Es
necesaria una mayor autenticidad en nuestra vida, mayor congruencia para vivir
con rectitud y una dosis infinita de amor para llenarnos de humanidad
1Corintios 12, 31 – 13,13; Salmo 32; Lucas
7, 31-35
Ni nosotros mismos nos entendemos a
nosotros mismos. Son muchas las confusiones que nos vamos creando a causa de
nuestras incongruencias. Lo congruente es que vayan a la par los principios que
proclamamos, las ideas que tenemos con lo que es la realidad de nuestra vida de
cada día; pero muchas veces hay grandes distancias entre una cosa y otra.
Podíamos hacer referencia a muchas
cosas que se traducen en nuestro quehacer de nuestra vida de cada día. Exigentes
con los demás pero benévolos con nosotros mismos; capaces de decir cosas
maravillosas del amor, pero cuando llega el día a día de nuestras relaciones
incluso con los más cercanos nos faltan detalles y delicadeza, somos violentos
e incapaces de tener sensibilidad con los que están a nuestro lado no
importándonos sus necesidades o las situaciones por las que pasen; proclamamos
con la boca llena eso de los derechos humanos y vamos a no sé cuantas
manifestaciones pero no somos capaces de respetar al que es diferente o que
piensa distinto de nosotros; nos presentamos con buena apariencia de respeto y
honorabilidad pero en nuestro interior siguen los prejuicios y las
descalificaciones; decimos que la verdadera religión es el amor, pero somos
incapaces de tener misericordia con el caído y nos cerramos a todo lo que
signifique comprensión y perdón.
Es necesaria una mayor autenticidad en
nuestra vida, que no nos quedemos en bonitas palabras y apariencias, que no se
nos vaya todo por la vanidad que al final todo lo llena de hipocresía y
falsedad. Es la congruencia, como decíamos, con la que tenemos que caminar para
que en verdad vivamos con rectitud nuestra vida, pero que no nos falte el amor
que nos llena de mayor humanidad.
No lo podemos centrar en la rigidez de
unos cumplimientos, sino llenamos de verdadero contenido todo aquello que
hacemos. La madurez de nuestra vida no se manifiesta a través de
intransigencias y rigideces, sino que tenemos que saber conjugar lo que son los
principios por los que se rige nuestra vida con la humanidad que ponemos en lo
que hacemos y en como nos relacionamos los unos con los otros.
Hoy escuchamos en el evangelio cómo
Jesús se queda de las actitudes y posturas de la gente que le rodea. Dice que
son como niños que juegan en la plaza pero que no son capaces de ponerse de
acuerdo en cómo han de llenar de alegría sus vidas. Mientras unos quieren
cantar cantos de fiesta, otros quieren quedarse en lamentaciones que les llenan
de tristeza. ¿Seremos capaces de saber llegar a un camino de encuentro? Parece
que eso nos falta en la vida.
En referencia a lo que sucede en
quienes le escuchan y están en su entorno, hace referencia a que ni supieron
aceptar a Juan con verdadera apertura del corazón, como tampoco ahora quieren
aceptarle a El. De Juan se quejaban de la austeridad con que vivía su vida y
les parecía que era demasiado e inaceptable, ahora de Jesús que les quiere
llegar al corazón pero quiere llamar a todos a esa vida nueva del reino de
Dios, como con publicanos y pecadores, lo llaman comilón y borracho.
Como nos sucede a nosotros tantas veces
que nos quedamos en añoranzas, aquello de que otros tiempos fueron mejores,
pero en aquellos otros tiempos tampoco hubo aceptación de corazón de lo bueno
que se les presentaban u ofrecía. ¿Y si ahora en el momento presente abrimos
nuestro corazón para descubrir los regalos de amor que Dios nos está ofreciendo?
Hemos de vivir nuestro momento, el hoy de nuestra vida, pero llenándola siempre
de autenticidad. En cada momento, sea cual sea la circunstancia de la vida que
nos toque vivir, Dios siempre tiene señales de amor para nosotros que nos llama
a lo hondo de nuestro corazón. Seamos sinceros con nosotros mismos, pero seamos
sinceros y auténticos con Dios que siempre nos está regalando su amor.
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