El
Bautista hace oír su voz en su martirio, no temamos emprender caminos de
fidelidad, de compromiso en el amor, de rectitud de vida para que como El
seamos en verdad testigos
1Corintios 2,1-5; Sal 118; Marcos 6, 17-29
La figura de
Juan Bautista tiene amplia presencia en la liturgia de la Iglesia. No solo
celebramos la fiesta de su natividad, su nacimiento, el 24 de Junio, sino que
ahora de nuevo la liturgia nos lo
presenta en su martirio que hoy celebramos. Pero es abundante su presencia
sobre todo el tiempo de Adviento, porque como Precursor que fue del Mesías, es
la gran figura que nos prepara para la celebración de la venida del Señor, así
prácticamente todo lo que el evangelio nos dice de la figura del Bautista
quedará reflejado en las distintas celebraciones que vivimos en ese momento
litúrgico.
Si grandes
fueron las grandes fiestas que el pueblo cristiano celebra en su nacimiento con
muchas tradiciones en el pueblo cristiano según los distintos lugares, hoy al
celebrar su martirio, que además en diversos momentos de la lectura continuada
del evangelio nos aparecerá a lo largo del año, ahondamos en el significado
hondo de su vida y de su muerte.
Era, es
cierto, la voz que clamaba en el desierto preparando los caminos del Señor,
como incluso los profetas habían anunciado, pero ahora se nos convierte en el
testigo. Era la voz, no era la Palabra, pero era el profeta cuya vida se
convertía en un signo por la austeridad con que vivía, pero también por la
fidelidad a esa Palabra que el anunciaba como inminente, una fidelidad que le
llevaba hasta las ultimas consecuencias, pues fue capaz de dar su vida por esa
fidelidad.
Si El quería
que los caminos del Señor se enderezasen y para eso proponía caminos de
conversión para ser capaces de entrar en un ámbito nuevo de amor y de justicia,
era lo que pedía a quienes venían a él para ser bautizados, recordemos lo que a
cada uno de forma concreta decía, no podía denunciar allí donde estaba el mal
porque era necesario llevar ese camino de conversión hasta las ultimas consecuencias.
Pero ya
sabemos, como bien nos lo refleja el evangelio desde el principio, las
tinieblas rechazaban luz, y cuando la luz brilla en lo alto para señalarnos los
caminos que hemos de tomar, o las cosas oscuras que de nosotros tenemos que
arrancar, y eso le sucedió con Herodes. Aunque ladinamente decía que respetaba
a Juan y quería escucharlo, sin embargo incitado por la mujer con la que
convivía metió a Juan en la cárcel. No cejaría Herodías, en las tinieblas en
que estaba envuelta, en tramar lo que fuera necesario para quitar de en medio
la luz, a quien era testigo de la luz, a quien con su luz denuncia lo maligno
de su convivencia, hasta que lo logró.
Es lo que nos
relata hoy el evangelio, que no es necesario que lo repitamos con detalle.
Después de aquella fiesta en la que Herodes se vio envuelto en sus propias
incongruencias y respetos humanos, llegaría finalmente la cabeza de Juan en una
bandeja como tanto deseaba Herodías y como había pedido la bailarina. Ahí
tenemos al testigo, ahí tenemos el testimonio de Juan por la verdad sellado con
su propia sangre. Es lo que hoy estamos celebrando.
Si tanto
contemplamos la figura del bautista, si tanto lo celebramos por otra parte en
las diversas fiestas y celebraciones en su honor, tendríamos que preguntarnos
si nosotros queremos escuchar esa voz, si nosotros en verdad preparamos nuestro
corazón para sentir y vivir la presencia de Dios en nuestra vida, si en verdad
tenemos la valentía de ser auténticos testigos de la luz en medio de los que
nos rodean.
¿Acaso nos
dejamos acobardar por nuestras incongruencias o por los respetos humanos? ¿Acaso
tanto nos cegamos para no ver ni querer recibir la luz? Es cierto que hay
debilidades en nuestra vida que muchas veces intentan hacer opaca la luz de la
que tenemos que ser testigos, pero no temamos emprender caminos de fidelidad,
de compromiso en el amor, de rectitud en nuestra vida aunque nos cueste. En
nosotros está la fortaleza del Espíritu del Señor.
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