Quizás
resaltando las cruces que nos quedan en los caminos o plazas de nuestros
pueblos podemos dejar señal de la cruz que en estos momentos sufre la humanidad
Nuestra tierra está sembrada de cruces.
No es solo a una referencia a un ‘camposanto’ o cementerio donde enterramos a
nuestros difuntos y sobre cada tumba tenemos la hermosa y cristiana costumbre
de colocar una cruz; están, por ejemplo, los calvarios que en todos los pueblos
se levantan, incluso con sus cruces intermedias del recorrido del Vía crucis,
ya sea en medio de la población o en su cercanía, pero es que además nos
encontramos junto a los caminos o veredas, en nuestros campos o en lo alto de
las montañas o allí donde haya sucedido algo extraordinario o especial cruces a
las que les damos el nombre del lugar o el lugar toma nombre de aquella cruz
allí colocada, o que son una referencia a algún personaje o a algún hecho
acaecido tiempos atrás, como un accidente o la muerte de alguna persona. Yo podría
hacer una lista muy extensa de las cruces de mi pueblo.
Cruces algunas que han quedado en su
simplicidad y sencillez, pero otras colocadas sobre pedestales son como hitos
en el cruce de nuestros caminos o como adorno monumental de nuestras plazas o
se han convertido en pequeñas capillas cargadas de historias y de tradiciones.
En la locura de nuestra vida moderna
muchas veces pasan desapercibas y en ocasiones nos encontramos con gente
interesada en hacerlas desaparecer, pero que ahí han quedado como señales de
una simplicísima religiosidad y como testigos de la fe de nuestros antepasados
que sabían leer los acontecimientos desde una mirada religiosa, y ahí nos
dejaron unos signos de su fe.
Ya sabemos que en nuestra variada
sociedad nos encontraremos con quienes son como alérgicos a estos signos de fe
y religiosidad queriendo borrar con su desaparición parte de nuestra historia
que siempre estuvo impregnada por la fe, aunque fuera en una religiosidad muy
simple. Si borramos nuestra historia estaremos queriendo hacer desaparecer lo
que ha sido fundamento de la vida de nuestros pueblos haciéndoles perder su
identidad; un pueblo que pierde su identidad está perdiendo algo inherente a su
propio ser y existir.
En el día de hoy, 3 de mayo, en que se
recuerda el momento en que fue encontrada la cruz de Jesús en el Gólgota por
santa Elena, nuestras cruces aparecen todas ornamentadas con flores, con
vistosos adornos que son en algunos lugares verdaderas obras de arte, e incluso
con joyas que manifiestan el amor a la cruz que aun perdura en nuestro pueblo.
En nuestra tierra que además somos tan dados a la pirotecnia no es raro
escuchar desde la víspera los cohetes que nos recuerdan allí donde se ha
enramado una cruz. En su entorno se congregan los vecinos con aires de fiesta y
alegría o los familiares de aquel que había sufrido accidente en aquel lugar.
Es una bonita tradición que creo que
deberíamos todos alentar y mantener. Como decíamos nos recuerdan hitos de
nuestra historia en los que quizá sería necesaria profundizar más, para tener
un conocimiento de por qué está esa cruz en ese lugar. Pero son signos también
de nuestra religiosidad y de nuestra fe que tenemos que hacer resplandecer
también en el mundo de hoy que tan carente está de esos signos religiosos.
Es cierto que la cruz en sí misma, como
tormento de suplicio y de muerte que era, nos recuerda el sufrimiento y el
dolor, y en ello si miramos la historia está la razón de muchas de esas cruces
que encontramos en campos, caminos y hasta en ciudades por los accidentes o
muertes violentas a las que están adheridas, pero también para nosotros los
cristianos que tenemos una forma especial de mirar la cruz veremos un signo del
amor.
Para nosotros los cristianos la cruz
siempre hace referencia a Jesús y a su pasión y muerte; cargó con la cruz hasta
el Gólgota y en la cruz fue crucificado hasta morir; pero nosotros en la cruz
de Jesús vemos el amor, el amor más supremo de quien fue capaz de dar la vida
por los que amaba, por nosotros. Ya nos lo enseña El que no hay amor más
sublime. Para Jesús aunque pudiera parecer lo contrario no fue una muerte
impuesta, sino que El entregó su vida libremente. Nadie me arrebata la vida
sino que yo la doy libremente, nos había dicho a lo largo del evangelio.
Por eso en este día, los que creemos en
Jesús miramos la cruz como signo del dolor y del sufrimiento de la humanidad –
Jesús lo había tomado sobre sí – pero también hemos de saber poner la mirada
del amor. Amor que tiene que hacer que nos sintamos en verdad solidarios con
todos los que sufren. Y tenemos una razón muy grande en lo que en estos
momentos esta padeciendo la humanidad entera. En este mundo nuestro que se ha
oscurecido con el dolor y sufrimiento de la pandemia que aún seguimos sufriendo
es necesario hacer brillar de nuevo una luz que llene de esperanza.
Es la luz que tenemos que saber
encender desde el amor que encontramos en esa cruz que nos tiene que hacer más
solidarios los unos con los otros, que tiene que hacer que no sea un
sufrimiento sin sentido, que tiene que hacer brillar ese mundo nuevo y mejor
que hemos de hacer surgir.
Hoy quizás en la modernidad de nuestro
mundo no dejaremos como señales para el futuro unas cruces que recuerden este
momento de dolor que está viviendo la humanidad como lo dejaron nuestros
antepasados en esas cruces signos de su historia que es también nuestra
historia, pero alguna señal sí hemos de dar de ese mundo nuevo que queremos
hacer surgir. Quizás resaltando esas cruces que nos quedan en nuestros caminos
o en las plazas de nuestros pueblos podemos dejar señal de esa cruz que en
estos momentos vive la humanidad. No las dejemos desaparecer.
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