Hebreos, 10, 32-39
Sal. 36
Mc. 4, 26-34
‘El Señor es quien salva a los justos, El es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva, porque se acogen a El’. Era nuestra oración, nuestra meditación con el salmo tras la escucha de la lectura de la carta a los Hebreos. Dios es nuestra fortaleza y nuestra salvación. A El nos acogemos, en El confiamos, en sus manos nos ponemos. Es nuestro alcázar, nuestro refugio.
La Carta a los Hebreos que estamos escuchando en estos días fue escrita en momentos que ya eran difíciles para los cristianos. Momentos de persecución. Escrita casi a finales del siglo primero habían comenzado las persecuciones romanas, aunque ya desde Jerusalén en los primeros años encontraron oposición y persecución. Por eso el autor sagrado quiere animar y dar esperanza en los momentos difíciles por los que están pasando.
‘Recordad aquellos primeros días, cuando recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos…’ Una primera palabra para explicar que sentido tiene esa expresión, ‘iluminados’. Era una forma de referirse a los que habían sido bautizados. Será empleada también posteriormente por los Santos Padres en sus catequesis. El bautizado es un iluminado porque ha recibido la luz de Cristo; su vida se ha visto iluminada por la fe y por la salvación recibida. Si además nos fijamos por una parte que en la celebración del Bautismo ocupa un lugar central el Cirio Pascual, signo de Cristo resucitado, del que se toma la luz que se entrega al recién bautizado, y por otra parte tenemos en cuenta que el principal día del Bautismo era la noche de la Luz, la noche de la resurrección del Señor con tan hermosa liturgia de la luz, lo comprenderemos mejor.
Pues bien, el autor sagrado les recuerda cómo ya desde el principio, recién iluminados, bautizados, sufrieron combates y sufrimientos, insultos y tormentos; y cuando no lo recibieron en sí mismos se hicieron ‘solidarios de los que así eran tratados’ compartiendo el sufrimiento de los demás. Por eso les recuerda que han de mantenerse firmes y valientes, constantes ‘para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa’.
Todo eso es posible gracias a la fe. ‘Mi justo vivirá de fe’, nos dice. Ahí encontrará su fortaleza porque se siente protegido por el Señor que se hace presente en su vida con su gracia. Y es que no podemos ser hombres llenos de cobardía, ‘sino hombres de fe para salvar el alma’.
Bien necesitamos nosotros escuchar también esa Palabra de esperanza. No padeceremos quizá el tipo de persecuciones de las que se nos habla en la carta a los Hebreos – aunque muchos cristiano siguen dando su vida por el nombre de Jesús en tantos lugares de nuestro mundo -, pero si tenemos quizá muchas veces dentro de nosotros mismos la tentación que nos acosa, el pecado que intenta metérsenos por dentro.
Cada uno piense en sus propios sufrimientos, en los acosos que pueda recibir en contra su fe, en las incomprensiones y desaires que tenga que sufrir, en tantas cosa que de una manera u otra atormentan su espíritu. Necesitamos la fortaleza de la fe. Saber que contamos siempre con la gracia y la fuerza del Señor para vencer al maligno. ‘Líbranos de todo mal… no nos dejes caer en la tentación…’ rezamos cada día al Señor.
Es nuestro refugio y nuestra fortaleza. Es la dicha de mi vida. Es la fe que nos ilumina. Es el amor que nos inunda. Es la gracia del Señor que llena nuestra corazón. ‘Es el Señor quien salva a los justos’.
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