Sembremos el corazón de actitudes nuevas que nos hagan cercanos unos a otros aprendiendo a amarnos más y estaremos dando señales inequívocas del Reino de Dios
Sabiduría 7, 22 – 8,1; Salmo 118; Lucas 17, 20-25
Somos amigos de cosas espectaculares y
grandiosas, donde nos sentimos pequeños y anonadados en medio de esa
inmensidad, pero aun así seguimos buscando un efecto más, algo aun más
llamativo porque por lo que hayamos pasado ya nos parece pequeño. ¿No nos damos
cuenta que en nuestras películas de ficción cada día se buscan efectos más
especiales y más espectaculares? Son fantasías o sueños, pero son cosas que
buscamos y nos creemos más fácilmente esas cosas grandiosas aunque sean
realmente fantasiosas que las cosas pequeñas y sencillas que si fuéramos capaces
de detenernos a contemplarlas descubriríamos cosas más maravillosas que esas fantasías
en las que de una forma o de otra vamos envolviendo la vida.
Son las carreras locas de un lado para
otro también cuando nos dicen que ha sucedido algo extraordinario; todos nos
queremos enterar porque parece que solo eso es lo que nos da fe en la vida,
pero pronto quizás también nos desinflamos y ya no nos llama la atención. Hablo
de muchas cosas en lo humano que hacemos y por las que corremos de un lado para
otro muchas veces tan enfervorizados que parece una locura.
¿Nos sucederá así en al ámbito de la
religioso y espiritual, en el ámbito de la trascendencia? Sí, andamos pidiendo
cosas milagrosas todos los días y decimos que lo necesitamos para creer. Quizás
en muchos momentos a lo largo de nuestra vida nos han sorprendido hablándonos
de cosas poco menos que milagrosas que hayan podido suceder en nuestro entorno
y quizás nos hayamos quedado encandilados por esas cosas y por esos milagros. Pero
¿será así en verdad cómo vamos a encontrar a Dios o cómo Dios quiere manifestársenos?
Una buena pregunta que nos tiene que hacer reflexionar.
En las expectativas que vivían en el
pueblo de Israel en los tiempos de la presencia de Jesús ante la posible
llegada inminente del Mesías que tanto deseaban, contemplando los signos que
Jesús va realizando y también desde lo que habían escuchado al Bautista allá en
el desierto se preguntan por el tiempo y la forma de la llegada del Reino de
Dios que Jesús anunciaba. Unas expectativas que no solo se quedaban en lo
religioso sino que abarcaban todos los ámbitos de vida social de aquel pueblo
que se veía de alguna manera sometido y sin esperanza. Por eso las preguntas
que le hacen a Jesús.
‘¿Cuándo va a llegar el Reino de
Dios?’, le preguntan. Recordamos que
aun los discípulos más cercanos seguían con esa pregunta en su interior, porque
en el camino hacia el monte de los Olivos para la Ascensión, después de la
resurrección, aun le preguntan si es en aquel momento cuando se va a restaurar
la soberanía de Israel.
Jesús responde claro. No pueden andar a
la expectativa de sucesos extraordinarios para que se manifieste el Reino de
Dios. Y les dice claramente ‘el Reino
de Dios está en medio de vosotros’. Seguramente la respuesta de Jesús les
dejara con más interrogantes en su interior por lo que ellos pensaban que iba a
ser ese Reinado de Dios. Les costaba entender a Jesús y darse cuenta de los
signos que iba realizando de ese Reino de Dios en medio de ellos. ¿Nos sucederá
de alguna manera a nosotros lo mismo?
El Reino de Dios está en nosotros, en
esas nuevas actitudes y valores con los que tenemos que ir construyendo nuestra
vida, en la medida en que comencemos a aceptarnos todos y a respetarnos, a
amarnos mutuamente y a sentir ese interés que nace del amor de los unos por los
otros, en la medida en que vamos siendo más auténticos en nuestra vida viviendo
en la verdad y en la sinceridad, quitando fastuosidades y desterrando de
nuestra vida la vanidad, en la medida en que buscamos el bien, luchamos por la
justicia, vivimos con mayor solidaridad haciendo que nuestro corazón se
desparrame en la generosidad, en la medida en que aprendemos a colaborar los
unos con los otros y a valorar lo que los otros hacen; estaremos sintiendo que
todos somos hijos de Dios y como hermanos tenemos que amarnos, estaremos
haciendo presente a Dios en nuestra vida como centro de nuestro corazón y de
todo nuestro actuar. Ahí estamos manifestando la presencia del Reino de Dios en
nosotros y haciéndolo presente para nuestro mundo.
Allí donde vemos que dos personas se
aman, digamos que está el Reino de Dios; allí donde hay gente comprometida por
la paz y porque nadie sufra, tenemos que decir que se está haciendo presente el
Reino de Dios; allí donde vivimos con sencillez y en la humildad sabiendo
valorar las cosas pequeñas, estaremos haciendo florecer el Reino de Dios.
¿Lo tendremos de verdad en nuestro corazón
porque lo tengamos sembrado con esas actitudes nuevas?
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