Quiénes
nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en
nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad
Romanos 12, 5-16ª; Salmo 130; Lucas
14, 15-24
Tenemos que vernos un día para comer
juntos, nos dijo un amigo en alguna ocasión. Te vienes a casa que yo te invito
y comemos juntos, y charlamos y pasamos la tarde juntos. Más de una vez quizás
nos ha sucedido, pero no habrá sucedido también en más de una ocasión que ese
día no ha llegado; no hemos terminado de poner de acuerdo, de que llegue esa
ocasión. Quizás nuestras desganas, quizás porque decimos que tenemos tantas
cosas que hacer que ni tenemos tiempo, quizás damos largas porque no me
apetece, me parece un rollo, no siento que son tan amigos los que me invitan,
quizás ando con suspicacias, y aparecen las disculpas, aparecen los despistes –
porque cuando no tenemos ganas tenemos el arte de hacernos unos despistados – y
no aprovechamos la ocasión para estar con esa persona, para compartir su mesa,
para acercarnos un poco más a los demás.
Parece un rollo, pero es así cómo
actuamos tantas veces. Y se convierte en una imagen de los intereses de nuestra
vida, de la importancia que le damos nuestra relación con los demás, o podemos
entrar en un estadio superior y podemos pensar en las invitaciones que
recibimos de Dios a las que no hacemos caso tantas veces. Cuántas disculpas nos
vamos dando, porque primero que nada tratamos de convencernos a nosotros mismos
con esas disculpas, que son pasividades, que son cobardías, que son otros
intereses que tenemos en la vida.
Hoy Jesús en el evangelio nos está
proponiendo la parábola de los invitados a la boda, pero que rehusaron
responder a la invitación. Quiere hablar Jesús del Reino de Dios y emplea la
hermosa imagen de un banquete, como un banquete de bodas son sus fiestas y con
sus alegrías, al que todos estamos invitados a participar y en el que todos
podemos compartir la misma mesa; al final en aquel banquete no se sentaron los
podía parecer que eran los invitados principales, sino que al final por el
rechazo de algunos, fueron invitados todos los que encontraron en los caminos y
la sala se llenó de comensales.
Es cierto que la parábola en una
primera lectura está hablando de la situación de los judíos a los que se estaba
anunciando el Reino de Dios, que lo rechazan, pero que al mismo tiempo aparece
clara la voluntad de Dios de su universalidad.
También andamos tantas veces con
nuestras malas voluntades; no siempre estamos dispuestos a escuchar esa invitación
que nos está haciendo Jesús para que vivamos el sentido del Reino de Dios; ¿no
queremos mezclarnos con todo el mundo? ¿Empezamos a resistirnos a participar de
ese banquete del Reino porque Dios nos está pidiendo un corazón con mayor
sentido de universalidad pero nosotros seguimos haciéndonos nuestras
distinciones? Nos falta tantas veces ese sentido de fiesta y de comunidad;
seguimos siendo cumplidores en muchas cosas pero no terminamos de ir al fondo
de lo que es el mensaje de Jesús para vivir ese sentido de banquete y banquete
festivo todo lo que sea encuentro entre cristianos.
Seguimos con nuestros individualismos
en que cada uno va haciendo por si mismo lo que puede pero nos abrimos poco
vivir esa comunión con los demás, para celebrar juntos nuestra fe, para juntos
cantar con alegría y entusiasmo las alabanzas del Señor, para comenzar a
colaborar los unos con los otros en esa tarea común del testimonio que hemos de
dar de nuestra fe y de nuestro amor ante el mundo que nos rodea.
¿Quiénes nos ven, por ejemplo, entrar
en nuestros templos para nuestras celebraciones litúrgicas notarán en nosotros
esa alegría del encuentro con los demás que formamos la misma comunidad?
Malamente nos damos los buenos días y cada uno entra por su carril buscando su
banco de siempre sin importarle ni mucho ni poco los demás que están allí para
una misma celebración. No damos la sensación de una comunidad que se ama y se
alegra por encontrarse los unos con los otros sino que cada uno parece que
vamos a cumplir con nuestro cupo.
¿Es así cómo damos testimonio del
banquete del Reino de los cielos y de la alegría de ser invitados a él?
¿Daremos la impresión que vamos de mala gana porque solo vamos a cumplir? ¿No
será una manera de no querer comer en ese banquete al que nos han invitado?
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