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martes, 9 de marzo de 2021

La sabiduría de la humildad que llena de misericordia el corazón y el sabor de la misericordia experimenta que nos hace abrir los ojos con mirada nueva

 


La sabiduría de la humildad que llena de misericordia el corazón y el sabor de la misericordia experimenta que nos hace abrir los ojos con mirada nueva

Daniel 3, 25. 34-43; Sal 24; Mateo 18, 21-35

Qué difícil es aprender la lección. Se suele decir que aprendamos en cabeza ajena o que cuando veamos las barbas de nuestro vecino pelar, pongamos las nuestras a remojar, pero ni aun en cabeza propia muchas veces terminamos de aprender.

Nuestra propia debilidad tendría que hacernos ver la realidad de las cosas y cuando constatamos nuestros propios errores tendríamos que saber tener la sabiduría de la humildad para reconociendo nuestros propios errores y caídas ser capaces de ser comprensivos con los demás. La humildad a la que tendría que llevarnos nuestro propio pecado tendría que darnos la grandeza de la comprensión y del perdón. Pero ya vemos cómo sucede, nos endurecemos más.

Es la pregunta que le surge a Pedro, pero que no es solo la pregunta de Pedro, que es la actitud que nosotros tenemos ante los errores o los fallos de los demás. ¿Cuántas veces tengo que perdonar si mi hermano me ofende? Repito, que no es solo Pedro el que se hace esa pregunta, que nos la hemos hecho mil veces. ¿Pero es que soy yo el que tengo que seguir aguantándolo una y otra vez? Ya está bien de hacer el tonto, nos decimos, ya verá la próxima vez lo que yo voy a hacer.

Y claro, nos creemos con todos los derechos del mundo. Es lo que nos cuenta la parábola que propone Jesús y con lo que nos viene a dar respuesta. El hombre poderoso cuando al arreglar cuentas se encontró aquel siervo con todas aquellas deudas, quiso meterlo en la cárcel hasta que pagara, hacerle pagar a él o a su esposa o sus hijos toda la deuda contraída, pero al final se conmovió su corazón y perdonó todas las deudas.

 Ahora este siervo que ha sido perdonado que se encuentra con un compañero de trabajo que le debe unas pocas pesetas, pretende hacer lo mismo que su amo había intentado con él, aunque luego arrepentido le perdonara. Pero este ahora va a saber, yo no perdono, tú tienes que pagarme hasta el último real y metió en la cárcel a su compañero. ¿Pero no has aprendido con tu amo a ser generoso y ser capaz de perdonar que vienes ahora a exigir a tu compañero de esa manera?

No terminamos de saborear el regalo de la misericordia y el perdón; no terminamos de tener la sabiduría de la humildad para reconocer que así como tú recibiste el perdón de tu deuda tendrías que ser comprensivo con tu compañero para poner misericordia también en tu corazón. Sí, la sabiduría de la humildad que llena de misericordia el corazón; o si queremos decirlo de otra manera, saboreemos la misericordia que nosotros recibimos y aprenderemos a tener un mirada de comprensión y misericordia con los demás. Es la actitud que pongamos en el corazón.

No seamos mezquinos frente a todo el amor que el Señor nos ofrece. En nuestra mezquindad nos cegamos y endurecemos el corazón y perdemos el sabor maravilloso de la misericordia cuando nos sentimos perdonados, cuando nos sentimos amados. Porque todo es cuestión de sentirse amado.

Que hermosa es la oración de Daniel. Cuando le parece sentirse abandonado de todo y de todos, porque nada tienen en tiempos de destierro y ni pueden ofrecerle un culto digno al Señor en un templo digno, simplemente le ofrecen un corazón contrito y un espíritu humilde al Señor con la confianza de que serán escuchados y el Señor nunca los abandonará.

‘Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde… Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos, y buscamos tu rostro…

¿Nos presentaremos así ante el Señor con corazón contrito y espíritu humilde?

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