Hemos
de saber detenernos ante tantos que van como muertos para tender la mano y
decirles como Jesús ‘levántate’, escuchando en nosotros también esa invitación
de jesus
1Corintios 12,12-14.27-31a; Salmo 99; Lucas
7,11-17
Nos habrá sucedido más de una vez; mientras
nos desplazamos de un lugar a otro en nuestra ciudad o allí donde hacemos la
vida, de pronto nos topamos con un entierro. Una cosa natural, pensamos, porque
todos hemos de morir; sin embargo son diversas las reacciones que podemos tener
en ese momento; desde el fastidio porque se nos atrasan nuestras carreras al no
poder cruzar en aquel momento por donde queríamos ir, o distintos sentimientos
y reacciones que nos pueden surgir al encontrarnos con el hecho de la muerte.
Insensibles pasamos de largo, nos
quedamos esperando que pase la comitiva, sin mostrar ningún interés como si
aquello no fuera con nosotros, no es un pariente, no es una persona conocida o
con quien hayamos trabado relaciones en la vida; pero muchos son los
sentimientos que pueden aflorar desde compasión para los familiares que vemos
tristes en el cortejo, incomodidad en nuestro interior porque nos hace pensar
en el fin de nuestra propia vida, y cuando decimos fin nos podemos referir a
todas las acepciones que tenga la palabra; lástima quizás no solo por aquellos
familiares que están sufriendo la pérdida, sino pensando en el mismo difunto,
que puede ser joven o mayor, que puede ser un niño pequeño o un anciano, que
haya podido morir de improviso, por un accidente o tras larga enfermedad.
Pero seguro que no nos quedamos tan
tranquilos porque a la larga podemos pensar en tantos que estando vivos sin
embargo viven como muertos su propia existencia, sin rumbo en la vida y sin ningún
sentido que les haga valorar lo que hacen o por lo que luchan, atados a
dependencias de todo tipo que terminan viviendo como autómatas pero sin vida
propia, personas que viven en la rutina y sin ninguna ilusión sino que
simplemente van dejando pasar los días, gentes llenas de amarguras que no saben
vivir la vida afrontando las propias realidades y entonces no saben
disfrutarla, y así podríamos seguir pensando en tantas situaciones con lo que
nos damos cuenta que nos estamos encontrando con demasiados muertos en la vida.
Es bien significativo este pasaje del
evangelio con este encuentro de Jesús y los discípulos con aquella comitiva que
salía de la ciudad de Naim para enterrar a aquel hijo único de una madre viuda.
Mucho podemos ver, pues, tras esta imagen que se nos interpone ante nosotros
reflejando aquel hecho en nuestra propia vida. Es como un cristal traslúcido
que nos hace ver ambas situaciones interpuestas la una sobre la otra. Es el
filtro del evangelio con el que tenemos que ver nuestra vida.
Jesús no pasó de largo, se detuvo e
hizo detener también la comitiva. Escasas son las palabras que le oímos
pronunciar, ‘no llores’ le dice a la madre, ‘levántate’, le dice
el muchacho difunto. Y se levantó y se lo entregó a su madre.
Sigamos escuchando esas palabras de
Jesús, ‘no llores’, ‘levántate’. ¿Nos lo estará diciendo a nosotros?
Quizás también vamos apenados por la vida ¿conscientes de la muerte que hay en
nosotros? ¿Conscientes de la muerte que reina a nuestro alrededor? ¿Llenos
quizás de amarguras, de fracasos, de desesperanzas, de pérdidas de ilusión? ¿Solo
regodeándonos en nuestro propio dolor, en nuestros fracasos o en la
desorientación con que a veces caminamos por la vida?
Pero Jesús está diciendo también ‘levántate’.
No nos quedemos envueltos en nuestro dolor, sumidos en nuestras desesperanzas,
vacíos en nuestras superficialidades, desorientados en nuestros caminos sin
rumbo, llenos de negruras porque solo vemos cosas que nos parecen inalcanzables
que nos hacen sentirnos frustrados por no conseguir lo que nos proponemos,
dando zigzag de un lago para otro porque no hemos puesto verdaderas metas en la
vida.
‘Levántate’, nos está diciendo Jesús. ¿Habremos sabido detenernos
a su lado para escuchar su invitación? Pero ¿sabremos detenernos ante tantos
lugares de muerte, personas que van en la vida como muertos para tender nuestra
mano y decirles también como Jesús ‘levántate’?
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