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lunes, 10 de octubre de 2022

Reguemos el corazón con el agua del Espíritu; limpiémoslo de malezas quemándolas en el fuego ardiente del amor; abramos los ojos del corazón para leer las señales de Dios

 


Reguemos el corazón con el agua del Espíritu; limpiémoslo de malezas quemándolas en el fuego ardiente del amor; abramos los ojos del corazón para leer las señales de Dios

Gálatas 4, 22-24. 26-27. 31 – 5, 1; Sal 112; Lucas 11, 29-32

Dime que me amas, demuéstrame que me amas, le pide una y otra vez el enamorado a su enamorada (al revés, da igual, porque lo que importa son las pruebas que le pide el uno al otro) y no termina de ver cuánto es el amor que siente. Pero si yo estoy aquí, a tu lado, cuantos regalos te he hecho, cuantos signos del amor que te tengo te he manifestado tantas veces. Pero no terminamos de ver, porque ha entrado la desconfianza en el corazón y todo lo corroe, hasta lo más hermoso como es el amor.

Es lo que Jesús les está diciendo en aquella ocasión en que se encuentra rodeado de mucha gente. Habrá quien os lo eche en cara porque no habéis querido ver las señales. Pedían signos, pedían milagros, no eran capaces de darse cuenta de quien estaba ante ellos. Allí estaba su Palabra llena de autoridad, alguna vez lo habían reconocido, ‘nadie habla como él’, se decían algunos. Pero aquella sabiduría de Dios no penetraba en sus corazones, porque los tenían cerrados.

¿Prejuicios? ¿Maldad para mal interpretar? ¿Querer ver segundas intenciones donde todo es clarividente? ¿Incomodo porque aquella palabra era exigente y obligaba a cambiar muchas cosas desde dentro, desde el corazón? Eran más fáciles los cumplimientos, que se les dieran las reglas detalladas, no sabían apreciar la libertad de los hijos de Dios que se les ofrecía. No querían sumergirse en aquel mar de amor.

Los ninivitas habían creído solamente escuchando la palabra de Jonás, supieron descubrir las señales de Dios en aquel profeta que recorría la ciudad, aun cuando tanto le había costado iniciar la tarea pues antes había emprendido la huida; muchas cosas le habían sucedido al profeta que luego se habían convertido en un signo para los habitantes de Nínive y aceptaron su palabra. Ahora les dice Jesús, el Hijo del Hombre será la señal para esta generación. Pero les costará leer las señales. En lo mismo que hicieron con Jesús estaban las señales que no terminaban de ver.

Aunque algunas habían dicho en alguna ocasión que nadie hablaba como Jesús, no terminaron de ver la Sabiduría que venía de Dios. Lo había reconocido un día Nicodemo porque nadie podía hacer ni hablar lo que Jesús hacía y decía si Dios no estaba con El. La reina del Sur había venido de lejos para escuchar y saborear la sabiduría de Salomón, y allí estaba alguien que era más que Salomón, porque era la Palabra que es luz y que es vida, la Palabra de Dios que plantaba su tienda entre nosotros, por no quisieron recibir la luz, las tinieblas la rechazaron, como rechazaban su Sabiduría y seguían sin embargo pidiendo signos.

¿Y nosotros seremos capaces de ver esas señales, saborear esa Sabiduría de Dios que nos ofrece Jesús? preferimos sabidurías humanas, queremos seguir diciendo que Jesús es solamente un hombre, no terminamos de comprender toda la magnitud de la entrega de Jesús. Y oímos pero no escuchamos; y la semilla cae sobre nosotros como tierra endurecida por el paso del caminante o estamos tan llenos de pedregales o de zarzales que no dejamos que germine y crezca de verdad en nuestra vida. Pensemos cuál es la dureza que sigue habiendo en nuestro corazón.


Dejemos regar nuestra tierra por el agua del Espíritu; limpiemos de malezas nuestro corazón quemándolas en el fuego ardiente del Espíritu; abramos los ojos de nuestro corazón para saber leer esas señales de Dios que cada día pone ante nuestros ojos, ante nuestra vida.

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