Aprendamos
a detenernos, a no dejarnos arrastrar por la loca carrera de la vida, a saber
leer cuanto nos sucede desde una mirada creyente, a darle un sentido a nuestro
caminar
Sabiduría 13,1-9; Salmo 18; Lucas 17,26-37
La vida de cada día con sus afanes y preocupaciones,
con el agobio de todo lo que tenemos que hacer, esas cosas ordinarias que
hacemos como modo de vivir o como medios de subsistencia, los acontecimientos
que se suceden ya en el ámbito cercano nuestro de la familia o de nuestro
trabajo, el caudal inmenso de noticias que nos llegan por todos los medios y
más teniendo hoy como tenemos a manos tantas redes sociales, nos hacen entrar
en un ritmo tan vertiginoso que nos parece que no tenemos tiempo para vivir,
muchas cosas se convierten como en rutinas de la vida que andamos y desandamos
algunas veces ni siendo conscientes del todo de lo que hacemos y no somos
capaces de detenernos a reflexionar o dar hondura, sentido y valor a lo que
hacemos.
Nos sentimos absorbidos por la vida y
hay el peligro de entrar en la superficialidad de hacer las cosas porque
tenemos que hacerlas pero sin llegar a saborearlas y disfrutarlas, de sentir
que en eso está nuestra vida y que tendríamos que buscar como otro forma para
darle otra intensidad a nuestro vivir. Qué peligroso convertir en una rutina
nuestro vivir.
¿Llegaremos a descubrir en cuanto nos
sucede o hacemos señales de algo más? ¿Seremos capaces de leer esa vida que
vivimos para escuchar una voz que nos pudiera estar hablando o llamándonos
desde esas mismas cosas o desde nuestro interior? ¿Seremos capaces de darle una
mayor trascendencia a lo que hacemos o vivimos o simplemente estamos cumpliendo
con una función porque eso es lo que nos ha tocado vivir? ¿Podrá haber algo más
que nos llene interiormente y nos haga crecer en humanidad como personas?
Porque tenemos el peligro de que en esa carrera de la vida vayamos perdiendo
humanidad, incluso para nosotros mismos que nos convertimos en máquinas.
Creo que esto nos quiere hacer pensar
hoy Jesús. Toda la conversación de Jesús
parte desde aquellas preguntas que le hacían de si ya era la hora en que se iba
a manifestar el Reino de Dios y con qué signos lo conoceríamos. Jesús nos
invita a estar atentos a nuestra vida, que sepamos leer nuestra vida y cuanto
nos acontece; podríamos encontrar señales hermosas que nos va dejando Dios de
cómo se manifiesta y se hace presente junto a nosotros.
Habla de los tiempos de Noé en que la
mayoría no supo ver las señales del cielo y solo se salvaron unos pocos que habían
construido aquel arca; o nos habla de los tiempos de Lot donde parecía que la
vida circulaba con toda normalidad, pero hubo un momento de transformación con
lo que llamaban aquel fuego venido del cielo. Nos habla del que está en el
campo o del que está en su casa con sus quehaceres; podemos sentir, tenemos que
saber sentir esa presencia de Dios, esos signos que Dios va poniendo a nuestro
lado en el camino de la vida y que nos llaman a algo distinto y mejor. Es lo
que nos habla de la venida del Hijo del Hombre.
Es lo que tenemos que saber discernir
en nuestra vida de cada día y ver esa acción de Dios en nosotros; pero nuestra
fe se nos va enfriando, vivimos sin sentir esa presencia de Dios, no escuchamos
la voz de Dios que de tantas maneras va a hablándonos al corazón. Vivimos en
nuestra loca carrera de la vida pero ¿Dónde hemos puesto la fe? ¿En qué se nota
en nuestra manera de vivir que somos unos creyentes, que queremos vivir un
evangelio, que sentimos ese amor de Dios en nosotros y que tenemos que ser
mensajeros de vida y salvación para el mundo que nos rodea? ¿No podemos dar la
impresión de que vivimos sin Dios, sin necesitar a Dios, sin gozarnos de su
presencia en nuestra vida?
¿Tendremos que aprender a detenernos, a
hacer una parada, a ponernos a reflexionar, a saber leer la vida de manera
diferente?
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