No es la ambición o el deseo de poseer cosas lo que verdaderamente nos hará feliz sino que hemos de saber encontrar lo que desde el amor nos dará plenitud
1Corintios 7,25-31; Sal 44; Lucas 6,20-26
¿A quienes solemos tener como las personas más dichosas, más felices
en la vida? Pensemos, por ejemplo, en cuáles son nuestros sueños, como nos
gustaría vivir, qué nos gustaría tener. Con ojos envidiosos quizá miramos a los
que nos parecen ricos y felices porque todo lo tienen, porque pueden disponer
de lo que se les antoje, que pasan su vida, al menos nos parece, entre fiestas
y diversiones, como se suele decir, pasándoselo bien; nos parece que porque
pueden disponer de lo que quieran nunca van a sufrir ni llorar por carencias u
otros problemas que les puedan sobrevenir, porque con lo que tienen creen que
se lo pueden solucionar todo y ahí está la felicidad.
Pero, ¿está ahí la verdadera felicidad? ¿Es cierto que los que viven así
son totalmente felices, o acaso es un espejismo que se nos presenta como una tentación
ante nuestros ojos porque quizá no disponemos nosotros de tantas cosas? Eso
ansiamos a veces pero ¿eso será lo que verdaderamente nos va a llenar por
dentro? Porque quizá tendríamos que comenzar a pensar que la felicidad no es
una cosa externa, sino que tendrá que ser algo que nos nazca de nuestro
interior, algo que llevemos dentro, algo que dé verdadera profundidad a nuestra
vida.
Cuando escuchamos el evangelio de hoy, sobre todo en esta forma tan
cruda con que san Lucas nos habla de las bienaventuranzas que propone Jesús,
nos puede parecer una paradoja. Tajantemente dice Lucas que los pobres, los que
tienen hambre, los que lloran, o los que son perseguidos serán dichosos y
felices; por el contra los ricos y los que lo tienen todo, los que siempre
están riendo y de fiesta y se lo pasan a lo grande, o son bien considerados por
todos, esos merecen la lástima de Jesús. Una paradoja viendo lo que son
nuestros sueños e ilusiones. Pero ahí está el evangelio, la palabra de Jesús.
Nos es difícil y nos cuesta entender. Queremos suavizar la cosa o
darnos explicaciones, pero ésas son las palabras de Jesús. Y es que no es la ambición
o el deseo de poseer cosas lo que verdaderamente nos hará felices, porque si en
la vida lo que hacemos es siempre dejarnos arrastrar por las ambiciones nunca
acabaremos, nunca nos sentiremos totalmente satisfechos, nunca vamos a sentir
paz dentro de nosotros.
Pero aquel que asume su vida en su condición, aunque por supuesto no
puede dejar de luchar por algo mejor, es el que comienza a encontrar
satisfacción en su propia vida, alegría en las cosas pequeñas, y las pequeñas
cosas y los pequeños gestos que nos podamos tener los unos con los otros serán
los que nos harán felices.
El pobre será siempre desprendido y sabe poner generosidad en su vida
porque desde su propia necesidad comprende la necesidad o el sufrimiento de los
demás y siempre estará dispuesto a compartir, a hacer lo posible por ayudar a
los demás y eso será un gozo que nadie podrá quitar de su corazón.
Por eso al que llora en su sufrimiento encontrará el más feliz
consuelo cuando es capaz de ponerse a consolar a los demás. Sabrá encontrar lo
que verdaderamente saciará su vida, la llenará de sentido y le dará profundidad
porque sabrá poner amor, sabrá ser generoso en su corazón, sabrá ser
verdaderamente compasivo porque padecerá con el otro, hará suyo el sufrimiento
del otro, y por el otro estará siempre dispuesto a hacer lo que sea.
El que se siente lleno y saciado simplemente en la posesión de las
cosas no sabrá lo que es compadecerse o hacer suyo el sufrimiento de los demás
porque siempre estará pensando solo en si mismo. ¡Ay del que se endiosa así en
la vida desde su ego, desde su yo egoísta, porque un día se va a encontrar solo
y no hay peor tristeza que esa soledad del que sabe que nadie se acuerda de él!
No se agota aquí el mensaje que hoy nos deja el evangelio, pero
quedémonos al menos con esta reflexión no temiendo que algunos no nos entiendan
cuando queremos vivir el mensaje de Jesús.
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