No
nos escondamos de la luz, no tengamos miedo a la verdad que nos ofrece Cristo
para llenarnos así de su sabiduría y sentirnos inundados de su vida, vivir su
misma vida
Efesios 1,1-10; Sal 97; Lucas 11,47-54
Nos molesta
la verdad, queremos ocultarla; la verdad denuncia nuestra mentira, nos descubre
las oscuridades que nos envuelven, nos hace ser conscientes de la maldad que
puede haber en nuestro corazón, pone al descubierto las vanidades con las que
queremos ocultar el vacío de nuestra vida. Queremos acallarla, porque nos pone
el dedo en la llaga al enfrentarnos con las incongruencias con que vivimos la
vida.
El que tiene
la habitación desordenada cierra las ventanas y apaga la luz para que no se vea
el desorden, utiliza pantallas que oculten en las esquinas todo lo que no está
en su sitio; así queremos que no se sepa el desorden que hay en nuestro
interior, ponemos pantallas de apariencias que traten de disimular las incongruencias
en las que muchas veces andamos metidos, manipulamos lo que sea necesario para
que no se descubra la falsedad en que vivimos. Que no se encienda la luz, que
no de descubra la verdad, que podamos mantener las apariencias que nos pueden
dar un prestigio o un poder.
Ha sucedido
siempre y sigue sucediendo, pero eso no nos disculpa de nuestro miedo la
verdad. Necesitamos de una vez por todas ser sinceros y ser congruentes, aunque
tengamos que reconocer que hay sombras en nuestra vida que tenemos que
iluminar.
Por eso
rechazaban a Jesús, porque les hacía encontrarse con su propia realidad, porque
la verdad de su palabra era una denuncia para tantas vanidades y para tantas
incongruencias, porque la rectitud de su vida y su presencia de alguna manera
los dejaba desnudos de esas apariencias que querían ocultar sus manipulaciones
y afanes de dominio y de poder. Como hemos escuchado hoy en el evangelio
trataban de quitarlo de en medio, buscaban la manera de acabar con El, hacían
todo lo posible por desprestigiarlo y buscaban y buscaban preguntas capciosas
con las que confundirlo o confundir también a la gente para que no creyera la
palabra de Jesús, pero la verdad de Jesús se afianzaba más y más. Era la lucha
de las tinieblas contra la luz que los llenaba de odio y de violencia.
Ante nosotros
tenemos este pasaje del evangelio que en algún momento nos puede parecer duro
por la forma clara que tiene Jesús de hablarles y de denunciarles lo que no
estaba bien en sus vidas. Pero esto tendría que hacernos pensar en cómo
nosotros escuchamos y aceptamos la palabra de Jesús y nos dejamos iluminar por
su luz.
Somos débiles
y muchas veces nos pueden envolver también las tinieblas, nos podremos llenar
de dudas, o habrá momentos en que nos costará aceptar con humildad que no somos
todo lo congruentes que tendríamos que ser con la fe que decimos que
profesamos. Podemos tener también la tentación de llenarnos de vanidades y
apariencias, mientras nuestro corazón maleado por muchas cosas puede estar muy distinto
de ese evangelio en el que decimos que creemos.
Seamos, pues,
humildes y sepámonos siempre buscadores de la verdad que solo vamos a encontrar
en Jesús. Esa verdad, es cierto, que muchas veces se puede volver exigente con
nuestra vida para que no andemos solamente con remiendos sino que en verdad
lleguemos a vestir ese traje nuevo de la gracia, nos convirtamos en ese odre
nuevo que pueda contener ese vino nuevo.
Nos exigirá
en muchos momentos radicalidad en el cambio que tenemos que realizar en nuestra
vida, no tengamos miedo, no volvamos la vista atrás porque quien pone la mano
en el arado y vuelve la vista atrás no será capaz de seguir el surco de Cristo,
porque eso nos dirá que no seríamos dignos de El. Desprendámonos de esos
ropajes viejos del hombre viejo para que en verdad podamos ser ese hombre
nuevo. No nos escondamos de la luz, no tengamos miedo a la verdad, no temamos
enfrentarnos a la verdad que nos ofrece Cristo para llenarnos así de su
sabiduría, podremos entonces sentirnos inundados de su vida, vivir su misma
vida.
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