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viernes, 7 de noviembre de 2025

Que no se diga que los hijos de las tinieblas con más sagaces que los hijos de la luz, con nosotros está la fuerza del Espíritu

 


Que no se diga que los hijos de las tinieblas con más sagaces que los hijos de la luz, con nosotros está la fuerza del Espíritu

Romanos 15,14-21; Salmo 97; Lucas 16,1-8

La vida nos mete en problemas de los que a veces no sabemos cómo salir. Quizás los errores que cometamos se van convirtiendo poco a poco en una cascada y bien sabemos que por la propia gravedad el discurrir de las aguas se vuelve torrencial y si nos vemos envueltos en una cascada luego no sabemos cómo salir; habrá que buscar argucias, tendremos que saber utilizar todo nuestro ingenio para encontrar salidas, para liberarnos de lo que puede convertirse en una espiral sin fin. Nuestros apetitos y nuestras ambiciones nos hicieron resbalar por esa pendiente que cada vez se vuelve más aguda y en consecuencia más peligrosa; utilizar argucias, como decíamos, no nos permite que nos dejemos arrastrar por esa espiral utilizando malos modos para liberarnos.

Es de lo que nos está hablando hoy Jesús con la parábola del evangelio. Un administrador injusto se veía arrastrado por la pendiente del mal en que se había metido cuando había obrado mal, cuando su ambición pudo más que su responsabilidad y que la rectitud que tenía que haber en su vida cuando habían confiado en él, y ahora estaba en un camino de perdición que iba a ser una ruina para su vida. Los prestigios de los que se había rodeado le hacían que fuera difícil bajar su orgullo. Por eso piensa que cuando se vea despedido no sabrá en qué trabajar porque en su vida ha dado golpe, y se daba cuenta de lo humillante que iba a ser para su vida el pedir limosna quien antes se había presentado en la vida eufórico en su poder.

Pretende arreglar los recibos de aquellos en los que había cargado las tintas en sus intereses haciendo lo que parecen rebajas, que son más bien un reconocimiento de lo que había hecho mal y que ahora como favor pretendía arreglar con aquellos deudores. ¿Se ganaría amigos así que lo acogieran cuando se viese desposeído de todo y en un estado de pobreza? Con esa visión quería hacerlo.

La parábola de entrada a todos nos desconcierta porque tenemos la tendencia de convertirla en relatos ejemplares, pero la mala administración no era precisamente un relato ejemplar. Hay un comentario al final que nos da la clave. El amó alabó a aquel hombre no porque hubiera obrado mal en la administración de sus bienes, sino por la astucia con que ahora actúa para encontrar en el futuro una salida de luz. Y ya nos dice Jesús al terminar de presentar la parábola que los hijos de este mundo son más astutos con sus obras que los hijos de la luz. ¿Haremos nosotros tanta propaganda de las cosas buenas, por ejemplo, del mensaje del evangelio como el mundo que vemos a nuestro alrededor hace de sus cosas?

Todo el mundo habla de sus planteamientos, de su ideología, de su manera de ver las cosas y de cómo quisieran que se hiciesen y además con su propaganda parece que trata de imponérnoslo porque si no hacemos como ellos es que no entendemos la vida, no queremos lo mejor para nuestra sociedad y no sé cuántas cosas más; y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos sentimos acobardados y con miedo de plantear nuestra verdad, nuestro punto de vista, la visión que nosotros como cristianos y desde la óptica del evangelio tenemos de todas esas cosas? Creo que nos falta arrojo y valentía, nos encerramos demasiado en nuestros círculos, allí donde nos parece que nos sentimos seguros, pero no nos lanzamos a hacer ese anuncio del Evangelio que un día Jesús nos confió.

¿Cómo estamos manifestando hoy en nuestro mundo la alegría de nuestra fe? ¿Cuál es el testimonio que estamos dando? Porque estamos llamados a ser testigos y los testigos no pueden callar ni ocultar lo que viven. Andamos los cristianos demasiado adormilados. Nos falta expresar el coraje del Espíritu que está en nosotros.


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