Vivamos de forma congruente nuestra fe para que podamos dar un buen testimonio cristiano y así podamos atraer a muchos también al camino del evangelio
Romanos 3,21-30ª; Sal 129; Lucas 11,47-54
¿Habremos pensado alguna vez lo que nosotros podemos influir en los
demás casi sin darnos cuenta? Vivimos en
un mundo de relaciones; y no es porque ahora en nuestros tiempos parezca que
eso destaca más, sino que por naturaleza estamos hechos para la relación, para
el encuentro, para la comunicación.
Queremos quizá alguna vez vivir encerrados en nosotros mismos pero no
olvidemos que vivimos rodeados de otros seres, otras personas, ya sea nuestra
familia, compañeros de trabajo, los vecinos con los que convivimos en un mismo
lugar, pero de alguna manera esa interrelación llega a todo ese mundo que nos
rodea, aunque quizá ni nos conozcamos ni hayamos intercambiado una palabra
alguna vez. Y eso hace que lo que hacemos y lo que vivimos tenga su repercusión
en los demás, podemos ser ejemplo, podemos ser estímulo, simplemente caminamos
los unos junto a los otros, pero también podemos influir negativamente.
Alguna vez tú mismo te diste cuenta que estabas fijándote en una
persona que se cruzó en tu camino, con la que ni siquiera intercambiaste una
palabra de saludo, pero viste algo en esa persona que te llamó la atención, que
te hizo quizá pensar, o que de alguna manera te interpeló interiormente.
Cuántos de la misma manera se habrán fijado en nosotros y quizá hayamos podido
ser también interpelación para sus vidas. Decimos que no nos importa la vida de
los demás, lo que hagan o dejen de hacer, pero consciente o inconscientemente
tenemos en cuenta muchas cosas que nos pueden ayudar o que nos pueden
entorpecer nuestro camino.
Importante entonces es la rectitud con que nosotros vivamos;
importante la congruencia de nuestras acciones, que verdaderamente tengan una relación
con lo que pensamos para que haya una unidad en nuestra vida y así nos
presentemos ante los demás. Malo es que siendo capaces de decir cosas hermosas,
que pueden ser buenos principios de vida, sin embargo luego nuestra manera de
actuar o de relacionarnos con los demás vaya por otro camino. Y en esas
incongruencias podemos caer fácilmente si vivimos una vida superficial. Es una
gran tentación, es un gran peligro.
Creo que en la vida estamos para estimularnos para el bien los unos a
los otros. Qué daño pueden hacer nuestros oscuridades en los demás, porque con
esa negatividad de nuestra vida nos convertimos en mal ejemplo, nos convertirnos
en una rémora para el conjunto de la sociedad en la que vivimos.
Todos hemos de tener esa buena preocupación, por decirlo de alguna
manera, pero cuanto más aquellas personas que tienen una responsabilidad
especial, los padres para sus hijos, los maestros y profesores para sus alumnos
los dirigentes de la sociedad en
cualquiera de sus facetas para el conjunto de la sociedad. Con el ejemplo
arrastramos para bien o para mal. No basta decir yo hago lo que quiero y que
cada uno sea responsable y maduro por sí mismo en sus cosas, que a esa madurez
hay que llegar, pero tenemos que saber ser estímulo para los demás.
Me estoy haciendo esta reflexión que pudiera parecer que solo tiene
aspectos humanos de nuestras relaciones humanas, pero me la hago desde la reacción
de Jesús ante los que eran los dirigentes, o pretendían serlo, del pueblo de su
época. Venimos escuchando estos días las palabras incluso duras que tiene Jesús
contra los fariseos y los maestros de la ley. Le dolía en el alma la
incongruencia en que vivían y como tan negativamente estaban tratando de
imponerse a las gentes de su época. Les echa en cara como tratan de imponer
minuciosas normas de conducta con mucha rigidez a los que les seguían mientras,
como dice Jesús, ellos no movían ni un dedo.
¿Sucederá de alguna manera igual en nuestro tiempo? Nos sucederá a
nosotros por la incongruencia de nuestras vidas que no terminamos de vivir en
total rectitud, pero puede suceder en tantos sectores y facetas de nuestra
sociedad e incluso de nuestra comunidad eclesial. Pensemos, pues, como podemos
repercutir en la vida de los demás. Vivamos de forma congruente nuestra fe para
que podamos dar un buen testimonio cristiano y así podamos atraer a muchos
también al camino del evangelio.
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