Hebreos, 8, 6-13
Sal. 84
Mc. 3, 13-19
De forma parca y sencilla nos narra Marcos la elección de los Doce Apóstoles. ‘Jesús subió a la montaña, llamó a los que quiso y se fueron con El’. Era algo importante esta elección de cara al Reino de Dios que Jesús estaba anunciando. Iban a ser el fundamento sobre el que se iba a constituir la nueva comunidad.
Jesús había comenzado invitando a todos a la conversión para creer en la Buena Noticia del Reino de Dios. Con los signos que iba realizando – los milagros -, sus palabras y su predicación en las sinagogas, en las casas, en la orilla del lago y en todo momento que le diera ocasión, con su cercanía estaba haciendo presente el Reino de Dios anunciado. Ayer mismo escuchábamos el número grande de discípulos que le seguían con gentes venidas no sólo de Galilea donde estaba, ‘una muchedumbre de Galilea’, pero también ‘acudìa mucha gente de Judea, de Jerusalén y d Idumea, de la Transfordania, de las cercanías de Tiro y Sidón’.
Pero ahora Jesús escoge a Doce ‘que se fueron con El… y a los doce los hizo sus compañeros…’ Es importante este irse con El y llamarlos compañeros. Compañeros no son los que ocasionalmente vienen, le escuchan y se van. Compañeros es algo más. Son los que hacen el mismo camino, los que están juntos, los comparten sentimientos y experiencia de vida, los que acercan el alma… Es una unión y una cercanía distinta.
A éstos Jesús les explicará con detalle las parábolas que le propone a todo el mundo. Con ellos se retirará a lugares tranquilos y apartados para descansar. A ellos mientras van de camino les explica con detalle muchas cosas. Con ellos se sentará en la misma mesa, y así les veremos compartiendo la cena pascual. En la Última Cena los llamará amigos. ‘A vosotros os llamo amigos porque os he comunicado todo lo que he recibido del Padre…’ En el Evangelio de Juan los llama amigos y en el evangelio que hoy hemos escuchado los llama compañeros. Es idéntico el sentido. ‘Los hizo sus compañeros para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios…’ A ellos les iba a confiar una misión especial y por eso había que prepararlos de forma más intensa.
Es cierto que lo que estamos comentando vale expresamente para aquel grupo de los Doce por la misión que les iba a confiar como fundamento de su Iglesia. Pero nos vale también a todos. Si queremos vivir con intensidad nuestra fe y nuestra vida cristiana, si queremos también dar nuestro testimonio y ser apóstoles entre los que nos rodean, si queremos mantenernos íntegros en el camino del seguimiento de Jesús, también necesitamos de esa intimidad de Jesús, de ese encuentro vivo con Cristo allá en lo profundo de nuestro corazón.
Es el sentido profundo que tenemos que darle a nuestra oración. Oración como retirarnos a solas con el Señor para escucharle y para sentirle; oración, para abrirle nuestro corazón con todo lo que somos y lo que tenemos dentro en nuestros deseos o nuestras preocupaciones, nuestros dolores o nuestras alegrías; oración, cómo su luz se desparrama en nuestra vida y nos hace ver las cosas de manera distinta y nos hace sentir la fuerza de su Espíritu para nuestro caminar cristiano.
Tenemos que aprender a experimentar el gozo de la oración, la profundidad de nuestro encuentro con el Señor. Jesús a nosotros también nos llama y nos elige y quiere que vayamos a estar con El. Escuchemos a Jesús allá en lo hondo del corazón. Experimentemos la dicha de su presencia.
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