Con
el sabor del evangelio ya nuestra vida no será insípida porque tiene el sabor
de Cristo, ese sabor del que queremos impregnar también nuestro mundo
2Corintios 1, 18-22; Salmo 118; Mateo 5,
13-16
Esta comida no tiene sal, no tiene
sabor, nos quejamos cuando nos presentan un alimento sin haberlo condimentado
debidamente. No tiene sabor, no sabe a nada. Por prescripciones médicas en
algunas circunstancias nos obligan a comer sin sal, y que difícil se hace; nos
hemos acostumbrado al buen sabor que cuando nos falta, cuando la comida es insípida,
no la pasamos.
Y hoy nos habla Jesús de la sal en el
evangelio, y nos habla también de la luz. Y nos dice que nosotros tenemos que
ser la sal de la tierra. Nos confía una misión, dar sabor al mundo. Y es que
quien se ha encontrado con Cristo ha encontrado el sabor de su vida y la vida
del cristiano no puede ser insípida.
Todos queremos encontrarle un sentido a
la vida. ¿Por qué y para qué vivimos? ¿Qué hacemos en este mundo? ¿Qué es lo
que podemos hacer de nuestra vida para encontrar un valor a lo que hacemos? Es
como el norte de nuestra existencia, queremos encontrarlo porque queremos saber
a dónde vamos y cómo podemos llegar. Y eso el cristiano lo encuentra en Cristo.
Porque no somos cristianos simplemente porque admiremos la historia y
recordemos a un personaje. Jesús es mucho más que un personaje de la historia;
si nos ponemos a analizar mucho alguien podría preguntarse qué es lo que
realmente hizo Jesús; aparentemente a la manera de concebir las cosas en las
carreras locas de nuestro mundo, podría decirse incluso que fue un fracasado;
siendo aún joven su vida se ve truncada y termina muriendo en una cruz como un
malhechor.
Quienes miran los hechos así solo desde
un lado humano y desde los logros que los triunfadores del mundo quieren
conseguir, la vida de Jesús se vio truncada en una muerte violenta. Ni fue un
general victorioso al frente de unos ejércitos, ni un caudillo que se llevara
las masas detrás de él para crear una revolución, ni nada importante según los
parámetros con que se miden los triunfos en este mundo.
Claro que para quien pone su fe y su
esperanza en Jesús en la vida de Jesús ve mucho más allá de esas maneras
humanas de ver las cosas. Ahí está su palabra y ahí está el sentido de su vida,
con lo que incluso su muerte adquiere un sentido y un valor. No era una revolución
de las masas lo que Jesús quería realizar ni buscaba ejércitos victoriosos con
los que ganar batallas.
Era otro el estilo y el sentido de
Jesús. Y su palabra y los signos que iba realizando despertaban de verdad las
esperanzas de un mundo nuevo. Y efectivamente a partir de su muerte comenzó a
surgir algo nuevo, porque El seguía vivo, seguía presente con la fuerza de su
Espíritu en medio de aquellos que creían en El. Su vida no se acabó en una
muerte en una cruz, porque el salió del sepulcro y lo proclamamos resucitado de
entre los muertos. Y Jesús sigue vivo en medio de nosotros. Y ese Reino nuevo
que El anunciaba comenzó a realizarse en aquellos que creían en El, y la vida
de todos imitando su vida comenzó a adquirir un nuevo sentido y un nuevo valor.
En Cristo se encontraba un nuevo sabor.
Algo nuevo comenzó con Jesús y su
Espíritu impregna de verdad el corazón de los fieles, de los que creen en El.
Con El encontramos ese nuevo sentido, ese nuevo valor para nuestra existencia
encontrando respuesta para todas esas hondas preguntas sobre el sentido de la
vida. Una vida desde el amor como fue la vida y la muerte de Jesús es lo que
ahora nos da sentido y sabor a nosotros. Por eso decimos que el evangelio es
sal del mundo, y que los que queremos vivir el Evangelio de Jesús nos
convertimos también en sal y en luz para nuestro mundo. Ya nuestra vida no será
insípida porque tiene el sabor de Cristo, ese sabor del que queremos impregnar
también nuestro mundo. ¿No estará nuestro mundo esperando encontrar ese nuevo
sabor?
Es lo que Jesús nos está pidiendo, lo
que con el evangelio de hoy nos está ayudando a descubrir; es el sabor nuevo
que le damos a nuestra vida pero que queremos darle también a nuestro mundo.
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