Tendríamos
que preguntarnos con sinceridad que auténticos signos estamos dando del Reino
de Dios que intentamos anunciar y proclamar
1Corintios 15, 12-20; Salmo 16; Lucas 8, 1-3
Nos convencen más las obras que las
palabras. Seguramente muchas veces hemos escuchado a alguien que habla muy
bien, tiene, por decirlo así, bonito discurso, sus palabras y sus ideas incluso
nos pueden parecer originales, o al menos nos llaman la atención, sin embargo
será algo que realmente no termina de convencernos, pero sobre todo porque solo
lo vemos en las palabras, en el mundo de las ideas, pero eso no provoca el
querer realizarlo o convertirlo en ideal de nuestra vida porque no lo vemos
reflejado en aquel que nos habla. Filosofía, decimos, pero que no nos lleva a
nada, sin querer con esto que decimos menospreciar el mundo de la filosofía;
pero es el concepto popular que se tiene.
Nos convence el que aquello que propone
lo realiza de alguna manera, en su vida o en su actuar y su compromiso por los
demás. Lo cual ya de principio en esta reflexión nos tendría que hacer pensar
que sucede que los cristianos teniendo tan grandes y altos ideales de vida, sin
embargo no terminan de calar en el mundo que nos rodea.
Este breve pasaje que nos ofrece hoy el
evangelio creo que nos ayuda a pensar en esto que estamos diciendo, que más que
las palabras nos convencen las obras. La gente entusiasmada seguía a Jesús,
porque realmente sus palabras calaban, despertaban esperanza, las encontraban
llenas de sentido y sentían que con el mensaje de Jesús una nueva vida podría
comenzar a vivir. Recordamos como hay pasajes en el evangelio que nos expresan
las opiniones de la gente en este sentido; ‘nadie ha hablado como este
hombre’, se decían, pero también decían que Jesús hablaba con autoridad.
¿Dónde estaba esa autoridad de Jesús?
Los signos que le acompañaban. Si en la
Sinagoga hablaba de la pronta llegada del Reino de Dios, pronto daba señales de
ello liberando a los poseídos del malignos, venciendo todo mal y enfermedad con
las curaciones que hacía, y aquellos milagros que realizaba se convertían en
verdaderos signos del Reino de Dios que anunciaba. Lo hemos ido reflexionando
en día pasados en el evangelio de esos primeros pasos de Jesús por Galilea.
Hoy el evangelista nos dice que Jesús
recorría los pueblos y ciudades de Galilea, de pueblo en pueblo, de
ciudad en ciudad, enseñando, proclamando y anunciando la Buena Noticia del
Reino de Dios. Pero Jesús no iba solo. Quienes le acompañaban ya eran un
signo para aquellas gentes de ese Reino de Dios que Jesús anunciaba. Allí iban
sus primeros discípulos, aquellos que un día lo
habían dejado todo por seguir a Jesús, recordemos los pescadores de
Galilea; pero allí les acompañaban también nos dice el evangelista algunas
mujeres que habían sido curadas de diversas enfermedades, y les pone nombre.
Habla de María Magdalena, de la que
había expulsado siete demonios; nos habla también de la mujer de un
administrador de Herodes, Juana; y nos habla también de Susana y otras mujeres
que ponían a disposición sus bienes en la tarea que Jesús iba realizando.
Mujeres que se convierten en un signo del Reino de Dios, porque han sido
liberadas del mal, porque comenzaban a vivir un sentido nuevo de la vida y aun
con la buena posición de sus familias eran capaces de dejarlo todo por estar
con Jesús e incluso habían entrado en la dinámica del compartir que es la
dinámica del amor.
Jesús y los que le acompañaban en
aquella misión apostólica que estaban realizando por toda Galilea eran en si
mismo un signo de lo que anunciaba Jesús, un signo del Reino de Dios. Aquello
nuevo que anunciaba Jesús era posible, aquello nuevo ya había alguien que lo
estaba viviendo. No eran solo las palabras, era el testimonio de vida lo que se
convertía en un signo del Reino de Dios.
¿No nos hace pensar esto? Algunas veces
quizás sentimos dentro de nosotros el dolor de ver que el mundo no cambia, que
el evangelio no es escuchado, que a pesar de la presencia de la Iglesia en
medio del mundo no terminamos de ver acogido y realizado el Reino de Dios. ¿Nos
estarán faltando signos auténticos que mostremos los cristianos con nuestra
vida? ¿Se estará preocupando la Iglesia demasiado de la imagen que presenta
ante el mundo, de prestigio, de poder quizás, de influencia social y política,
quizás hasta de parecernos en la manera de actuar a como actúa el mundo, pero
se estarán dejando de ver los verdaderos signos del Reino de Dios?
Mucho tendríamos que pensar para una
reflexión sobre nuestra vida, pero también para una reflexión de lo que en
verdad son nuestras comunidades cristianas, nuestros grupos cristianos y
nuestras parroquias en medio del mundo que nos rodea.
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