El más hermoso sacrificio a Dios: la ofrenda de nuestra voluntad
Hebreos, 10, 1-10
Sal. 39
Mc. 3, 31-35
Porque Jesús había dicho ‘aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad’ podemos escuchar lo que nos dice el autor sagrado de la Carta a los Hebreos ‘todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre’.
El sacrificio, la oblación, la entrega de Cristo sí nos quita los pecados. ‘Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados’. Por eso con el salmo podemos decir ‘Tu no quieres sacrificios ni ofrendas y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy’.
Consideramos el valor del sacrificio de Cristo. Pero esto nos está enseñando también. ¿Qué es lo mejor que podemos ofrecerle al Señor? Algunas veces nos contentamos con ofrecerle cosas, pero el Señor lo que nos pide es nuestro corazón, nuestra voluntad, nuestra vida.
Podemos ofrecerle cosas, pero si luego nuestra voluntad no está dispuesta a adaptarse a lo que es la voluntad del Señor, ¿de qué nos sirve? ¿Pretendemos comprar la complacencia de Dios con las cosas que le ofrecemos, mientras nuestra vida sigue la senda del pecado? Somos muy fervorosos a veces para llevar ramos de flores en una ofrenda a la Virgen o cualquier santo de nuestra devoción. Pero las flores se marchitan y podíamos decir que ya van marchitas y muertas, si no van ofrecidas desde un corazón puro que busca en todo momento lo que es la voluntad del Señor.
Ofrecer el corazón, hacer coincidir mi voluntad con la voluntad de Dios es más costoso y es sacrificio verdadero. Arrancar de mi corazón el pecado, ser fuerte para no dejarme vencer por la tentación, nos cuesta más en nuestro interior que una cosa que podamos ofrecer desde fuera aunque nos cueste dinero.
Pero es que la aceptación de la voluntad de Dios, el escucharle y recibirle en nuestra vida nos hace entrar en la familia de Jesús. Es lo que nos enseña el evangelio de hoy. ‘Llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar’. Entendido está por todos que hermanos significa parientes. Y Jesús se pregunta ‘¿Quiene son mi madre y mis hermanos?... El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre…’
Una nueva familia viene a enseñarnos Jesús que seremos cuando cumplimos la voluntad de Dios. Como decía el principio del evangelio de san Juan ‘a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de amor humano, sino que han nacido de Dios’. Creer en Jesús y aceptar su Palabra. Hacer vida nuestra la voluntad de Dios. Eso nos hace hijos de Dios. Una familia que está por encima y va más allá que la familia de la carne y de la sangre.
Seamos la familia de Jesús. Acojamos en nuestra vida lo que es la voluntad de Dios. Plantemos su palabra en nosotros. Hagamos la ofrenda de la obediencia de nuestra fe.
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