre y muerte.
¿Qué pide Jesús? Autenticidad, rectitud, justicia, amor pero del verdadero. ‘¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, el anís y el comino, pero descuidáis lo más grave: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello’.
Obrar rectamente y con justicia, consigo mismo y con los demás, aunque seas exigente contigo mismo, llena tu corazón de compasión y de misericordia para con el hermano; muéstrate con autenticidad en la vida, alejando de ti toda apariencia y disimulo. Purifica tu corazón, no tu apariencia; busca en verdad la gloria de Dios no tu propia gloria. Gasta tus esfuerzos en lo que verdaderamente es importante, que lo demás vendrá por añadidura.
Eso en tu vida personal y eso también en tu trato con los demás. Esto en la profundización que has de tener en tu fe y conocimiento de Cristo y su evangelio, y de la misma manera en lo que pastoralmente has de hacer buscando el bien de los demás para atraerlos de verdad al auténtico camino de Jesús.
¡De cuántas cosas habría quizá que despojarse que no son tan fundamentales en nuestra tarea eclesial para ir a lo verdaderamente fundamental, al espíritu del Evangelio! No gastemos tantos esfuerzos en cosas que no son tan esenciales, y preocupémonos cada día más por un conocimiento auténtico de Jesús y de su Evangelio que dé solidez a nuestra vida cristiana.
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