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martes, 15 de octubre de 2019

Un camino que pasa por la humildad y sencillez de corazón dejándonos conducir por la revelación de Jesús que nos muestra y nos conduce hasta el Padre



Un camino que pasa por la humildad y sencillez de corazón dejándonos conducir por la revelación de Jesús que nos muestra y nos conduce hasta el Padre

Eclesiástico 15,1-6; Sal 88; Mateo 11,25-30
¿Quién mejor nos puede explicar algo sino aquel que lo haya experimentado en si mismo? ¿Quién mejor nos puede decir como es un lugar determinado o lo que hay en él sino quien ha estado en dicho lugar? ¿Quién mejor nos puede presentar a una persona sino quien la conozca profundamente y haya seguido toda la trayectoria de su vida? ¿Y quién nos puede dar a conocer a Dios?
Cuando llegamos a este punto nos encontramos con algo que nos supera. ¿Quién ha visto a Dios? ¿Cómo podemos llegar a conocerle? Aunque los pensadores y filósofos tratan con la razón humana, todos los razonamientos que nos puedan hacer se nos pueden quedar en algo frío y que realmente no llegue a un convencimiento del corazón.
Tampoco yo voy ahora a ponerme a buscar esos razonamientos. Es cierto que todos tenemos como ese interrogante dentro de nosotros porque en el ser humano hay un ansia de plenitud que por si mismo no llega nunca a alcanzar; nos sentimos limitados, como con las alas cortadas que nos impiden volar a esa altura de lo infinito, y tenemos la tentación de tirar la toalla en esa búsqueda dándolo por imposible cuando solo por nosotros mismos queremos alcanzarlo. Al final tenemos que reconocer que si no aceptamos lo que Dios de sí mismo nos revela no llegaremos a ninguna parte.
Pero la revelación que Dios hace de si mismo no son lecciones magisteriales como de un doctor que quiere enseñar a los que quieren ser sus discípulos, sino que Dios se nos manifiesta en nuestra propia vida y en nuestra propia historia humana donde nos va como dejando unas huellas vitales para que sepamos descubrirle, para que podamos llegar a ese conocimiento de Dios.
Será entonces en gestos sencillos como lo es la vida misma donde nos vaya manifestando su ser y su existencia. Porque es vida lo que Dios nos quiere transmitir, es su vida que va a ser luz y sentido de nuestra propia vida. Pero a veces en el orgullo de nuestro querer saber y entender, nos cuesta mucho más leer esas sencillas y humildes huellas que nos deja de su existencia y de su vida.
Siguiendo aquello que antes decíamos que nadie nos puede revelar lo que antes él no ha vivido y experimentado, hoy escuchamos a Jesús que nos dice que nadie puede revelar al Padre sino el Hijo. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. Por eso de Jesús decimos que es la revelación de Dios, le llamamos el Verbo, la Palabra de Dios, porque es el hablar de Dios que se nos manifiesta, que no descubre todo el misterio de Dios. ‘Quien me ve a mi, ve al Padre, nadie va al Padre sino por mí’, le responde Jesús a aquel discípulo que le pide que le muestre al Padre, que les revele al Padre.
Pero quienes veían a Jesús, ¿qué es lo que veían? No todos sabrán leer el signo de Dios que se manifestaba en Jesús. Muchas veces nos cuesta aceptar las cosas desde las actitudes que tengamos dentro de nosotros. Nos creamos barreras, ponemos rechazos en nuestro corazón y en la visión del corazón quizá desde nuestros orgullos y autosuficiencias con las que nos cuesta aceptar lo que venga de los demás o lo que venga de determinadas personas. No todos supieron descubrir el misterio de Dios que se nos revelaba en Jesús. Lo vemos a lo largo del evangelio que mientras la gente humilde y sencilla sabe descubrir las maravillas de Dios que se manifestaban en Jesús, otros, sin embargo, desde su autosuficiencia de que ya se creían los conocedores de Dios a Jesús lo rechazan.
Hoy le escuchamos a Jesús dar gracias al Padre porque se revela a los pequeños y a los sencillos, mientras para los autosuficientes y los que se creen poderosos se les ocultan. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’. Y todo eso es la obra de Dios. ‘Sí, Padre, así te ha parecido mejor’. Lo que nos está diciendo cómo es la manera como nosotros tenemos que ir a buscar a Dios, cómo Dios se revela en los que son humildes y sencillos de corazón. 
Hoy estamos celebrando a una gran mujer, Teresa de Jesús o de Ávila, que pasó por todo estos procesos en su vida hasta que llegó a penetrar profundamente en el misterio de Dios. Decimos que es una mística por eso mismo. Tuvo también momentos oscuros en su vida, en que se sentía desorientada y perdida, pero se dejó conducir por el Espíritu de Dios que la llevó a las grandes alturas de la Mística, de vivir en su vida todo el misterio maravilloso de Dios. De ella aprendamos su camino y su espiritualidad para así nosotros dejarnos inundar de Dios, llenarnos del misterio de Dios.

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