No es
solamente que el sonido de las palabras llegue a nuestros oídos sino ir de
verdad confrontando nuestra vida con lo que cada día el Señor nos va pidiendo
2Reyes 5, 1-15ª; Sal 41; Lucas 4, 24-30
El orgullo de los pueblos que se creen
merecedores de todo y que se creen los mejores. Y siempre que aparece el
orgullo aparecen los desprecios, la poca valoración de los que creemos
inferiores, y las exigencias de todo tipo, porque, como decíamos, nos creemos
merecedores de todo. Quizá no puedan ofrecer otra cosa que uno de su pueblo
alcanzó cotas altas, y porque de nuestro pueblo salió, vamos a decirlo así, una
lumbrera, alguien que en algún campo de la vida destacó por algo, ahora yo
todos nos creemos mecedores y hasta nos volvemos exigentes.
¿Qué pasaba en Nazaret? La fama de
Jesús, el profeta que había surgido de aquel pueblo que antes apenas había
tenido nombre, llegaba a todas partes y comenzaron a aparecer los orgullos.
Pero bien sabemos que los orgullos van acompañados también de desconfianzas,
porque ¿de dónde ha sacado El toda esa sabiduría y esos poderes? Y en esas
desconfianzas comienzan las valoraciones que no siempre van a ser favorables
para los cercanos al personaje. Si aquí están sus hermanos, sus parientes, su
familia que en nada han destacado, porque su padre era simplemente el
carpintero.
Es lo que podemos describir de Nazaret,
que al principio cuando había salido Jesús a hacer la lectura en la sinagoga,
todo eran alabanzas y orgullos patrios, pero pronto se volvieron en contra en
desconfianzas y en desprecios de alguna manera. Por eso Jesús les dirá
claramente que un profeta no es bien mirado en su pueblo, solo en su pueblo
será despreciado. Y ahora le están pidiendo que haga allí lo que saben que ha
hecho en otros lugares, aunque su fe en El no sea tan clara. Y ya sabemos que
la exigencia primera para los milagros de Jesús es la fe los que piden la
ayuda, los que piden el milagro, y en eso no están destacando precisamente en
su pueblo de Nazaret.
Y Jesús les recuerda dos hechos o
acontecimientos de los antiguos profetas, en este caso de Elías y Eliseo. En
tiempos de Elías muchas viudas había en Israel pasando necesidad en aquellos
tiempos de sequías y de hambres, y sin embargo fue enviado a una viuda de
Sarepta de Sidón, un pueblo ya ajeno a Israel; pero grande había sido la
generosidad de aquella mujer que nada tenía sino un puñado de harina y un poquito
de aceite para hacer el último panecillo y esperar la muerte, pero sin embargo
se había desprendido generosamente de ello para compartirlo con el profeta.
Muchos leprosos, les recuerda Jesús,
había en Israel – era una enfermedad muy común en la antigüedad – y sin embargo
el profeta Eliseo a quien curó fue a Naamán, el sirio. Había venido a Israel
buscando la salud porque la fe de una esclava lo había recomendado. Y la gente de Nazaret entendió el mensaje que
Jesús les estaba dando, que había de despertar su fe, pero ellos seguían
encerrados en sus orgullos, por eso se revuelcan y se vuelven contra Jesús, al
que arrojan fuera del pueblo que incluso quieren despeñarlo por un barranco.
¿Por dónde anda el proceso de nuestra
fe?, tendríamos quizá que preguntarnos en este momento. A eso tiene que
llevarnos este evangelio que hoy estamos escuchando y precisamente en este
camino de cuaresma que estamos haciendo. Bueno, nos hemos acostumbrado ya a que
en este tiempo viene la Cuaresma, porque pronto se acerca la Semana Santa, pero
quizá vamos pasando los días y no vemos ningún
progreso en nuestra vida. Escuchamos la Palabra que cada día se nos
ofrece, bueno, no sé si realmente la escuchamos, porque para escuchar de verdad
tenemos que abrir los oídos del corazón.
No es solamente que el sonido de las
palabras llegue a nuestros oídos. Es ir de verdad confrontando nuestra vida con
lo que cada día el Señor nos va pidiendo, ir saliendo de nuestras rutinas en
que simplemente repetimos las cosas que siempre hacemos pero no siempre con el
deseo de superación, de crecimiento espiritual. La gente de Nazaret oyó aquel
día las palabras de Jesús y la lectura del profeta, pero no supo escuchar en su
corazón. Es lo que nosotros necesitamos saber hacer.
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