Dejemos
actuar a Jesús, dejémonos liberar por El y podremos asombrarnos del poder y de
la autoridad de su Palabra en mi vida, verdadero evangelio para nosotros
1Corintios 2, 10b-16; Sal 144; Lucas 4,
31-37
En un mundo
en que escuchamos muchas palabras, disfrutamos cuando escuchamos a alguien que
habla bien. Me explico, no se trata de quien habla correctamente usando las
palabras y el lenguaje de manera bella – lo que es también un encanto frente a
tantas perversiones del lenguaje -, sino queremos referirnos a quien habla
certeramente, al que es auténtico y creíble en sus palabras, al que habla con
ideas y pensamientos que convencen y que elevan el espíritu, lo que trata de
transmitirnos por supuesto es algo recto y bueno, sino que además nos ilusiona
con su verdad y con los planteamientos que nos hace.
Escuchamos
demasiadas palabras falaces, mucha
palabrería, cantos de sirena que tratan de engañarnos presentándonos su
verdad como verdad única, cuando descubrimos cuánto de partidismo y también de
falsedad hay detrás de esas palabras, cómo detrás de palabras bonitas hay mucho
de engaño y de mentira porque realmente no lo vemos reflejado en sus vidas.
Hoy nos ha
dicho el evangelio que la gente estaba encantada con Jesús, se admiraban de las
palabras que hablaba, y lo que más les convencía es que lo hacía con autoridad.
Estaban cansados quizás de escuchar las mismas cosas a los maestros de la ley y
que lo que les enseñaban no les llenaban el espíritu. Cuando escuchan a Jesús
se entusiasmaban, sus corazones se llenaban de esperanza, y veían signos y
señales del cumplimiento de lo que les anunciaba cuando les hablaba del Reino
de Dios. Eran los signos y señales que
realizaba.
‘Se quedaban asombrados de su
enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad’, nos comenta el evangelista. Y cuando cura a aquel
hombre poseído por el espíritu del mal que estaba allí en medio de ellos en la
sinagoga, su asombro llegaba al máximo. ‘Quedaron todos asombrados y
comentaban entre sí: ¿Qué clase de palabra es ésta? Pues da órdenes con
autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen. Y su fama se difundía por
todos los lugares de la comarca’.
En verdad era una buena noticia lo que
estaban escuchando, evangelio. Así se había presentado Jesús como esa buena
noticia, como ese evangelio de vida para todos cuando anunciaba el Reino de
Dios. ¿Será así cómo nosotros lo escuchamos?
Se suele decir que no hay noticia más
vieja que la de ayer. Ya dejó de ser noticia. Lo que es noticia implica
novedad, inmediatez; es lo que nos llega hoy, es lo que nos llega ahora y de
alguna manera nos sorprende. Vamos a escuchar los noticieros en la radio o en
la televisión para escuchar las últimas noticias, acudimos al periódico para
leer cuales son las últimas noticias; algunas veces no nos valen las cosas
impresas, porque ha tenido que pasar un tiempo en la impresión y ya han llegado
posteriormente otras nuevas noticias; hoy con los modernos medios de
comunicación, con Internet estamos al tanto y al minuto de lo que sucede en
cualquier parte del mundo.
Pero nosotros decimos que el evangelio
es buena noticia. Alguien podría pensar fue noticia en otro tiempo o en otro
lugar, y ya nos puede parecer viejo, ya nos puede parecer que no es noticia.
Qué equivocados estamos, el evangelio sigue siendo esa buena noticia que hoy y
ahora llega de parte de Dios a nuestra vida. No lo vamos a escuchar como un
relato de otro tiempo o de otro momento, sino que tenemos que descubrir ahí lo
que aquí y ahora el Señor quiere decirnos; dejarnos sorprender por el evangelio,
dejarnos sorprender por esa Palabra de Dios que es una Palabra viva y que ahora
nos llena de vida.
En ese relato del evangelio tenemos que
ver el actuar de Dios ahora en mi vida y en mi mundo, y que quizás tiene que
realizarse a través de mí. Esa es la maravilla. Nos ha hablado hoy de la
Palabra y enseñanza de Jesús pero también de los signos de liberación que
hacía; nos está hablando ahora Jesús de esos signos de liberación que sigue
haciendo en mi vida, si dejo que Dios actúe en mí; aquel hombre de la sinagoga
en principio parecía que rechazaba a Jesús, pero cuando Jesús actuó en él con
toda su autoridad, la vida de aquel hombre cambió.
Es lo que tiene que suceder ahora en mí. También hay un mal en nuestro corazón que nos domina, y del que Jesús quiere liberarnos. Dejemos actuar a Jesús, dejémonos liberar por Jesús y podremos asombrarnos del poder y de la autoridad de Jesús en mi vida. Ojalá terminemos esta reflexión como aquellas gentes del evangelio, alabando a Jesús porque le hemos visto actuar en nosotros. La Palabra de Jesús no es una palabra falaz sino una Palabra llena de verdad y de vida.
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