En nuestro agobio necesitamos alivio, en nuestros cansancios una paz que nos haga descansar de verdad, en nuestras desesperanzas por perdidos encontrar un camino
Éxodo 3, 13- 20; Salmo 104; Mateo 11,28-30
Vivimos en un mundo de agobios, siempre a la carrera, siempre hay algo más que hacer, se nos acumulan los problemas, no sacamos adelante los objetivos que nos pretendemos y nos sentimos en ocasiones derrotados. Tengo un amigo, por cierto he de reconocer que muy responsable y trabajador, pero que sin embargo con frecuencia cuando nos encontramos y podemos hablar un rato siempre me habla de lo cansado que está; es un cansancio, es cierto, físico por la intensidad del trabajo que realiza, pero observándolo me parece entender que no es solo lo físico cuando habla de su cansancio, sino de ese agobio con que vive la vida, en la que parece que algunas veces faltan objetivos y metas claras que levanten el espíritu, algo en su interior que le agobia y en consecuencia le cansa.
¿Cómo encontrar salida a esa situación? ¿Qué ha de hacer para que se sienta realizado con lo que hace y en esa satisfacción sienta un necesario descanso para su espíritu? ¿Necesitamos a alguien a nuestro lado que nos haga sentirnos bien, que nos abra nuevos horizontes, que nos dé razones o motivaciones para disfrutar de lo que estamos haciendo? Necesitamos una liberación interior que rompa tensiones, que nos haga encontrar paz, que nos haga descubrir el valor y el sentido de la vida también en esa trascendencia espiritual que le hemos de dar a nuestro ser. Los agobios nos quitan serenidad, nos impiden encontrar paz, no nos dejan disfrutar de cuanto bello sale de nuestras manos.
Fijándonos en el relato de la primera lectura, podemos decir que Moisés se había venido a aquellas montañas lejos de Egipto porque no soportaba lo que a su pueblo le estaba sucediendo; había tenido sus reacciones incluso violentas pero no le habían servido para nada y se había venido al desierto. Allí pasa los días con aquella familia que le ha acogido y que ahora es también su familia, y con el cuidado en aquellas montañas de los ganados que le servían para sustento. Pero en medio de todo eso había tenido una experiencia extraordinaria, en aquella zarza ardiendo y que no se consumía.
Supo escuchar la voz de Dios que se le manifestaba en medio de aquella tormenta de su vida y le confiaba una misión. Había de volver a Egipto, pero ahora iba con la experiencia de Dios en su vida. Sus luchas seguirán, pero tendría la suficiente fortaleza y serenidad al mismo tiempo para superar todos aquellos obstáculos que se le iban presentando para crear ese pueblo libre y nuevo que Dios le mandaba conducir hasta una tierra prometida. Aquella experiencia del Horeb fue fundamental. En su corazón comenzó a sentir una nueva paz aunque el trabajo ahora sería más engorroso y complicado.
En el mismo sentido, podríamos decir, escuchamos hoy la Palabra de Jesús que nos invita a ir hasta Él quienes andamos cansados y agobiados. Volvemos con lo mismo, cansancio, agobios, agotamiento, falta de paz en el corazón, desorientación porque en ocasiones parece que andamos perdidos. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…’ nos dice Jesús. ¿En nuestro agobio necesitamos alivio? ¿En nuestros cansancios necesitamos una paz que nos haga descansar de verdad? ¿En nuestras desesperanzas por hallarnos perdidos necesitamos encontrar un camino o una luz que nos ilumine el camino? ‘Venid a mí…’ nos dice Jesús.
No se van a acabar nuestros trabajos, nuestros problemas no se van a resolver de forma mágica, el cansancio persistirá porque es el esfuerzo el que en parte lo motiva, pero con Jesús todo va a ser distinto. En Jesús sentiremos paz en el corazón, serenidad en la vida para encontrar vías de salida, nos sentiremos fuertes porque nos sentimos motivados, porque tenemos metas, porque se abren otros horizontes, porque comenzamos a ver las cosas de forma distinta.
Es Jesús que camina a nuestro lado pero que al mismo tiempo es el camino; es Jesús que nos hace saborear las cosas de manera distinta porque está poniendo sal en nuestros labios para que la vida no sea insípida y desagradecida; en Jesús vamos a encontrarnos con la verdad porque Él es la Verdad y la Sabiduría de nuestra vida. Vemos las cosas más claras porque sentimos paz en el corazón, los nudos de la vida se irán desatando porque tenemos esa serenidad del espíritu para encontrar la forma de desenredarse.
Nos daremos cuenta que las cosas no son tan duras como las pintan porque ‘su yugo es llevadero y su carga es ligera’. El ha puesto nuevas alas en nuestros pies y en nuestra vida.
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