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domingo, 13 de octubre de 2019

El reconocimiento de Jesús como nuestro salvador nos lleva dar gloria a Dios dándole gracias y siendo signos de la obra salvadora de Jesús para los demás



El reconocimiento de Jesús como nuestro salvador nos lleva dar gloria a Dios dándole gracias y siendo signos de la obra salvadora de Jesús para los demás

2Reyes 5, 14-17; Sal 97; 2Timoteo 2, 8-13; Lucas 17, 11-19
‘Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Me causó sorpresa en estos días pasados que un sacerdote preguntaba a un grupo de niños en una homilía catequesis si sabían lo que era la lepra o lo que era un leproso; ningún niño supo responder.
No sé si por la edad de los niños, o porque algunas veces vivimos muy metidos en nuestro mundo y no sabemos o no queremos saber del problema del sufrimiento de los demás – tampoco los padres que asistían a la catequesis con sus hijos dieron muchas señales de que supieran del tema – el hecho estaba en que no sabían nada de la lepra; las lepras del mundo de hoy como son otras enfermedades como el Sida quizá nos resultaran más cercanas, aunque la reacción que tenemos ante esas enfermedades es bastante semejante de lo que sucedía con los leprosos que eran apartados de la sociedad y obligados a vivir o más bien a morir en condiciones bien inhumanas; recuerdo la reacción ante las personas con sida hace unos años en que se tomaban también unas medidas muy radicales ante el temor del contagio.
Valga esta como introducción para hacernos pensar un poco cual es la reacción que tenemos ante situaciones semejantes, y a cuantos de una forma o de otra también apartamos de la sociedad, bien por la situación social que viven, bien porque todavía andemos pasando por ciertos filtros de apariencias y buenas presencias, lo que significa esos ramalages que nos aparecen dentro de nosotros con los que hacemos nuestras distinciones y discriminaciones.
Aquellos leprosos que le salieron al paso a Jesús cuando iba a entrar en aquella población de quedaron de lejos suplicando que tuviera compasión y misericordia de ellos. Buscaban salud, buscaban su salvación, buscaban el poder encontrarse de nuevo con los suyos y volver con sus familias para una vida normal. Si alguien curaba había unos trámites de pasar por el sacerdote para que diera el visto bueno de su curación y el poder volver a estar con los suyos. Es por eso que Jesús les envía a que se presenten a los sacerdotes que certifiquen su curación y pudieran volver a sus casas. Todos corren en búsqueda del ansiado certificado; todos corren menos uno que se da la vuelta y viene a los pies de Jesús.
Alguien comenta que mientras estaba en medio de la miseria de su enfermedad habían permanecido unidos, hasta llegar a pedir a una sola voz que Jesús tuviera compasión de ellos, pero que cuando se vieron curados cada uno corrió por su cuenta porque ya no pensaba sino en si mismo. ¿Qué nos une y qué no separa en los caminos de la vida? 
Algo que tendríamos que pensar; quizá mientras luchamos contra el mal que nos esclaviza todavía somos capaces de hacer fuerza para apoyarnos los unos a los otros, pero ¿qué suele suceder cuando nos llegan momentos de prosperidad? Podemos fácilmente olvidar aquellos con los que antes estábamos unidos, pero ahora cada uno se busca su camino sin saber seguir contando con los demás. Es algo que nos puede suceder y algo que vemos con demasiada frecuencia en nuestro entorno.
Cuando vamos meditando y rumiando con toda sinceridad y con apertura de corazón los textos del evangelio son muchas cosas que nos van surgiendo y que de alguna manera es inspiración para nuestro corazón y descubriendo de muchas cosas, de muchos valores, de muchas actitudes o que tenemos que corregir o que tenemos que hacer brillar con luz especial en nuestra vida.
La vuelta de aquel samaritano hasta los pies de Jesús también nos puede interpelar en lo hondo de nuestro ser. Solo a él le dirá Jesús que su fe le ha salvado. Todos se sintieron curados, sanos de su enfermedad, con la posibilidad de la vuelta con sus seres queridos, pero a este se le dice que ha encontrado la salvación. Y es que éste fue el que se encontró de verdad con Jesús cuando viene a dar gracias por los beneficios recibidos. No era la fe solo en el taumaturgo que le liberaba de sus enfermedades sino era la fe en aquel en quien podría encontrar la salvación.
No diremos que aquellos otros nueve hicieron mal, puesto que hicieron lo que estaba previsto por la ley, pero les faltó algo. Podríamos decir la gratitud, que este evangelio lo utilizamos mucho para decir que tenemos que ser agradecidos, sino era algo más, era el reconocimiento de Jesús como su Salvador. ‘Por tu te fe has salvado’, le dirá Jesús al samaritano que volvió.
Podemos hacer muchas cosas buenas, ser buenos ciudadanos y fieles cumplidores de la ley, podemos sentir incluso algo más porque socialmente nos preocupamos de los demás y hacemos por una sociedad mejor, podemos implicarnos en muchas organizaciones o entidades que trabajen incluso por la justicia o por remediar tantos males del mundo. Todo eso es bueno y loable, pero el que se siente cristiano tiene que añadir algo más, porque no somos solamente una ONG, somos los que confesamos nuestra fe en Jesús como nuestra única salvación.
Y este aspecto no lo podemos descuidar porque no es secundario, aunque muchas veces no  lo resaltamos lo que deberíamos. En ocasiones podemos dar la impresión que andamos más preocupados de esos asuntos sociales que de nuestra fe y del reconocimiento que hemos de hacer de la obra de Dios y la proclamación del nombre de Jesús a cuantos nos rodean como nuestro salvador. Y la Iglesia no lo puede olvidar nunca.
Reconozcamos la obra de salvación que Jesús hace en nosotros y también a través de nosotros para con los demás. Reconocemos proclamando nuestra fe y dando gracias, pero eso tiene que llevarnos siempre a todo lo bueno que tenemos que hacer por los otros y por nuestro mundo; con nuestro compromiso también estaremos dando gloria a Dios.

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