Dejémonos
conducir e iluminar por el Evangelio y encontraremos así la verdadera
liberación que Jesús nos viene a traer dando sentido y valor nuevo a nuestra
vida
1Samuel 1, 9-20; Sal.: 1Sam 2, 1-8; Marcos
1, 21-28
Hay cosas en
la vida que nos oscurecen el alma y nos dejan obnubilados y como sin sentido.
Una enfermedad que nos aparece de sorpresa en la vida cuando nos parecía que
más sanos estábamos nos deja descolocados, nos hace hacernos muchas preguntas,
nos ciega para no saber encontrar una luz y una respuesta.
Es el dolor físico
que nos produce la enfermedad, pero son otros dolores los que se nos meten en
el alma cuando nos llenamos de dudas y preguntas ante lo inesperado, ante la
incertidumbre del futuro que nos espera, ante la incapacidad e invalidez espiritual
para afrontar esa nueva situación que se nos presenta en la vida. Mucha madurez
humana se necesita para afrontar situaciones así, pero muchos valores bien
madurados que nos den fortaleza interior, pero que no siempre quizá sabemos
encontrar en el momento adecuado.
Hablamos de
la enfermedad como experiencia propia, pero podemos hablar de tantos tipos de
sufrimiento, no ya en nosotros sino que contemplamos en los demás y que de la
misma manera nos deja también descolocados en la vida. Como puede ser un
accidente que todo nos lo cambia, una muerte súbita e inesperada de un ser
querido y apreciado, muchas cosas que nos oscurecen la mente y nos dejan como
sin sentido en la vida.
Esa
inestabilidad emocional que se nos produce en nuestro interior nos puede llevar
a unas actitudes de rechazo de todo lo que nos rodea, hasta de la vida misma,
todo se nos vuelve como un sin sentido; incluso podemos ponernos en contra de
lo bueno que nos rodea, porque quizá no soportamos que otros tengan vida,
mientras nosotros nos vemos tan mermados en nuestras posibilidades; hasta una
mano que se acerca compasiva a nosotros podemos rechazarla porque así nos vemos
tan envueltos por el mal que ya no vemos esperanza. Mucha amargura se nos puede
meter en el alma.
¿Dónde está
Dios? nos podemos preguntar, pregunta que surge incluso en aquellos que antes
podían parecer más creyentes. Es un mundo amargo, son situaciones difíciles,
son momentos oscuros en que nos cuesta encontrar algún atisbo de luz. Pero
¿todo está perdido? Como creyente que ahora me estoy haciendo esta reflexión,
desde cosas que puedan suceder en mi espíritu o de lo que contemplo en los
demás, nuestra respuesta es que tenemos que buscar la luz, una luz que no nos
fallará muchas que nos parezcan las oscuridades. No me queda otra que mirar a
Jesús, que mirar el evangelio.
En el pasaje
de hoy se nos dice que la gente estaba asombrada porque enseñaba con autoridad.
Pero esa autoridad de Jesús, llamémosla así, se va a manifestar con ocasión de
un hombre que hay en medio de la asamblea y que está absorbido por ese espíritu
del mal. Endemoniados, los llamaban entonces; podemos hablar de enfermedades
mentales, o enfermedades del espíritu, o tenemos que reconocer que mal hace ese
daño en nuestro espíritu. Y aquel
hombre, en la presencia de Jesús y al escuchar su palabra manifiesta su
rechazo. ¿Qué quieres de nosotros, qué quieres de mí?, viene a preguntar más o menos con este sentido. ‘¿Qué
tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
‘¡Cállate y sal de él!’, le dice Jesús, y aunque aquel hombre se ve como
retorcido por el mal que lo poseía, se vio liberado de él, se vio curado. Es
cuando la gente de nuevo, y ahora con un sentido más hondo, reconoce la
autoridad de la Palabra de Jesús. ‘¿Qué es esto? Una enseñanza nueva
expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen’.
Se manifiesta así la verdadera
liberación que Jesús nos viene a traer. No es solamente curarnos del mal de la
enfermedad, sino es curarnos y sanarnos desde lo más hondo de nosotros mismos.
No es la enfermedad la que en el fondo nos desestabiliza, sino que algo nos
falta en nuestro interior, o algo malo hemos dejado meter dentro de nosotros
que no nos hace encontrar la luz, el
valor, la fortaleza, esos valores que tanto necesitamos para construir sobre
verdaderos pilares nuestra vida. Y eso lo vamos a encontrar en Jesús.
Dejémonos conducir e iluminar por el
Evangelio. Vayamos contemplando el camino de Jesús pero vayamos escuchando allá
en lo más hondo de nosotros mismos su Palabra que día a día va a venir a
nosotros. Dejemos que esa buena semilla se vaya sembrando en nuestro corazón y
veremos cómo comenzarán a florecer unos nuevos valores en nuestra vida, que nos
darán motivos para vivir, fuerza para luchar, luz para nuestro caminar.
Sentiremos que no caminamos solos envueltos en dudas y oscuridades porque junto a nosotros está el Señor, nuestro corazón se va a ver inundado de su gracia y caminaremos por esos caminos del Evangelio, por esos caminos del nuevo Reino de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario