Rescatemos
esos momentos hermosos en que hemos sentido el amor de Dios en nuestra vida y
que eso nos haga perseverantes y constantes en el camino de la vida cristiana
Sabiduría 18,14-16; 19, 6-9; Salmo 104;
Lucas 18,1-8
A todos nos sucede, muchas veces en la
vida nos sentimos sin esperanza, los problemas y las dificultades se agolpan
sobre nuestra vida y nos sentimos como desamparados sin saber a quien acudir;
quizás pesen experiencias pasadas en que nos vimos en situaciones semejantes y
pedimos ayuda y parece que nadie nos atendía, nos escuchaba, nos ayudaba, nos
sentimos cansados de pedir y quizás pensamos para qué vamos a seguir
molestando, y no insistimos. Hablo en primer lugar de situaciones humanas de la
vida por las que quizás hemos pasado, hablo de peticiones de ayuda en que
parece que no fuimos escuchados, hablo de esos desalientos que se nos meten en
el alma y nos sentimos aburridos.
Aunque sea hablando solo de lo humano
tenemos que aprender a confiar, a saber insistir, a no perder la confianza de que
alguien nos tenderá una mano; echemos manos de los recuerdos que seguramente
tenemos también recuerdos positivos en que supimos confiar, supimos perseverar,
y encontramos salida, encontramos alguien que nos escuchó.
Pero pasemos a otro plano del que hoy
nos quiere hablar en el evangelio y que está muy relacionado con lo que venimos
reflexionando; son las sensaciones que espiritualmente habremos tenido en algún
momento, es la forma en que quizás acudimos a Dios en nuestras flaquezas y
debilidades, en nuestras carencias o en nuestra pobreza en todos los sentidos
pero nos pareció también que Dios no nos escuchaba; sin embargo, como decíamos
antes, si traemos también los buenos recuerdos tendremos que reconocer que tras
esos momentos oscuros de la vida luego apareció la luz; porque Dios estaba ahí
a nuestro lado, en nuestro Getsemaní, en nuestro Calvario, y nos sentimos
renovados.
Nos sucede que recordamos más el
momento oscuro en que nos parecía que Dios no nos escuchaba que ese momento de
luz que luego llegó a nuestra vida. Necesitamos mantener viva nuestra
esperanza, nuestra confianza porque Dios es el Padre bueno que está ahí y
siempre nos escucha; en su Sabiduría infinita y en su Providencia de amor El
sabrá el momento, podemos decirlo así, en que nos hará sentir su presencia, su
fuerza, su gracia. Pero hemos de saber permanecer constantes en nuestra fe y en
nuestra esperanza, constantes y perseverantes en nuestra oración.
Es lo que nos quiere decir hoy Jesús
con la parábola que nos propone. Aquella mujer que pedía justicia y que parecía
que el juez ni la quería escuchar ni le prestaba auxilio, pero al final tuvo
compasión de aquella mujer. El lenguaje de la parábola es un lenguaje bastante
humano, bastante semejante a lo que nos sucede. Aquel juez, dice la parábola,
por quitársela de encima y le diera la lata al final la atendió. Pero prestemos
atención al comentario que el mismo Jesús nos hace, si actuamos así nosotros en
nuestras miras humanas, ¿no va a actuar Dios como un Padre compasivo y
misericordioso para escuchar y concedernos lo que necesitamos?
Ya nos comenta el evangelista que para
que no nos desanimemos y seamos perseverantes en nuestra oración Jesús nos
propone esta parábola. Y como dice al final Jesús mismo ‘cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?’ ¿Dónde está nuestra
fe?, nos tendríamos que preguntar. ¿Tenemos en verdad puesta toda nuestra
confianza en Dios? ¿Sabremos sentir su presencia que acompaña nuestros pasos y
nos va llenando en cada momento de la fuerza de su Espíritu?
Creo que tenemos que saber rescatar esos momentos en que de manera especial nos hemos sentido amados de Dios; muchas experiencias podemos tener en este sentido que hemos de saber aflorar porque nos ayudan en el camino que ahora hacemos. Seguro que todos tenemos nuestras historias y muy concretas. También son momentos oscuros en todos los sentidos que pasamos nosotros desde nuestra situación personal y nuestros problemas, muchos los que estamos viviendo en nuestra sociedad, y los que vive la Iglesia inmersa en esa sociedad.
Que no nos entre el desánimo, que no lo
veamos siempre todo negro, que sepamos descubrir esos destellos de luz que
aparecen tantas veces a nuestro lado como signos de esa presencia del amor de
Dios.
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