Un
camino que pasa por la humildad y sencillez de corazón dejándonos conducir por
la revelación de Jesús que nos muestra y nos conduce hasta el Padre
Eclesiástico 15,1-6; Sal 88; Mateo 11,25-30
¿Quién mejor nos puede explicar algo
sino aquel que lo haya experimentado en si mismo? ¿Quién mejor nos puede decir
como es un lugar determinado o lo que hay en él sino quien ha estado en dicho
lugar? ¿Quién mejor nos puede presentar a una persona sino quien la conozca
profundamente y haya seguido toda la trayectoria de su vida? ¿Y quién nos puede
dar a conocer a Dios?
Cuando llegamos a este punto nos
encontramos con algo que nos supera. ¿Quién ha visto a Dios? ¿Cómo podemos
llegar a conocerle? Aunque los pensadores y filósofos tratan con la razón
humana, todos los razonamientos que nos puedan hacer se nos pueden quedar en
algo frío y que realmente no llegue a un convencimiento del corazón.
Tampoco yo voy ahora a ponerme a buscar
esos razonamientos. Es cierto que todos tenemos como ese interrogante dentro de
nosotros porque en el ser humano hay un ansia de plenitud que por si mismo no
llega nunca a alcanzar; nos sentimos limitados, como con las alas cortadas que
nos impiden volar a esa altura de lo infinito, y tenemos la tentación de tirar
la toalla en esa búsqueda dándolo por imposible cuando solo por nosotros mismos
queremos alcanzarlo. Al final tenemos que reconocer que si no aceptamos lo que
Dios de sí mismo nos revela no llegaremos a ninguna parte.
Pero la revelación que Dios hace de si
mismo no son lecciones magisteriales como de un doctor que quiere enseñar a los
que quieren ser sus discípulos, sino que Dios se nos manifiesta en nuestra
propia vida y en nuestra propia historia humana donde nos va como dejando unas
huellas vitales para que sepamos descubrirle, para que podamos llegar a ese
conocimiento de Dios.
Será entonces en gestos sencillos como
lo es la vida misma donde nos vaya manifestando su ser y su existencia. Porque
es vida lo que Dios nos quiere transmitir, es su vida que va a ser luz y
sentido de nuestra propia vida. Pero a veces en el orgullo de nuestro querer
saber y entender, nos cuesta mucho más leer esas sencillas y humildes huellas
que nos deja de su existencia y de su vida.
Siguiendo aquello que antes decíamos
que nadie nos puede revelar lo que antes él no ha vivido y experimentado, hoy
escuchamos a Jesús que nos dice que nadie puede revelar al Padre sino el Hijo. ‘Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie
conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar’. Por eso de Jesús decimos que es la revelación de Dios, le
llamamos el Verbo, la Palabra de Dios, porque es el hablar de Dios que se nos
manifiesta, que no descubre todo el misterio de Dios. ‘Quien me ve a mi, ve
al Padre, nadie va al Padre sino por mí’, le responde Jesús a aquel
discípulo que le pide que le muestre al Padre, que les revele al Padre.
Pero
quienes veían a Jesús, ¿qué es lo que veían? No todos sabrán leer el signo de
Dios que se manifestaba en Jesús. Muchas veces nos cuesta aceptar las cosas
desde las actitudes que tengamos dentro de nosotros. Nos creamos barreras,
ponemos rechazos en nuestro corazón y en la visión del corazón quizá desde
nuestros orgullos y autosuficiencias con las que nos cuesta aceptar lo que venga
de los demás o lo que venga de determinadas personas. No todos supieron
descubrir el misterio de Dios que se nos revelaba en Jesús. Lo vemos a lo largo
del evangelio que mientras la gente humilde y sencilla sabe descubrir las
maravillas de Dios que se manifestaban en Jesús, otros, sin embargo, desde su
autosuficiencia de que ya se creían los conocedores de Dios a Jesús lo
rechazan.
Hoy le
escuchamos a Jesús dar gracias al Padre porque se revela a los pequeños y a los
sencillos, mientras para los autosuficientes y los que se creen poderosos se
les ocultan. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla’. Y todo eso es la obra de Dios. ‘Sí, Padre, así te ha
parecido mejor’. Lo que nos está diciendo cómo es la manera como nosotros
tenemos que ir a buscar a Dios, cómo Dios se revela en los que son humildes y
sencillos de corazón.
Hoy
estamos celebrando a una gran mujer, Teresa de Jesús o de Ávila, que pasó por
todo estos procesos en su vida hasta que llegó a penetrar profundamente en el
misterio de Dios. Decimos que es una mística por eso mismo. Tuvo también
momentos oscuros en su vida, en que se sentía desorientada y perdida, pero se
dejó conducir por el Espíritu de Dios que la llevó a las grandes alturas de la Mística,
de vivir en su vida todo el misterio maravilloso de Dios. De ella aprendamos su
camino y su espiritualidad para así nosotros dejarnos inundar de Dios,
llenarnos del misterio de Dios.
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