Alegrémonos
con la auténtica alegría de la Navidad plantando a Jesús en nuestro corazón y
sembrando cada día más amor en el campo de nuestro mundo
Isaías 52, 7-10; Sal 97; Hebreos 1, 1-6;
Juan 1, 1-18
Alegrémonos, sí, es la palabra y el
sentimiento que más resuena en estos días. Pero alegrémonos no con una alegría
cualquiera, no con la que nos quieran imponer porque ahora toca, no la que
necesite de sucedáneos para mantenerse porque le falta fundamento, no una
alegría hueca que dentro no tiene nada. Es navidad y todos tienen que estar
alegres, no porque suenen unas músicas cada vez más chillonas, no porque las
luces nos hagan guiños con sus colores pero que en un momento dado se apagarán
y nos seguiremos quedando en oscuridad. Busquemos el sentido más hondo, más
permanente, más duradero, busquemos el verdadero sentido de esta alegría que no
va a ser solo para unos días y que no tiene fecha de caducidad.
Vayamos al misterio hondo que
celebramos. No hagamos paréntesis. Lo que sucede en Belén no es una imagen bucólica
para endulzarnos unos momentos de amargura ni es para que agucemos nuestro
sentido artístico y plasmemos bellos cuadros plásticos en nuestros belenes y
nacimientos. La luz que brota de belén es luz que tiene sentido de eternidad.
Es la que en verdad va a iluminar nuestras tinieblas, pero para que tengamos ya
luz para siempre y nosotros además seamos capaces de repartirla, porque no se
mengua al repartirla sino que se crece y nos va a dar la más honda alegría.
Ha aparecido la gloria y la gracia
de Dios. Resplandece la gloria y con
resplandor eterno que todo lo ilumina, se nos regala la gracia y de forma
gratuita, porque es el amor de Dios el que aparece sobre la tierra y el amor de
Dios es eterno para siempre, no tiene límites ni final. Cuando lo llegamos a
entender y lo comenzamos a vivir entonces aparecerá la verdadera alegría en
nuestros corazones, que no necesita sucedáneos y tiene fundamento para siempre.
Y eso lo contemplamos en el misterio de Belén.
Tenemos que detenernos y hacer callar
tantos ruidos bulliciosos que resuenan en nuestros oídos estos días. Vamos a
contemplar cuanto sucede en Belén pero trascendiendo más allá para meternos en
el misterio de Dios, hacemos silencio en el corazón para escuchar esa Palabra
que nos habla.
Esa Palabra que es Vida y que es Luz,
esa Palabra que está en Dios desde toda la eternidad y por la cual fueron
creadas todas las cosas, esa Palabra que viene a nosotros no para hacernos
soñar con ilusiones que puedan ser irrealizables sino esa Palabra que viene a
darnos vida y ponernos en la realidad de la vida verdadera, esa Palabra que
planta su tienda entre nosotros porque en nosotros quiere ser para siempre
Emmanuel, Dios con nosotros. Es el misterio de la Navidad que tan maravillosa y
profundamente nos describe el evangelio de san Juan.
Cuando ya no solo contemplamos tan
maravilloso misterio sino que vamos haciéndolo vida en nosotros – en nosotros
planta su tienda – van desapareciendo las tinieblas que nos abruman y las
tristezas que nos amargan, van encendiéndose nuevas luces en nuestro corazón,
comenzaremos nuevos caminos y nuevas tareas porque esa luz tenemos que
repartirla, porque ese mundo tenemos que hacerlo distinto, porque ya no podemos
permitir que la vanidad nos engatuse y nos engañe o el orgullo nos engulla,
porque entenderemos que nuestras relaciones han de tener para siempre otra dimensión.
Comenzaremos, sí, a envolvernos en esa
espiral del amor y de la fraternidad que cada vez más ha de ir ‘in
crescendo’ para envolver al mundo con la paz. Comenzaremos a entendernos y
a dialogar de forma sincera, a dejar atrás viejas cuentas y resentimientos
porque entendemos el gozo que significa el perdón como fuerza para comenzar
algo nuevo, a sentirnos todos igual de débiles pero con algo nuevo en el corazón
que nos hace fuertes para mantener esa nueva unión que se convertirá en
creadora de vida.
Navidad entonces no será un paréntesis
de unos días para que todo luego siga igual, sino que será punto de partida de
una vida nueva que brota en nosotros y que necesitamos llevar también a los
demás. Y eso sí que nos dará una alegría honda y duradera, que contagia de
verdad aunque no se impone, que nos hace a todos tener un nuevo brillo en los
ojos y una felicidad que se desborda de nuestros corazones. Es que hemos puesto
en el centro de nuestro corazón a Jesús, que es el verdadero motor de vida
nueva en nosotros.
Eso es de verdad Navidad. Así tendrá un
nuevo sentido nuestra navidad y lo será cada día en que sintiendo a Dios en
nuestro corazón sembremos más amor en el campo de nuestro mundo.
Así diremos con sentido, ¡Feliz
Navidad!
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