Desde
el silencio un grito resuena en el cielo señalando a Jesús en el Jordán como el
Hijo amado de Dios y haciéndonos a nosotros participes de esa misma vida divina
Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10,
34-38; Lucas 3, 15-16. 21-22
El bautismo
de Jesús que hoy celebramos es un grito después del silencio. Han pasado los
años de silencio de Nazaret. Aquel niño en torno a cuyo nacimiento se
manifiestan los cánticos de los coros celestiales, tras unos breves episodios
en que los evangelistas nos hablan de algunos hechos de su infancia, su presentación
en el templo, su huida a Egipto, su presencia en el templo en medio de los
doctores a los doce años, marcha a Nazaret donde en silencio se desarrolla su
vida, sujeto a sus padres como la de cualquier niño o cualquier joven que como
resume el evangelista crece en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
Pero por demás, silencio.
Ahora acude a
la orilla del Jordán, como tantos acuden de todas partes para escuchar al
profeta que bautiza preparando los caminos del Señor y en un bautismo general
se pone en la fila de los pecadores que quieren mostrar su penitencia y
conversión. Uno de los evangelistas nos pondrá un breve diálogo entre Jesús y
Juan el Bautista que quiere negarse a bautizarlo porque reconociéndolo siente
que es él, Juan, quien ha de ser bautizado por Jesús; ya lo hará con su sangre.
Haz ahora lo que tienes que hacer, son las indicaciones de Jesús, y después
de ser bautizado, estando Jesús en oracion
será el momento del grito del cielo. ‘Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me
complazco’, se oye la voz del cielo mientras se manifiesta la gloria del
Señor, sobre El se posará el Espíritu Santo en la apariencia de una figura de
paloma.
Es el grito del cielo después del
silencio de Nazaret que nos manifiesta quien es Jesús; es el grito del cielo
que nos lo señala como el Hijo amado de Dios. Es el grito del cielo que nos
despierta a la fe y a la esperanza para ponernos en camino de vida nueva. Es el
grito del cielo que se convierte en Buena Noticia, en Evangelio que ha de ser
anunciado y que finalmente tendrá que resonar hasta los confines de la tierra.
Es el grito del cielo con que comienza a realizarse sobre la tierra el nuevo
Reino de Dios, que como en un eco resonará en las palabras de Jesús cuando más
tarde comience a predicar anunciándonos la llegada del Reino de Dios pero pidiéndonos
conversión para creer en esa Buena Noticia. Comenzará el tiempo nuevo en que la
Palabra que había plantado su tienda entre nosotros comenzará a resonar con
fuerza y es la que tenemos que escuchar en nuestros corazones.
El Bautista lo había anunciado. ‘Yo
os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco
desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y
fuego’. Por eso lo señalará más tarde. ‘El que me envió a bautizar me
había dicho que aquel sobre quien veas bajar el Espíritu del cielo es el que
bautizará con el Espíritu Santo’. Así lo señalará a sus discípulos como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Un significado hermoso tiene esta
fiesta del Bautismo del Señor con la que concluimos todas las celebraciones de
la Navidad y de la Epifanía del Señor. Es la culminación de la Epifanía, pues
si la estrella había llevado sus resplandores ya por los cielos para que los
gentiles recibieran el primer anuncio, ahora será allí en medio del pueblo que
esperaba el Mesías donde resuena ese grito, donde resuena esa Buena Noticia de
que Jesús es el Hijo de Dios y nuestra salvación, porque es el Cordero de Dios
que viene a quitar el pecado del mundo.
Escuchamos hoy nosotros el grito de esa
voz que resonó allí en las orillas del Jordán. La luz ha comenzado a brillar
muy fuerte para traernos vida, aunque no todos la acepten, pero sabemos que
quienes la acepten y la reciban, quienes quieran escuchar ese grito y esa voz,
quienes van a creer en esa Buena Noticia, ‘porque a cuantos le recibieron
les dio poder ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han
nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han
nacido de Dios’. Hoy escuchamos también nosotros esa voz desde el cielo que
nos dice ‘tú eres mi hijo amado’ y sentimos cómo Dios se complace en
nosotros regalándonos su amor.
No es un bautismo de agua el que
nosotros recibimos, no es simplemente un bautismo purificador de nuestros
pecados, es el bautismo que por el agua y el Espíritu nos hace nacer de
nuevo, como diría un día a Nicodemo, nos llena de nueva vida, porque a
nosotros también nos hace participes de esa vida de Dios, nos hace hijos de Dios.
Es el grito que tiene que seguir
resonando en nuestro corazón, somos amados de Dios. ¿No tendría hoy que ser un
día en que recordemos nuestro bautismo y demos gracias a Dios por ese don de su
vida divina que hemos recibido?
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