La
buena noticia de Jesús es su Pascua, el paso de Dios entre nosotros, haciéndose
Emmanuel, para traernos su salvación
1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 1a. 2-8
‘Eso que hemos visto y oído os lo
anunciamos…’ nos dice hoy san Juan casi al principio de su carta, ‘lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida’.
Todo son anuncios de gozo en estos días
para que la tierra se llene de alegría. Había sido el ángel el que le anunciaba
a María el Misterio de Dios que en ella había de realizarse. Luego fueron los
ángeles en la noche de Belén los que anunciaron a los pastores que ‘en la
ciudad de David les había nacido un Salvador’. Es el anuncio repetido a través
de los siglos siguiendo el mandato de Jesús para que todos los hombres
conociesen y alcanzasen la salvación. Son los anuncios llenos de música que en
estos días resuenan en nuestras casas, en nuestros templos y en nuestros
hogares con los villancicos que nos anuncian el Nacimiento de Dios hecho hombre
en Belén. Pero es el anuncio que nosotros también hemos de seguir haciendo,
porque lo que hemos visto y oído, lo que hemos palpado con lo más hondo de
nuestro corazón no se puede quedar en el olvido y todos han de ser participes
de esa salvación.
Pero ¿qué es lo que tenemos que
anunciar? No nos podemos quedar solo con parte de lo que en realidad tiene que
ser ese anuncio. Tenemos el peligro de infantilizar todo este misterio del
Emmanuel, del Dios con nosotros, que es lo que realmente estamos celebrando.
Nos detenemos, es cierto, a contemplar en estos días esa escena de Belén con el
nacimiento del Hijo de Dios y aquellas circunstancias que rodearon ese momento.
Es san Lucas el que más entra en detalles de ese momento, porque será el que
más en concreto nos hablará de ese lugar y de las circunstancias de ese
momento. Los demás evangelistas son parcos en la descripción del nacimiento de
Jesús porque el evangelio nos quiere
presentar es esa Buena Noticia de Jesús que nos trae la salvación.
Es muy significativo que a dos días del
nacimiento de Jesús, celebrando hoy a aquel discípulo tan amado de Jesús, como
para reposar su cabeza en su costado en la hora de la cena pascual, el
evangelio hoy nos trasporte, por así decirlo, al momento de la Pascua, al
momento de la resurrección del Señor. En aquellas circunstancias de las mujeres
que viene al sepulcro y se lo encuentran vacío, las carreras de aquellas buenas
mujeres para ir a anunciar a los discípulos escondidos en el cenáculo el vacío
del sepulcro que se habían encontrado, vemos como Pedro y Juan corren también
al sepulcro para encontrarse las mismas circunstancias del sepulcro vacío. Pero
allí, en lo que parecía un vacío porque no veían la presencia física del cuerpo
de Jesús, en aquellas vendas y sudario doblados en distintos lugares del
sepulcro, vieron y creyeron. Juan tras Pedro también entró al sepulcro vacío,
pero nos dice el evangelista que vio y creyó.
Es el que luego nos dirá que aquello
que vieron sus ojos y palparon sus manos no podían callarlo y tienen que
anunciarlo. El evangelio de Jesús no se queda en Belén, aun con todo lo que allí
aprendemos, la Buena Noticia de Jesús es su Pascua, es ese paso de Dios en
medio de nosotros, es Emmanuel, Dios con nosotros, para traernos la salvación.
Y es lo que tenemos que anunciar, es a donde tenemos que llegar, es lo que
hondamente tenemos que vivir. Es lo que en verdad va a centrar toda nuestra
vida.
No nos quedamos en la infancia de Jesús
sino que tenemos que contemplar todo el misterio de Cristo en su conjunto,
porque en consecuencia nos hagamos una religiosidad demasiado infantil y
excesivamente sentimental. Tenemos que dar el paso más allá para abarcar todo
el evangelio porque centramos nuestra vida en el misterio pascual de Cristo y
es lo que en verdad celebramos. No nos quedamos en lo que puede parecer la
anécdota más llamativa y más sentimental para comprender todo lo que es el
Evangelio.
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