1Pd. 3, 14-17
Sal. 33
Mt. 10. 28-33
Recordamos todos aquel texto del Apocalipsis que se proclama en la festividad de Todos los Santos que tras describirnos aquella multitud innumerable vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos se escucha la pregunta: ‘Esos que van con vestiduras blancas y palmas en sus manos, ¿Quiénes son y de donde han venido?... Esos son los que vienen de la gran tribulación, han lavada y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero…’
Es el ejército incontable de los mártires, que derramaron su sangre, dieron el testimonio de su vida, entre los que se encuentra el mártir Sebastián que celebramos en este día. Derramaron su sangre pero fueron lavados en la Sangre del Cordero y hoy glorifican al Señor en el cielo y son para nosotros un hermoso testimonio que nos alienta en el camino no siempre fácil del recorrido de nuestra fe.
‘No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo…’ nos dice hoy Jesús en el Evangelio. ‘Felices ustedes cuando sufran por la justicia, no teman sus amenazas ni se turben…’ nos decía Pedro en su carta. Nos lo repite Jesús en el Evangelio en muchas ocasiones prometiéndonos que su Espíritu estará en nosotros poniendo palabras en nuestros labios y fuerza en nuestro corazón para el testimonio que tenemos que dar.
Como decíamos en este día celebramos a san Sebastián. Bautizado en Milán, pertenecía a las milicias imperiales y prestaba sus servicios en Roma. Pero su testimonio era valiente persuadiendo a sus compañeros, visitando a los cristianos que estaban encarcelados. Habiendo llegado a oídos del emperador Maximino, lo condenó a morir asaeteado. Es la figura que se nos presenta siempre de san Sebastián en sus imágenes. Pero no murió en el martirio y su cuerpo fue recogido por cristianos que lo curaron hasta que se restableció.
Aunque aconsejado para que se alejase de Roma insistió en su apostolado y en su testimonio valiente, lo que hizo que volvieran a denunciarlo ante el emperador que ahora manda que lo azotaran hasta morir. Su cuerpo está enterrado en las catacumbas junto a la Vía Apia.
Hermoso es el testimonio de Sebastián y de todos los mártires que no temieron la muerte. Entregaban libremente su vida. Ya vemos cómo incluso a Sebastián le aconseja que se aleje de Roma para conservar la vida, pero él no teme la muerte. Sabe dónde está su fuerza. Como Jesús que sube libremente hasta Jerusalén sabiendo que allí va a ser entregado en manos de los gentiles y que morirá crucificado. ‘Yo doy libremente mi vida, no me la arrebatan…’ diría Jesús. Gritará es cierto en Getsemaní ‘Padre, si es posible que pase de mí este cáliz sin que lo beba…’ pero por encima de todo está cumplir la voluntad del Padre. Es así nuestra Redención.
Testimonio de fe y de libertad de espíritu el que nos ofrecen los mártires. Ojalá supiéramos nosotros mantener así la integridad de la fe, la constancia en nuestro testimonio cristiano, aunque no nos sea fácil. No entenderá el mundo el testimonio cristiano que nosotros podamos dar, pero tenemos que ser testigos que proclamemos íntegramente nuestra fe. La sangre de los mártires es semilla de cristianos, siempre se ha dicho, porque es una semilla regada con la sangre, con el amor más entregado y siempre al final producirá fruto porque puede hacer surgir en el corazón de los demás el interrogante por esa fe de la que somos capaces de dar testimonio incluso con nuestra sangre.
El camino de nuestra vida siempre está lleno de contrariedades, ya sean las dificultades que podamos soportar para testimoniar nuestra fe o para mantener su integridad en nuestra vida, o ya sea porque la vida misma está llena también de contrariedades y problemas porque no alcanzamos lo que deseamos, porque surgen enfermedades o estamos llenos de muchas debilidades e impotencias, o porque muchas veces se nos puede hacer difícil la convivencia con aquellos que nos rodean.
Ahí tenemos que mostrar la madurez de nuestra fe. Porque es ahí, en esas contrariedades que nos surgen de una forma u otra, donde tenemos que presentarnos como hombres creyentes y a los que la fe nos ayuda precisamente a afrontar la vida de una forma distinta. El verdadero creyente, el cristiano maduro en su fe, no se ve sobrepasado por esas dificultades, sino que siempre sabrá mantener la paz en su corazón. A los problemas y contrariedades se nos suele decir que tengamos paciencia. A mi me gusta decirlo de esta manera, no perdamos paz, la ciencia de la paz en todo momento para que no nos falte en nuestro espíritu. Y así estaremos dando testimonio de esa fe que anima nuestra vida. Podríamos decir es nuestro martirio.
Que san Sebastián nos alcance esa gracia del Señor. Que nunca nos falte la paz en nuestro corazón que es una forma también de dar nuestro testimonio cristiano.
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