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domingo, 6 de junio de 2021

En procesión no podremos llevar la Eucaristía por nuestras calles, pero sí ha de notarse que llevamos con nosotros a Cristo a quien hemos recibido en la comunión

 


En procesión no podremos llevar la Eucaristía por nuestras calles, pero sí ha de notarse que llevamos con nosotros a Cristo a quien hemos recibido en la comunión

Éxodo 24, 3-8; Sal. 115; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12-16. 22-26

‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?’ habían preguntado los discípulos a Jesús cuando se acercaba el día de la cena pascual; les había dado unas indicaciones muy especificas y ‘los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua’.

Pero aquella cena de Pascua iba a ser especial. Los judíos celebraban la pascua cada año recordando su salida de Egipto y la Alianza que con Dios habían hecho en el Sinaí. La sangre de los animales sacrificados se había derramado sobre el altar levantado en el desierto pero también se había derramado sobre el pueblo ratificando así la alianza con el Señor. ‘Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras’, había dicho Moisés entonces mientras aspergeaba al pueblo con la sangre de los sacrificios ofrecidos a Dios. Cada año lo recordaban, lo celebraban, comían el cordero pascual como aquella noche lo habían comido en Egipto porque se repetían los gestos y la forma de comerlo.

Pero no era aquel cordero de la Antigua Alianza el que aquella noche de Jueves Santo – como nosotros la llamamos – iba a estar presente en la mesa de la cena pascual. Porque allí estaba el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que se entregaría a sí mismo por nosotros, el que derramaría su sangre, que ya desde entonces sería la Sangre de la Alianza nueva y eterna para el perdón de los pecados.

Ya en el día del jueves santo recordamos los distintos signos y gestos que aquella noche se realizaron. Hoy volvemos a tener presente el gran signo de la Alianza. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios’. Son las palabras que le escuchamos a Jesús y donde se obra el milagro, se realiza y se hace presente el misterio de nuestra Redención que nosotros seguiremos repitiendo ‘en conmemoración suya’ cada vez que celebramos la Eucaristía.

Y esto es lo que hoy de manera especial queremos celebrar en una fiesta que nació del amor y de la devoción del pueblo cristiano. Podríamos decir que nos parece poco la gran celebración del Jueves Santo cuando recordamos y celebramos la Institución de la Eucaristía, que aparte de que cada domingo y cada día celebramos la Eucaristía  así surgió esta gran fiesta de la Eucaristía, la fiesta del Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo de Cristo, en que incluso queremos salirnos a nuestras calles y plazas para hacer patente y proclamar nuestra fe en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía.

En la tradición de nuestros pueblos está el adornar de una manera especial con alfombras, con arcos de triunfo, con flores el paso del Santísimo Sacramento, aunque esa expresión externa debido a la situación sanitaria que vive nuestra humanidad se ha tenido que suprimir. Pero lo que llevamos en el corazón no hay quien nos lo arranque y aunque sea sin esas solemnidades y suntuosidades externas seguimos nosotros celebrando con la mayor intensidad y fervor esta fiesta del Corpus.

Lo que tenemos es que saberle dar su sentido más profundo y quizás la imposibilidad de celebrar esa suntuosidad externa de la que hemos rodeado esta fiesta, nos haga mirar más por dentro de nosotros mismos y por el sentido con que vivimos nuestra celebración. Algunas veces lo externo, que ha nacido de buena voluntad y de deseos de amor, se pueda convertir en una cortina que nos vele lo que es lo verdaderamente esencial.

Y es recuperar todo el valor y sentido de la Eucaristía, recuperar lo que es el sacramento en sí mismo para que no nos distraigamos y lleguemos a proclamar con toda la fuerza de nuestro corazón nuestra fe en que en ese pan Eucarístico está real y verdaderamente presente Dios, está real y verdaderamente presente Jesús. Y ante Dios nos postramos y adoramos desde lo más profundo de nosotros mismos. Ante la presencia real y verdadera de Jesús nos sentimos sobrecogidos por tanto amor que así quiso darse por nosotros, entregarse y darnos su vida, hacerse comida para que nos unamos en la mayor y más profunda comunión con El y si estamos en comunión con El necesariamente tenemos que estar en comunión de amor con los hermanos con todas sus consecuencias.

Amén, decimos cuando vamos a comulgar. Amén que es toda una proclamación de fe, sí, es el Cuerpo de Cristo, es Cristo mismo a quien vamos a comer, es Cristo mismo ante quien nos postramos para adorarle porque es verdadero Dios y verdadero hombre.

No adornamos nuestras calles y plazas para llevar en procesión el Santísimo Sacramento, pero pensemos que la procesión sí la hacemos. Hemos comulgado en la Eucaristía, hemos comido el Cuerpo de Cristo, pues con nosotros va Cristo en nuestro corazón cuando salgamos del templo y vayamos por nuestras calles y nos dirijamos a nuestras casas o al encuentro con los demás. Pensemos que llevamos a Cristo con nosotros, pues que en nosotros se refleje en esas actitudes nuevas de amor que vamos a tener que hemos vivido de verdad esa comunión con Cristo.

¿Tendrán que notar algo distinto en nosotros los que nos ven venir de la Misa?

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