Somos
ese nuevo templo de Dios, el que El quiere construir en nuestro corazón, como
lo hizo en María, que se convierta en señal de Dios para la humanidad
2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos
16, 25-27; Lucas 1, 26-38
Todos soñamos en la vida con tener una
casa, nuestra propia casa, donde habitar, donde sentirnos a gusto. Son los
esfuerzos de tantos a lo largo de su vida, porque queremos tener algo propio,
donde incluso en la medida que la vivimos vamos marcando nuestro propio ser,
que son nuestros gustos o que es incluso nuestro propio olor; algo propio de
todo ser vivo, los animales del campo tienen sus guaridas y los pájaros del
cielo se construyen sus nidos. Construimos nuestra propia casa que es algo más
que levantar unas paredes, es una morada y es un signo de nuestro vivir.
Nos acercamos a la primera lectura que
hoy se nos ofrece. Los israelitas que habitaban en tiendas en el desierto, una
vez que se establecieron en la tierra prometida fueron construyendo su morada;
hoy contemplamos que con el paso de la historia ya el rey David se había
construido su palacio en lo que era la capital de su reino, pero el Arca de la
Alianza, signo de la presencia de Dios entre ellos, aun moraba en una tienda,
llevada en muchas ocasiones de un lado para otro según sus conveniencias.
David quiso construir un templo para el
Señor, que fuera signo y señal de esa morada de Dios entre ellos. Pero Dios,
por medio del profeta, no se lo permitió. ‘¿Tú me vas a construir una casa
para morada mía?’ Recordándole lo que ha sido la propia historia personal
de David desde que el Señor lo sacó de entre los pastizales y las ovejas para
ser rey de Israel, ahora le dice el Señor, ‘el Señor te anuncia que te va a
edificar una casa… Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino… Tu casa y
tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre’. Otra
era la morada que Dios quería para hacerse presente entre ellos. Su reino sería
la señal.
En el evangelio encontramos la
respuesta. Era lo anunciado por los profetas y lo esperado no solo por el
pueblo de Israel sino por las naciones. Dios quiere morar entre nosotros, Dios
quiere hacerse en verdad Emmanuel, Dios con nosotros, y para eso se encarna en
las entrañas de María, para eso se hace el hijo de María, se hace hombre, y
será ya para siempre Dios con nosotros. ‘Estaré con vosotros hasta el final
de los tiempos’, les dirá a los discípulos.
Y eso es lo que vamos a celebrar. Para
eso nos hemos venido preparando a lo largo de todo el Adviento y llega el día y
la hora. Dios hecho hombre en el seno de María va a nacer en Belén. Tampoco
tendrá un templo a la manera que los hombres deseamos hacer, no tendrá ni una
casa material ni una posada que le acoja, porque va a nacer pobre entre los más
pobres; María y José tendrán que acogerse a un establo y allí Dios plantará su
tienda entre los hombres.
¿Qué nos está señalando hoy la Palabra
de Dios en este cuarto domingo, en las propias vísperas de la Navidad? Dios que
viene a buscar una morada para habitar entre nosotros está pidiéndonos nuestro corazón.
Como a María. El ángel del Señor con el mensaje de parte de Dios no solo se le
manifiesta a María, sino que está manifestándose a todos nosotros. Podemos
sentirnos poca cosa e indignos de esa embajada angélica, pero a nosotros también
quiere decirnos que somos los agraciados de Dios, somos los amados de Dios en
los que Dios quiere morar. Solo nos está pidiendo que le abramos las puertas de
nuestro corazón.
Dios ha puesto su mirada en nosotros
para seguir haciéndose presente en nuestro mundo. Dejémonos mirar por Dios,
porque su mirada siempre es una mirada de amor. Los antiguos decía que mirar a
Dios era morir, pero desde la presencia de Jesús entre nosotros sentirnos
mirados por Dios es comenzar a vivir. Sentirnos mirados por Dios, aunque en
nuestro humildad nos sintamos llenos de turbación porque consideramos nuestra
indignidad y nuestro pecado, es sin embargo la mayor alegría que podamos vivir
porque es sentirnos amados de Dios.
¿Cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuáles
van a ser las actitudes nuevas que van a nacer en nuestro corazón? ¿Cuál va a
ser la forma de nuestro acoger a Dios en nuestra vida para hacerlo vida ahora
en esta navidad? María que se sintió pequeña – aquí está la esclava del Señor,
serían sus palabras – al mismo tiempo se sintió engrandecida – porque el
poderoso ha hecho obras grandes en mí, que cantaría en el Magnificat – se puso
en camino.
Sabía bien que acoger a Dios, como ella
lo estaba haciendo en su propio seno, significaba poner en camino de amor y de
servicio, significaba compartir lo que llevaba en su seno para que fuera puente
de gracia también para los demás. La veremos caminar hacia casa de su prima
Isabel, pero con su presencia todo se va a llenar del Espíritu del Señor,
porque hasta el hijo de Isabel en sus entrañas saltará de gozo con la buena
nueva que significaba María en aquel hogar de la montaña.
¿Cómo nos vamos a poner nosotros en
camino en este mundo nuestro tan lleno de montañas de indiferencia, tan
confundido que incluso querrá celebrar la navidad sin hacer sentir la presencia
de Dios? Es de lo que nosotros tenemos que ser testigos, dar testimonio en
medio de ese mundo. Ojalá muchos sientan temblar su corazón con nuestra
presencia, porque con nuestra manera de hacer y de celebrar la navidad, con
nuestros gestos de amor y nuestro espíritu de servicio estemos haciendo más
presente a Dios en nuestro mundo. Somos ese nuevo templo de Dios, el que El
quiere construir en nuestro corazón, que se convierta en señal de Dios para la
humanidad. ¿Cómo lo vamos a hacer?
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