‘Señor, no soy digno’, decimos también, ‘pero una palabra tuya bastará para sanarme’, para llenarme de vida, para que pueda alcanzar la plenitud de mi vida
1Corintios 11,17-26.33; Salmo 39; Lucas
7,1-10
Hoy todo lo queremos por escrito y bien
firmado y con todas las garantías procesales para que quede constancia; porque
ni de lo escrito algunas veces nos confiamos; ya no nos es suficiente lo
acordado y pactado de palabra tras la correspondiente negociación, sino que de
eso hay que dejar buena constancia, pero que nadie se eche atrás de lo dicho o
de lo pactado. Tiempos recordamos los mayores donde la palabra de una persona,
como se solía decir, iba a misa, o sea que podías confiar que aquello se
cumpliría porque iba la honra de la persona en ello.
El ritmo de la sociedad se impone y
tenemos nuestras normas y protocolos, es cierto, y habrá cosas en los negocios
de la vida en que así hemos de actuar, pero eso quizás nos ha llegado a la
perdida de ese valor de la palabra y de la confianza que ponemos en las personas.
Parece que de antemano siempre tenemos que sospechar y desconfiar, y eso nos
está haciendo perder también una calidad humana en nuestras relaciones, donde
todo lo hacemos demasiado formal pero quizá sin el calor de la vida. Y el calor
de la vida nos tiene que llevar a esa confianza que hemos de tener con los
demás; cuando no actuamos desde esa confianza nuestras relaciones se vuelven frías,
corteses sí probablemente, pero hemos perdido un calor humano que tanto
necesitamos.
Y ya no es solo todo lo entraña esas
relaciones entre unos y otros sino que esa confianza necesitamos mostrarla en
cosas que son más fundamentales de la vida, en todo lo que nos tiene que
trascender y elevar, que no se queda ni en lo formal de unas relaciones, ni en
lo material que manejamos con nuestras manos, sino que atañe a las cosas del espíritu;
y ahí entramos en el ámbito de la fe. Sin esa carta de confianza para fiarnos
de lo que se nos revela la fe se quedaría vacía de contenido. Nos estamos
volviendo descreídos en ese aspecto de nuestras mutuas relaciones, pero también
en lo espiritual y en todo lo que atañe al Dios de nuestra vida. También
queremos pruebas, pero sin esa confianza nunca las podremos encontrar y nunca podríamos
llegar al ámbito de la fe.
El evangelio nos muestra un episodio
bien clarificador. Jesús había llegado de vuelta a Cafarnaún y le sale al
encuentro lo que podríamos llamar una embajada; unos ancianos de la comunidad
que viene a interceder para que Jesús cure a un siervo del centurión por el que
sentía muy preocupado. Aunque era gentil sin embargo había sido bueno con el
pueblo de manera que incluso les había ayudado a construir la sinagoga de la
localidad. Allí estaban ellos como mediadores. Y Jesús se pone en camino a casa
del centurión.
Pero cuando llega a oídos de este
hombre que Jesús viene a su casa, siente que no es digno de que Jesús llegue así
hasta él y cuando ni siquiera se había atrevido a ir por sí mismo a solicitar
esa ayuda de Jesús, reconoce que Jesús solo con una palabra puede curar a su
criado. Así se lo hace saber a Jesús, de manera que se admira de la fe de este
hombre, aun siendo gentil, y alaba ante todos esa confianza. ‘No he encontrado
en nadie tanta fe’.
Había puesto su confianza en la palabra
de Jesús. Para él era suficiente. No era necesario realizar signos extraños ni
extraordinarios sino que bastaba su palabra. Y nosotros que seguimos buscando
pruebas y señales. Como decíamos antes si no entramos por el camino de la
confianza difícilmente podremos llegar a encontrarnos con el misterio de la fe,
con el misterio de Dios. Siendo misterio se quedaría en algo oculto y difícil
de escudriñar; por eso con la confianza de que tras ese túnel y oscuridad
sabemos que nos vamos a encontrar con la luz tenemos que dar esos pasos de
confianza.
Y dejarnos sorprender; no lo podemos
dar por hecho o por sabido porque lo que se nos va a revelar transciende todas
las expectativas humanas, porque entramos en una dinámica sobrenatural, que
está por encima de nosotros, pero que aceptamos, que nos dejamos invadir por
ello, que nos llenamos de fe. Es la confianza de que vamos a encontrar la luz y
el amor; y encontraremos un camino y un sentido para la vida, y nos sentiremos
en verdad llenos por dentro como ninguna cosa humana o material nos puede
llenar.
‘Señor, no soy digno’, decimos
también, ‘pero una palabra tuya bastará para sanarme’, para llenarme de
vida, para que pueda alcanzar la plenitud de mi vida.
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