Nuestra
grandeza y la forma de resplandecer en nuestra dignidad de personas es cuando
somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o los que no son tenidos en
cuenta
Ezequiel 2, 8 – 3, 4; Salmo 118; Mateo
18, 1-5. 10. 12-14
Cosas de chiquillos, decimos algunas
veces. ¿Acaso queremos decir que son cosas sin valor, que no tienen
importancia, que son pasajeras? Las miramos como ocurrencias de niños, pero con
expresiones como esta no nos estamos refiriendo solo a las cosas de los niños,
sino que ahí solemos englobar a todo aquel que consideramos de poco valor, que
no tiene unos razonamientos que nos convenzan, que de alguna manera los vemos
como marginados en nuestra sociedad, y digo en nuestra sociedad, para referirme
a nuestros círculos más cercanos donde solemos movernos, o en otro escalón de
la vida social. Solemos con demasiada facilidad hacer nuestras distinciones y
nuestras discriminaciones.
Estoy haciendo referencia a todo esto,
que es una realidad en nuestra vida, en nuestras relaciones sociales, desde la
pregunta que le hacen a Jesús y la manera que tiene de responder. Siempre
andamos en la vida buscando las importancias, sí, lo importantes que somos,
esos lugares encumbrados que nos gustaría alcanzar. Ya vemos que era la tentación
que sufrían también los discípulos más cercanos a Jesús, porque muchas veces
Jesús se los encontraba en medio de sus disputas sobre quien era el más
importante, en una palabra, quien iba a tomar el mando después de Jesús. Y tras
más de veinte siglos en la iglesia seguimos con lo mismo, ¿quién es más
importante, quien va a tomar el mando cuando esto cambie? y soterradamente
sigues nuestras luchas de poder que algunas veces se notan demasiado.
Ahora el evangelio simplemente dice que
uno le pregunta ‘¿Quien es el mayor en el reino de los cielos?’ Y Jesús
no responde con palabras sino con gestos. Llamó a un niño y lo puso en medio.
Allí estaban en una conversación de mayores; ya era un atrevimiento que un niño
interfiriera en una conversación de adultos, pero es que fue Jesús el que ‘llamó
al niño y lo puso en medio… El que acoge a un niño como este… me acoge a mi’.
Un niño que no tiene que estar entre los mayores, pero un niño al que hay que
acoger como a cualquier otro ser humano que tengamos que acoger, pero es que
nos dice más, ‘el que acoge a este en mi nombre’.
Los esquemas están cambiando y
estaremos viendo a quien Jesús considera importante, al que considera el mayor.
Pero igual que decíamos en aquella expresión con la que comenzábamos la reflexión
que iba más allá de la referencia que se pueda tener con un niño, significando
como nuestra acogida tiene que ser a todos, pero que en un espacio especial de
acogida tienen que estar los que son considerados menores, menos importantes,
dejados a un lado en nuestra sociedad.
No acogemos al otro por el tintineo que
tenga en los bolsillos ni por la calidad del traje que lleve puesto, por la
prepotencia con que se presente ante nosotros o por su brillante palabrería;
acogemos a la persona, al hombre o mujer, sea quien sea, tenga la condición o
la edad que tenga, porque siempre estamos valorando por encima de todo su
dignidad como persona, y si algunos son nuestros preferidos, serán siempre los
humildes y los pobres, los que habitualmente son menos considerados o nunca
tenidos en cuenta.
Ahí está nuestra grandeza, ahí
estaremos resplandeciendo como personas. Cuando somos capaces de ponernos al
lado de los pequeños o de los que no son considerados. Por eso nos habla también
de la búsqueda de la oveja perdida, mientras el resto se deja en el redil hasta
encontrarla. No es rebajarnos, es alcanzar la mayor grandeza y dignidad.
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