Necesitamos
ponernos a hacer esas cosas sencillas que iba haciendo Jesús por aquellos
caminos de Galilea y Palestina que muestran las verdaderas señales del Reino de
Dios
Éxodo, 12, 37-42; Salmo, 135; Mateo 12,
14-21
Una cosa es que nos mantengamos en nuestros
principios y valores siendo fieles a nosotros mismos, siendo fieles a la
responsabilidad que tenemos en la vida, y otra es que nos presentemos con tozudez
tratando de imponernos, incluso con la violencia de nuestras palabras o
nuestros gestos. Es difícil muchas veces, por una parte porque nos podemos
sentir confundidos y tratemos de hacer arreglos y cesiones que a la larga nos
alejan de lo que son nuestros valores, pero también nos sucede que la oposición
que encontramos nos lleve al enfrentamiento y si nos acaloramos o nos sentimos
heridos en nuestro amor propio no sabemos al final cómo vamos a reaccionar.
Necesitamos alcanzar una madurez en
nuestra vida para no perder la serenidad ni la paz, para seguir dando señales
de aquello en lo que creemos, de seguir mostrando ese lado bueno de nuestra
vida con nuestra dulzura que al final puede atraer mucho mejor a los que nos
rodean desde ese testimonio que damos con nuestra paciencia y nuestra paz.
Repito que no siempre es fácil, pero diríamos que para eso tenemos que
entrenarnos, prepararnos.
Es en la situación en que se encuentra
Jesús en el pasaje evangélico que hoy se nos ofrece. Por algunos signos que
Jesús ha realizado, señales de lo que es en verdad el Reino de Dios que está
anunciando, resulta que algunos grupos ya quieren quitarlo de en medio. Pero
Jesús no deja de anunciar el Reino de Dios tal como es su misión y seguirá dejándonos
sus señales. Señales que se van a manifestar precisamente en esa su forma de
actuar.
Como nos dice el evangelista ‘Jesús se
enteró – de aquella situación que se estaba provocando – se marchó de allí y
muchos lo siguieron’. Pero El siguió realizando los signos del Reino, ‘curó a
todos’ nos dice el evangelista, aunque recomienda que no se haga mucha
publicidad.
Y el evangelista nos recordará lo
anunciado por el profeta. ‘Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me
complazco’. Nos recuerda las palabras escuchadas en lo alto del Tabor en medio
de aquella espectacular teofanía. El siervo de Yahvé, el Hijo amado del Padre a
quien tenemos que escuchar. El que viene no como un fuego destructor, aunque en
algún momento nos diga que ha venido a traer fuego a la tierra, sino el que
viene a hacer que la llama aunque sea pequeña se mantenga encendida.
Por eso como dice el profeta ‘no
porfiará, no gritará, no voceará por las calles. Porque la caña cascada no la
quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la
victoria’.
Seguirá mostrándose Jesús manso y
humilde de corazón, seguirá repartiendo sus gestos de amor, seguirá deteniéndose
al lado del ciego que no ve para abrirle los ojos, o levantando al que está
postrado en la camilla para que camine y vuelva a su casa, se sentará junto al
pozo donde sabe que va a venir alguien a buscar agua, o platicará sentado en el
patio con las familias que le acogen, consolará a las que lloran junto a la
calle de la amargura e irá despertando continuamente esperanzas en quienes
parece que se sienten abandonados.
¿No es esto todo un programa para
nuestra vida cristiana? ¿No es éste el mejor plan pastoral que podamos realizar
para hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo? Nos volvemos con la
cabeza del revés locos en nuestras búsquedas de los planes que tenemos que
hacer y con nuestras programaciones tan técnicamente elaboradas de cosas
espectaculares y no somos capaces de acercarnos allí donde hay un anciano solo
para acompañarle, un enfermo postrado en una cama para despertarle las ganas de
vivir, una persona que sufre porque se siente desorientada y que no sabe a quien
acudir, o ponernos a escuchar pacientemente tantas cosas que muchas personas
tienen deseos de desahogar de su corazón.
¿Cuándo nos pondremos a hacer esas
cosas sencillas que iba haciendo Jesús por aquellos caminos de Galilea y toda
Palestina que muestran las verdaderas señales del Reino de Dios?
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