Reguemos
el corazón con el agua del Espíritu; limpiémoslo de malezas quemándolas en el
fuego ardiente del amor; abramos los ojos del corazón para leer las señales de
Dios
Gálatas 4, 22-24. 26-27. 31 – 5, 1; Sal 112;
Lucas 11, 29-32
Dime que me
amas, demuéstrame que me amas, le pide una y otra vez el enamorado a su
enamorada (al revés, da igual, porque lo que importa son las pruebas que le
pide el uno al otro) y no termina de ver cuánto es el amor que siente. Pero si
yo estoy aquí, a tu lado, cuantos regalos te he hecho, cuantos signos del amor
que te tengo te he manifestado tantas veces. Pero no terminamos de ver, porque
ha entrado la desconfianza en el corazón y todo lo corroe, hasta lo más hermoso
como es el amor.
Es lo que
Jesús les está diciendo en aquella ocasión en que se encuentra rodeado de mucha
gente. Habrá quien os lo eche en cara porque no habéis querido ver las señales.
Pedían signos, pedían milagros, no eran capaces de darse cuenta de quien estaba
ante ellos. Allí estaba su Palabra llena de autoridad, alguna vez lo habían
reconocido, ‘nadie habla como él’, se decían algunos. Pero aquella
sabiduría de Dios no penetraba en sus corazones, porque los tenían cerrados.
¿Prejuicios?
¿Maldad para mal interpretar? ¿Querer ver segundas intenciones donde todo es
clarividente? ¿Incomodo porque aquella palabra era exigente y obligaba a
cambiar muchas cosas desde dentro, desde el corazón? Eran más fáciles los
cumplimientos, que se les dieran las reglas detalladas, no sabían apreciar la
libertad de los hijos de Dios que se les ofrecía. No querían sumergirse en
aquel mar de amor.
Los ninivitas
habían creído solamente escuchando la palabra de Jonás, supieron descubrir las
señales de Dios en aquel profeta que recorría la ciudad, aun cuando tanto le
había costado iniciar la tarea pues antes había emprendido la huida; muchas
cosas le habían sucedido al profeta que luego se habían convertido en un signo
para los habitantes de Nínive y aceptaron su palabra. Ahora les dice Jesús, el
Hijo del Hombre será la señal para esta generación. Pero les costará leer las
señales. En lo mismo que hicieron con Jesús estaban las señales que no
terminaban de ver.
Aunque
algunas habían dicho en alguna ocasión que nadie hablaba como Jesús, no terminaron
de ver la Sabiduría que venía de Dios. Lo había reconocido un día Nicodemo
porque nadie podía hacer ni hablar lo que Jesús hacía y decía si Dios no estaba
con El. La reina del Sur había venido de lejos para escuchar y saborear la
sabiduría de Salomón, y allí estaba alguien que era más que Salomón, porque era
la Palabra que es luz y que es vida, la Palabra de Dios que plantaba su tienda
entre nosotros, por no quisieron recibir la luz, las tinieblas la rechazaron,
como rechazaban su Sabiduría y seguían sin embargo pidiendo signos.
¿Y nosotros seremos
capaces de ver esas señales, saborear esa Sabiduría de Dios que nos ofrece
Jesús? preferimos sabidurías humanas, queremos seguir diciendo que Jesús es
solamente un hombre, no terminamos de comprender toda la magnitud de la entrega
de Jesús. Y oímos pero no escuchamos; y la semilla cae sobre nosotros como
tierra endurecida por el paso del caminante o estamos tan llenos de pedregales
o de zarzales que no dejamos que germine y crezca de verdad en nuestra vida. Pensemos
cuál es la dureza que sigue habiendo en nuestro corazón.
Dejemos regar nuestra tierra por el agua del Espíritu; limpiemos de malezas nuestro corazón quemándolas en el fuego ardiente del Espíritu; abramos los ojos de nuestro corazón para saber leer esas señales de Dios que cada día pone ante nuestros ojos, ante nuestra vida.
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