Analicemos
cuáles son los valores por los que nos movemos y busquemos lo que dé verdadera
madurez a nuestra vida
Ezequiel 16, 1-15. 60. 63; Is. 12, 2-3.
4bcd. 5-6; Mateo 19, 3-12
Es cierto que a nadie le gusta caminar
con una carga pesada sobre sus hombros, y si podemos nos la quitamos de encima;
hoy, por cierto, queremos aliviar nuestros trabajos y nos valemos de lo que sea
para lograrlo, y de lo que nos cuesta queremos liberarnos porque además nos
están educando en que solo buscamos lo fácil y el esfuerzo por alcanzar aquello
que es difícil lo rehuimos, porque pensamos que todo en la vida tiene que ir
por caminos de comodidad.
No todo esfuerzo tiene que ser un
calvario para nosotros, pero eso depende del sentido que le vamos dando a la
vida, de lo que valoremos el esfuerzo y la superación, de los deseos que
tengamos de alcanzar altas metas aunque sean costosas. ¿No estaremos
haciéndonos una sociedad de cómodos y débiles porque no valoramos el esfuerzo y
el sacrificio? Tendríamos que analizar mejor los valores por los que nos
movemos, el motor que de verdad mueve nuestra vida, las motivaciones que
ponemos en lo que hacemos.
¿No te gusta una cosa? Déjala a un
lado, tírala y busca algo nuevo, es un poco el estilo por el que nos estamos
manejando. Y ya ni nos preocupamos de cuidar las cosas que tenemos, porque si
se estropea sabemos que inmediatamente la podemos sustituir por otra. ¿Podemos
tener esto como norma de nuestra vida,
como la manera de hacer las cosas? Y esto ya no se refiere solo a las cosas
sino que será también en el trato de las personas, que parece que poco menos
que las utilizamos como cosas, que cuando no nos sirven las desechamos.
¿Qué pasa, por ejemplo, con lo que pasa
con los mayores que ya no nos son productivos sino que mas bien en su dependencia
pueden estar costándonos y por eso también los arrimamos a un lado en la
sociedad en la que vivimos, y si podemos los desechamos? Es mucha la amplitud
en variedad de situaciones que le podemos dar a esta reflexión que nos venimos
haciendo y a esa manera de actuar a la que nos vamos acostumbrando. ¿Cuál es
realmente el valor que le estamos dando a la persona? Es algo serio lo que nos
estamos planteando.
Pero esto no es nuevo, no pensemos que
nos lo hemos inventado en los tiempos modernos, aunque sin embargo parece que
se agravan estas situaciones. Hoy en el evangelio le están haciendo a Jesús
este planteamiento en relación al matrimonio. Es la pregunta clásica de todos
los tiempos. ¿Está bien o no eso de divorciarse? ¿Podemos o no podemos hacerlo?
Un planteamiento al que hoy se le quiere dar una solución fácil.
Pero Jesús quiere ir a algo más hondo y
nos recuerda donde está el origen del sentido del matrimonio. ‘¿No habéis leído
que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre’.
Es algo más que una pasión. ¿Nos lo
habremos planteado el matrimonio como un proyecto de vida que nace de un amor
profundo, como para dejarlo todo para compartir una vida? Y un proyecto de tal
envergadura no puede nacer solo del impulso de un momento, de una pasión que
nos ciega, de un instinto de la naturaleza sino que ha de nacer de lo hondo de
la persona poniendo buenos cimientos y comprometiéndoos seriamente en su
edificación y conservación de cada día.
Un proyecto es algo que tiene que ir
creciendo en cada momento, enriqueciéndose paso a pasa, realizándose en un
camino en comunión. Tendrá sus dificultades, encontraremos cosas que nos cuesta
realizar, nos exigirá un esfuerzo de superación, nos obligará a corregir las
desviaciones que puedan ir surgiendo en el desarrollo del proyecto, no olvidar
nunca y tener en cuenta siempre que es lo que estamos pretendiendo.
Pero claro en esta sociedad nuestra tan comodona, que se mueve tanto solo por lo que es fácil, un proyecto así le resulta costoso, como costoso ha sido también el poner unos buenos cimientos, pero que son necesarios para que el edificio no se nos venga abajo. Y costoso será el amor, y costoso será el aceptarnos mutuamente, y costoso es todo crecimiento para llegar a dar esos frutos de madurez.
Mucho tendríamos que reflexionar en este
sentido antes de estar buscando soluciones fáciles y rápidas que siempre nos
van a dejar secuelas en la vida.
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