Cuando
damos desde el corazón, ya no solo estamos dando cosas, estamos dándonos a
nosotros mismos, estamos ofreciendo lo mejor de nosotros
Gálatas 5, 1-6; Sal 118; Lucas 11, 37-41
Dicen que hay
que cuidar mucho la presentación. Nos lo decían de estudiantes cuando teníamos
que presentar un trabajo, en el que por supuesto teníamos que preocuparnos del
contenido, porque eso era lo esencial, pero nos decían también que la
presentación puntuaba. Algunas veces podíamos descuidar los contenidos preocupándonos
excesivamente de la presentación.
Cuidamos en
la vida mucho la presentación y no solo ya de las cosas, sino que nosotros
mismos, porque nos cuidamos de no dar mala imagen; hay quien se preocupa hasta
el exceso de vestidos y tocados, de combinaciones de colores que estén a juego,
o de la buena cara que tenemos que poner y así no sé cuantas cosas. Hoy que nos
relacionamos mucho por las redes sociales y solo nos conocemos por aquella
imagen que demos con la fotografía que pongamos, o con los mensajes que
trasmitamos, hay gente que te dice ya de entrada apenas te ve una ve que está
muy bien, que le gustas, que quiere ser amigo tuyo, y no sé cuantas cosas más.
Pero
¿podremos conocer a las personas así a lo tan ligero? ¿No podría suceder como
con aquellos trabajos de los que hablamos al principio esta introducción en que
se nos decía que teníamos que cuidar la presentación, pero quizás nosotros nos olvidábamos
del contenido que tendría que tener nuestro trabajo? ¿Andaremos muchas veces
con demasiada superficialidad, solo desde lo externo sin llegar a conocer de
verdad el corazón de las personas? Estas cosas tendrían que darnos para pensar.
¿Qué es lo que realmente buscamos? ¿Qué
es lo que de nosotros mismos estamos ofreciendo a los demás?
Cuando no
somos capaces de darle profundidad a nuestra vida nos volveremos quisquillosos
para con los demás; nuestra mirada se vuelve también superficial; nos quedamos
en la vanidad de las apariencias pero al mismo tiempo nos volvemos crueles en
nuestro juicio de los otros. Aquello que no somos capaces de tener en nosotros
mismos sin embargo quizá se lo exigimos a los demás y lo criticamos en los
otros. Por eso hemos de tener mucho cuidado con los juicios que hacemos, porque
quizás nos estamos delatando de la pobreza y del vacío que llevamos y que hay
dentro de nosotros.
Hoy hemos
escuchado en el evangelio que alguien invita a Jesús a comer a su casa. Parece
una cosa buena, pero la actitud que lleva en su interior le está delatando
porque pronto se pone a hacer juicio de la manera de actuar de Jesús. ‘Se
sorprendió de que Jesús no se lavara las manos antes de comer’. Era,
parece, lo importante para él, que podía estar incluso por encima de aquel
gesto de hospitalidad que estaba ofreciendo por otra parte a Jesús al invitarle
a comer. ¿Qué era realmente lo más importante en aquel momento? ¿Importaba la
persona a la que estaba acogiendo en su casa o era más importante el rito de
lavarse las manos en sus afanes purificatorios? ¿No está manchando realmente su
corazón con aquel juicio que en su interior estaba haciendo del mismo Jesús?
Jesús lo
desenmascara. Le dais más importancia a lavar los vasos y los platos por fuera
que lo que pueda haber en el interior, le viene a decir Jesús. La presentación,
pero no el contenido, como decíamos antes. Jesús le da más importancia al
contenido del corazón. ‘Dad limosna de lo que lleváis dentro, y lo tendréis
limpio todo’, les dice Jesús.
Cuando damos
desde el corazón, ya no solo estamos dando cosas, estamos dándonos a nosotros
mismos, estamos ofreciendo lo mejor de nosotros, y de ahí vendrá el respeto y
la valoración que tengamos de los demás, ahí estaremos descubriendo también
toda la riqueza interior que puede tener el otro y que nos enriquece a nosotros
también.
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