El reconocimiento de Jesús como nuestro salvador nos lleva
dar gloria a Dios dándole gracias y siendo signos de la obra salvadora de Jesús
para los demás
2Reyes 5, 14-17; Sal 97; 2Timoteo 2, 8-13;
Lucas 17, 11-19
‘Cuando iba a
entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo
lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Me causó sorpresa en estos días
pasados que un sacerdote preguntaba a un grupo de niños en una homilía
catequesis si sabían lo que era la lepra o lo que era un leproso; ningún niño
supo responder.
No sé si por la edad
de los niños, o porque algunas veces vivimos muy metidos en nuestro mundo y no
sabemos o no queremos saber del problema del sufrimiento de los demás – tampoco
los padres que asistían a la catequesis con sus hijos dieron muchas señales de
que supieran del tema – el hecho estaba en que no sabían nada de la lepra; las
lepras del mundo de hoy como son otras enfermedades como el Sida quizá nos
resultaran más cercanas, aunque la reacción que tenemos ante esas enfermedades
es bastante semejante de lo que sucedía con los leprosos que eran apartados de
la sociedad y obligados a vivir o más bien a morir en condiciones bien
inhumanas; recuerdo la reacción ante las personas con sida hace unos años en
que se tomaban también unas medidas muy radicales ante el temor del contagio.
Valga esta como
introducción para hacernos pensar un poco cual es la reacción que tenemos ante
situaciones semejantes, y a cuantos de una forma o de otra también apartamos de
la sociedad, bien por la situación social que viven, bien porque todavía
andemos pasando por ciertos filtros de apariencias y buenas presencias, lo que
significa esos ramalages que nos aparecen dentro de nosotros con los que
hacemos nuestras distinciones y discriminaciones.
Aquellos leprosos que
le salieron al paso a Jesús cuando iba a entrar en aquella población de
quedaron de lejos suplicando que tuviera compasión y misericordia de ellos.
Buscaban salud, buscaban su salvación, buscaban el poder encontrarse de nuevo
con los suyos y volver con sus familias para una vida normal. Si alguien curaba
había unos trámites de pasar por el sacerdote para que diera el visto bueno de
su curación y el poder volver a estar con los suyos. Es por eso que Jesús les
envía a que se presenten a los sacerdotes que certifiquen su curación y
pudieran volver a sus casas. Todos corren en búsqueda del ansiado certificado;
todos corren menos uno que se da la vuelta y viene a los pies de Jesús.
Alguien comenta que
mientras estaba en medio de la miseria de su enfermedad habían permanecido
unidos, hasta llegar a pedir a una sola voz que Jesús tuviera compasión de
ellos, pero que cuando se vieron curados cada uno corrió por su cuenta porque
ya no pensaba sino en si mismo. ¿Qué nos une y qué no separa en los caminos de
la vida?
Algo que tendríamos
que pensar; quizá mientras luchamos contra el mal que nos esclaviza todavía
somos capaces de hacer fuerza para apoyarnos los unos a los otros, pero ¿qué
suele suceder cuando nos llegan momentos de prosperidad? Podemos fácilmente
olvidar aquellos con los que antes estábamos unidos, pero ahora cada uno se
busca su camino sin saber seguir contando con los demás. Es algo que nos puede
suceder y algo que vemos con demasiada frecuencia en nuestro entorno.
Cuando vamos meditando
y rumiando con toda sinceridad y con apertura de corazón los textos del
evangelio son muchas cosas que nos van surgiendo y que de alguna manera es
inspiración para nuestro corazón y descubriendo de muchas cosas, de muchos
valores, de muchas actitudes o que tenemos que corregir o que tenemos que hacer
brillar con luz especial en nuestra vida.
La vuelta de aquel
samaritano hasta los pies de Jesús también nos puede interpelar en lo hondo de
nuestro ser. Solo a él le dirá Jesús que su fe le ha salvado. Todos se
sintieron curados, sanos de su enfermedad, con la posibilidad de la vuelta con
sus seres queridos, pero a este se le dice que ha encontrado la salvación. Y es
que éste fue el que se encontró de verdad con Jesús cuando viene a dar gracias
por los beneficios recibidos. No era la fe solo en el taumaturgo que le
liberaba de sus enfermedades sino era la fe en aquel en quien podría encontrar
la salvación.
No diremos que
aquellos otros nueve hicieron mal, puesto que hicieron lo que estaba previsto
por la ley, pero les faltó algo. Podríamos decir la gratitud, que este
evangelio lo utilizamos mucho para decir que tenemos que ser agradecidos, sino
era algo más, era el reconocimiento de Jesús como su Salvador. ‘Por tu te fe
has salvado’, le dirá Jesús al samaritano que volvió.
Podemos hacer muchas
cosas buenas, ser buenos ciudadanos y fieles cumplidores de la ley, podemos
sentir incluso algo más porque socialmente nos preocupamos de los demás y
hacemos por una sociedad mejor, podemos implicarnos en muchas organizaciones o
entidades que trabajen incluso por la justicia o por remediar tantos males del
mundo. Todo eso es bueno y loable, pero el que se siente cristiano tiene que
añadir algo más, porque no somos solamente una ONG, somos los que confesamos
nuestra fe en Jesús como nuestra única salvación.
Y este aspecto no lo
podemos descuidar porque no es secundario, aunque muchas veces no lo resaltamos lo que deberíamos. En ocasiones
podemos dar la impresión que andamos más preocupados de esos asuntos sociales
que de nuestra fe y del reconocimiento que hemos de hacer de la obra de Dios y
la proclamación del nombre de Jesús a cuantos nos rodean como nuestro salvador.
Y la Iglesia no lo puede olvidar nunca.
Reconozcamos la obra
de salvación que Jesús hace en nosotros y también a través de nosotros para con
los demás. Reconocemos proclamando nuestra fe y dando gracias, pero eso tiene
que llevarnos siempre a todo lo bueno que tenemos que hacer por los otros y por
nuestro mundo; con nuestro compromiso también estaremos dando gloria a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario