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lunes, 3 de noviembre de 2025

A lo mejor tendríamos que pensarnos eso de invitar a los que nos pueden corresponder… pero estaríamos tan lejos del Reino de Dios

 


A lo mejor tendríamos que pensarnos eso de invitar a los que nos pueden corresponder… pero estaríamos tan lejos del Reino de Dios

Romanos 11,29-36; Salmo 68; Lucas 14,12-14

Todos de alguna manera estamos sometidos a ciertas connotaciones de la vida social que nos van haciendo hacer cosas que algunas veces pueden hasta en cierto modo perder su sentido. Es el montaje, por así decirlo, de nuestras relaciones sociales en que puede privar en ocasiones la vanidad o la hipocresía. Por supuesto que tenemos que mantener unas relaciones los más armoniosas posibles entre unos y otros, pero donde prime la sinceridad, la autenticidad, la veracidad en eso que llamamos amistad que no se puede quedar en bonitas formas, sino que tienen que nacer de algo más hondo dentro de nosotros mismos.

Te invito porque me invitas, soy amigos de mis amigos que decimos tantas veces, o te ayudo para que un día me eches tú una mano, con ese ni a misa porque no ayuda nunca a nadie; y buscando aquello que nos pueda dar buena sombra o mucho lustre, y entonces invitamos a los que a su vez nos invitan, sentamos a nuestra mesa a los que son los amigos de siempre, nos apartamos de aquellos que nos pueden parecer hoscos y desagradables, o de los que según nosotros no tienen buena fama y claro no nos queremos dejar ver con toda clase de gente, porque aquello de dime con quién andas y te diré quien eres. Pensemos con sinceridad a quienes queremos tener como amigos, quienes son los invitados habituales a nuestra mesa… y muchas cosas más que tendrían que hacernos pensar en este sentido.

Desconcertantes tenían que haber sonado en aquella ocasión las palabras de Jesús, como hoy escuchamos en el evangelio. La ocasión la dio un día que un fariseo lo invitó a su mesa y allí estaba rodeado de todos los principales de la ciudad a quienes aquel hombre acostumbraba a invitar. Había observado Jesús las triquiñuelas o las carreras de algunos por buscar sitios preferentes en la mesa. Todos querían estar en un sitio de honor. Entonces como los protocolos de ahora en el que el anfitrión señala el sitio y la mesa de cada uno, con un listado que tenemos que consultar o con una tarjetita con nuestro nombre en la mesa o en el plato y sitio que nos corresponde. Pero aun así con estos protocolos de hoy ¿no habremos escuchado a algún descontento que pensaba que lo iban a poner en una mesa mejor? No estamos tan lejos de las triquiñuelas de entonces.

Ahora Jesús deja caer como quien no quiere la cosa lo que tendría que ser el auténtico protocolo en la mesa del Reino de Dios.

¿A quien había anunciado el profeta como nos recordaría Jesús en la sinagoga de Nazaret quienes iban a ser los preferidos del Reino? El Espíritu del Señor lo había ungido y enviado a anunciar una buena nueva a los pobres, libertad para los oprimidos y salud y salvación para los lisiados, los ciegos y los leprosos.

Por eso no nos ha de extrañar lo que ahora Jesús nos dice. Y nos viene bien recordarlo textualmente. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos’.

        Ahí están con toda claridad las palabras de Jesús y no es necesario que nos hagamos más comentarios, en que fácilmente vendremos con nuestras sutilezas y distinciones. Así claramente como nos dice Jesús, ‘a los que no pueden pagarte, a los que no pueden corresponder… y será feliz’. Es una hermosa bienaventuranza la que nos está diciendo Jesús. ¿Seremos capaces de aceptar el reto? A lo mejor tenemos que pensárnoslo, porque nosotros habíamos preferido… porque claro la costumbre, lo que siempre se hace, las exigencias sociales… pero entonces estaríamos lejos del Reino de Dios.

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