Sería
bochornoso que no fuéramos capaces de vivir con alegría, con entusiasmo, con
valentía, con orgullo nuestra fe y así manifestémoslo ante cuantos nos rodean
Deuteronomio 4, 1. 5-9; Sal 147; Mateo
5, 17-19
Quiero reflexionar hoy, y voy
directamente al grano, sobre algo que considero bochornoso que nos suceda a
nosotros los cristianos. Y os lo digo así, claramente, damos la impresión que
no nos sentimos orgullosos de nuestra fe, de ser cristianos, de tener unos
mandamientos que cumplir, de querer seguir la ley del Señor.
Puede parecer fuerte lo que estoy
diciendo pero es la realidad, damos la impresión que nos avergonzamos de ser
cristianos. A veces me pregunto que si nos vinieran tiempos de persecución
cruenta, como ha sucedido en tantos momentos de la historia y en España no lo
tenemos tan lejano, ¿cómo reaccionaríamos? ¿Seríamos capaces de llegar a dar la
cara, incluso la vida, por nuestra fe? Y mira que son cosas que nos pueden
pasar, no estamos tan lejanos, y no quiero andar con pesimismos, porque quienes
siguen mis reflexiones saben bien que quiero ser optimista y es lo que intento
transmitir con mis palabras y mis reflexiones.
En la sociedad en la que vivimos nos
están comiendo el terreno; todo son dificultades y trabas para que podamos
vivir nuestra fe públicamente, para que podamos participar en nuestras
celebraciones con total libertad y sin complejos, en los medios de comunicación
lo que más se insiste en publicar es todo lo que pueda dañar a la Iglesia y la
fe de los cristianos, se hace burla sin miramiento alguno de nuestras
expresiones religiosas, se quiere dar la impresión que somos un obstáculo para
que la gente viva de forma moderna y si pudieran nos quitaban de en medio. ¿Y
cuáles son nuestras respuestas? ¿Cómo reaccionamos ante todo eso? Tenemos que
reconocer que nos falta valentía.
Es hora que nos despertemos, que
vivamos con orgullo y alegría nuestra fe y de ninguna manera nos escondamos;
que hagamos frente a todo esa reacción que tiene la sociedad ante el hecho
religioso y cristiano, pues manifestando con total libertad y claridad la fe
que vivimos y seamos capaces de sacar a flote para que sean conocidos también
tantos testimonios hermosos de los que nos podemos sentir orgullosos de tantos
cristianos que en nombre de su fe viven su compromiso en todos los aspectos de
la vida. Nadie tiene por qué quitarnos la palabra, esa palabra clara y valiente
que tenemos que ser capaces de decir y que tantas veces callamos. Hacen falta
también hombres públicos con influencia
en la sociedad que se manifiesten creyentes y den testimonio público de su fe.
Nos han hablado tanto de humildades y
de silencios que nos parece incompatible que podamos decir que nos sintamos
orgullosos de nuestra fe. Sí, nos sentimos orgullosos de ser cristianos, de
creer en Dios, de sentir la presencia de Dios en nuestra vida y de cómo
contamos con El en lo que vamos haciendo, en el compromiso que vivimos también
por los demás, en los compromisos con nuestra sociedad también; nos sentimos
orgullosos de querer cumplir los mandamientos del Señor aunque nos cueste,
porque sabemos que ahí tenemos nuestra sabiduría, el mejor sentido de nuestra
vida y está la fuerza para todo lo bueno que queremos realizar. Jesús nos ha
dicho hoy en el evangelio que no viene a borrar la ley sino a darle plenitud y
que quien cumpla cualquiera de esos mandatos mínimos será grande en el Reino de
los cielos.
Es hermoso lo que le decía también
Moisés al pueblo para que aprendieran a apreciar la sabiduría de la ley del
Señor. Tenían que sentirse orgullosos de su Dios que con ellos estaba, que con
ellos caminaba en aquel largo peregrinar del desierto. Que ningún pueblo podía
decir como ellos que tenían un Dios tan cercano y tan justo, tan lleno de amor.
‘Mirad: yo os enseño los mandatos y
decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra
donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Observadlos y cumplidlos, pues
esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos… Y
¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos
como toda esta ley que yo os propongo hoy?’
¿No es lo que nosotros tenemos que
sentir cuando se manifiesta el amor tan grande que Dios nos tiene que nos
entrega a su Hijo Jesús para nuestra salvación? Vivamos con alegría, con
entusiasmo, con valentía, con orgullo nuestra fe y así manifestémoslo ante
cuantos nos rodean. Sería, sí, bochornoso que no fuéramos capaces de hacerlo.
Valoremos y destaquemos a tantos que a nuestro lado así lo hacen con valentía y
alegría.
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