Damos
gracias y pedimos a Dios por la Iglesia, dando testimonio de Iglesia con el
compromiso de nuestra fe y amor siendo signo de comunión en medio del mundo
Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; 1Corintios
3,9-11.16-17; Juan 2,13-22
¿Agua de vida o agua de muerte? Ya
sabemos que cuando las aguas corren sin control y todo lo anegan a su paso se
pueden convertir en algo destructivo por los primeros efectos que van
produciendo a su paso. No nos gustan las inundaciones, imágenes tenemos
recientes en la retina o en el recuerdo de los daños causados en los grandes
temporales cuando lo arrasan todo a su paso; pero bien sabemos que cuando aquel
torrente de agua impetuosa que baja de la montaña arrasándolo todo llega a la
placidez de la tierra llana, donde ha dejado atrás aquella impetuosidad de
destrucción se pueden convertir en agua fecunda que llenará de vida nuestros
campos y que incluso aquel limo que ha venido arrastrando ahora se convierte en
algo así como abono que va llenando de nueva vida allá por donde pase; habrá un
resurgir de la vida, habrá una nueva floración, podremos luego recoger frutos
hermosos porque de alguna manera también ha servido de purificación.
Es la descripción hermosa que nos hace
hoy el profeta de aquella agua que manaba del templo y que crece y crece en su
fluir, pero allí por donde pasa hará resurgir la vida, como el mismo profeta
nos describe en los árboles frutales de sus orillas rebosantes de frutos. Una
referencia hermosa al río de gracia que en la Iglesia de Cristo encontramos y
que a nosotros nos llena de vida.
Es el texto que hoy la liturgia nos
propone en esta fiesta de la dedicación de la Catedral de Letrán. Decir que es
la catedral del Roma, la sede del Papa, Obispo de Roma, y que tiene un hermoso
significado para toda la Iglesia, que es por lo que hoy la celebramos
prevaleciendo esta fiesta incluso sobre la liturgia del domingo. La Iglesia
madre de todas las Iglesias como se la ha querido llamar que nos hace sentirnos
hoy en comunión con la Iglesia universal y en comunión con el Papa. Nos
coincide además en nuestra Iglesia española que celebramos también en este
domingo el Día de la Iglesia Diocesana. Una motivación más para reavivar ese
sentido eclesial de nuestra fe con todas sus consecuencias. En ese sentido van
todas las lecturas de la Palabra de Dios que hoy nos ofrece la liturgia de este
domingo.
Se nos habla de ese edificio, de ese
templo de Dios que es Cristo mismo, como se nos señala en el evangelio. ‘Destruid
este templo y en tres días lo reedificaré’, que replica Jesús a quienes le
interrogaban sobre su autoridad para la purificación del templo que más que una
casa de oración la habían convertido en una cueva de ladrones. Templo y
edificio de Dios fundamentado sobre Cristo mismo, como nos dice el apóstol san
Pablo, ‘Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es
Jesucristo’, nos dice.
No es una iglesia edificada por hombres,
sino que el constructor ha sido Cristo. Es su Evangelio, es la Palabra de salvación
que nos llena de vida.
Y aquí recogemos esa hermosa imagen con
la que comenzábamos nuestra reflexión y que nos ofrecía el profeta. Esa agua
que mana debajo de las puertas del templo de Dios es imagen de ese río de
gracia que en la Iglesia de Cristo encontramos. En ella tenemos la Palabra de
Dios, en su ministerio recibimos la gracia de Dios por los Sacramentos, en ella
nos sentimos ese edificio de Dios donde queremos construir nuestra vida y no
solo de una forma individual sino en esa comunión de hermanos que formamos
todos los que creemos en Jesús.
Es la Iglesia madre que nos acompaña en
cada una de las situaciones de la vida, por muy difícil que sea el momento en
que nos encontremos; es la Iglesia en la que nos sentimos acogidos porque en
ella encontremos siempre la misericordia del Señor, pero que también se
convierte para nosotros en fuego fundidor que nos purifica; es la Iglesia que
como maestra nos enseña y nos recuerda una y otra vez las enseñanzas de Jesús
que también nosotros hemos de anunciar con el testimonio de nuestra vida; es la
Iglesia fuente de vida para nosotros que en la medida que con ella nos sintamos
unidos a Jesús podremos llenar de fecundidad nuestra vida y dar los mejores
frutos; es la Iglesia que desborda su amor sobre nosotros y sobre el mundo
queriendo que todo se transforme en ese Reino de Dios que para nosotros es la
Iglesia; es la Iglesia que se convierte en aliciente para nuestro camino en el
ejemplo de sus mejores hijos y por eso veneramos a sus santos que nos han
dejado las huellas de su vida para siguiendo su senda mejor nosotros
encontrarnos con Cristo; es la Iglesia ese manantial de agua que nos llena de
vida, ‘agua de vida’ que nos hace fecundos en el amor, y se convierte en fuerza
y alimento para que demos los mejores frutos para nuestro mundo.
Hoy al sentirnos por una parte miembros
de nuestra Iglesia local, nuestra diócesis, pero también en comunión con toda
la Iglesia de Cristo al celebrar la dedicación de la Basílica de san Juan de
Letrán, Catedral del Papa, nos sentimos en comunión con nuestros pastores, nos
sentimos en comunión eclesial que queremos expresar en todo el compromiso de
nuestra fe que nos hace testigos y apóstoles del evangelio de Jesús. Damos
gracias por la Iglesia, pedimos a Dios por la Iglesia, damos testimonio de
nuestro sentido de Iglesia, y con el compromiso de nuestra fe y de nuestro amor
queremos ser ese signo de Iglesia en medio de nuestro mundo.
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