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martes, 4 de noviembre de 2025

Quiénes nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad

 


Quiénes nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad

Romanos 12, 5-16ª; Salmo 130;  Lucas 14, 15-24

Tenemos que vernos un día para comer juntos, nos dijo un amigo en alguna ocasión. Te vienes a casa que yo te invito y comemos juntos, y charlamos y pasamos la tarde juntos. Más de una vez quizás nos ha sucedido, pero no habrá sucedido también en más de una ocasión que ese día no ha llegado; no hemos terminado de poner de acuerdo, de que llegue esa ocasión. Quizás nuestras desganas, quizás porque decimos que tenemos tantas cosas que hacer que ni tenemos tiempo, quizás damos largas porque no me apetece, me parece un rollo, no siento que son tan amigos los que me invitan, quizás ando con suspicacias, y aparecen las disculpas, aparecen los despistes – porque cuando no tenemos ganas tenemos el arte de hacernos unos despistados – y no aprovechamos la ocasión para estar con esa persona, para compartir su mesa, para acercarnos un poco más a los demás.

Parece un rollo, pero es así cómo actuamos tantas veces. Y se convierte en una imagen de los intereses de nuestra vida, de la importancia que le damos nuestra relación con los demás, o podemos entrar en un estadio superior y podemos pensar en las invitaciones que recibimos de Dios a las que no hacemos caso tantas veces. Cuántas disculpas nos vamos dando, porque primero que nada tratamos de convencernos a nosotros mismos con esas disculpas, que son pasividades, que son cobardías, que son otros intereses que tenemos en la vida.

Hoy Jesús en el evangelio nos está proponiendo la parábola de los invitados a la boda, pero que rehusaron responder a la invitación. Quiere hablar Jesús del Reino de Dios y emplea la hermosa imagen de un banquete, como un banquete de bodas son sus fiestas y con sus alegrías, al que todos estamos invitados a participar y en el que todos podemos compartir la misma mesa; al final en aquel banquete no se sentaron los podía parecer que eran los invitados principales, sino que al final por el rechazo de algunos, fueron invitados todos los que encontraron en los caminos y la sala se llenó de comensales.

Es cierto que la parábola en una primera lectura está hablando de la situación de los judíos a los que se estaba anunciando el Reino de Dios, que lo rechazan, pero que al mismo tiempo aparece clara la voluntad de Dios de su universalidad.

También andamos tantas veces con nuestras malas voluntades; no siempre estamos dispuestos a escuchar esa invitación que nos está haciendo Jesús para que vivamos el sentido del Reino de Dios; ¿no queremos mezclarnos con todo el mundo? ¿Empezamos a resistirnos a participar de ese banquete del Reino porque Dios nos está pidiendo un corazón con mayor sentido de universalidad pero nosotros seguimos haciéndonos nuestras distinciones? Nos falta tantas veces ese sentido de fiesta y de comunidad; seguimos siendo cumplidores en muchas cosas pero no terminamos de ir al fondo de lo que es el mensaje de Jesús para vivir ese sentido de banquete y banquete festivo todo lo que sea encuentro entre cristianos.

Seguimos con nuestros individualismos en que cada uno va haciendo por si mismo lo que puede pero nos abrimos poco vivir esa comunión con los demás, para celebrar juntos nuestra fe, para juntos cantar con alegría y entusiasmo las alabanzas del Señor, para comenzar a colaborar los unos con los otros en esa tarea común del testimonio que hemos de dar de nuestra fe y de nuestro amor ante el mundo que nos rodea.

¿Quiénes nos ven, por ejemplo, entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones litúrgicas notarán en nosotros esa alegría del encuentro con los demás que formamos la misma comunidad? Malamente nos damos los buenos días y cada uno entra por su carril buscando su banco de siempre sin importarle ni mucho ni poco los demás que están allí para una misma celebración. No damos la sensación de una comunidad que se ama y se alegra por encontrarse los unos con los otros sino que cada uno parece que vamos a cumplir con nuestro cupo.

¿Es así cómo damos testimonio del banquete del Reino de los cielos y de la alegría de ser invitados a él? ¿Daremos la impresión que vamos de mala gana porque solo vamos a cumplir? ¿No será una manera de no querer comer en ese banquete al que nos han invitado?

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