Hagamos que cualquier función que desempeñemos esté siempre en función del bien de la persona para llenar de más humanidad la vida y el mundo
1Corintios 5,1-8; Sal 5; Lucas 6,6-11
Ya no es hora, ya se pasó del horario, así que no puedo atenderte, ven
mañana. Y por mucho que supliquemos aquel funcionario, aquella persona tras el
mostrador de la oficina, o tras la mesa de su despacho no hay quien la convenza, por mucho que le
digamos no nos va a atender. Nos habrá sucedido, o habremos escuchado hechos
semejantes. A esto, claro, podemos unir las miles de exigencias y burocracias
con que llenamos nuestras relaciones en estos ámbitos en que llegamos a dejar
de cuidar de verdad a la persona.
Respetamos, por supuesto, el trabajo de cada uno, sus horarios y su
derecho también al descanso, pero reconozcamos que muchas veces somos
inhumanos, prima más un horario, un reglamento, nuestras cosas persónale que la
necesidad quizás de una persona para que le atiendan o le resuelvan un
problema. ¿Qué es lo que priva más? ¿Qué es lo más importante? ¿El reglamento,
unas normas, unas exigencias burocráticas o la persona? ¿Un horario o el
sufrimiento de alguien? ¿El interés por servir a la persona o mis intereses
personales? Queden ahí las preguntas, porque nos puede suceder en negativo, en
que seamos quienes lo suframos, o pudiera suceder del otro lado en las
actitudes o posturas de nuestra parte.
Este hecho o situación humana que nos puede suceder de una forma o de
otra me lo trae a la memoria lo que hoy nos cuenta el evangelio. Es bueno que
nos fijemos en nuestras situaciones humanas, en las posturas que nosotros vamos
tomando en la vida porque algunas veces no estamos tan distantes de lo que
criticamos de otros, o las situaciones que nos propone el evangelio de hechos
acaecidos en el entorno de Jesús y el mundo judío en que se desarrolla el
evangelio.
Era sábado, Jesús había ido a la Sinagoga donde solía enseñar
aprovechando el encuentro de la gente y la lectura de la ley y los profetas que
allí siempre se hacia para la oración y la adoración del sábado. En esta
ocasión le están acechando los escribas y fariseos y entre la gente que había
en la sinagoga para la oración había un hombre con su mano paralizada. Ya sabían
cual era el estilo del corazón de Cristo, que donde había sufrimiento aparecía
el amor y la compasión. Por eso le acechan a ver qué hace, siendo sábado que no
se podía trabajar.
Y ahí viene la pregunta que Jesús les hace. ‘Os voy a hacer una pregunta, les dice,
¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo
morir?’ la ley sabática
en su origen para motivar a que la gente dedicara ese día para Dios, al mismo
tiempo que les sirviera de descanso evitando todo tipo de esclavitud en el
trabajo, prohibía hacer trabajo alguno en el día del Señor. Pero de ahí viene la pregunta de Jesús, ¿no se
puede curar? Porque es sábado ¿tenemos que dejar a alguien en su sufrimiento
sin que se le pueda hacer nada para remediar su dolor?
Había una cosa buena en
imponer el descanso evitando así cualquier tipo de esclavitud o dominio de
la persona, y además para dedicarlo al culto al Señor, pero ¿no se podía hacer
también algo mejor como era el curar o atender a alguien en su sufrimiento?
Pero los fariseos muy estrictos y minuciosos habían impuesto miles de normas y
reglamentos para mantener ese estricto cumplimiento de la ley que hasta les volvía
inhumanos.
Nos puede valer esta
consideración para muchas cosas de nuestra vida, para esas nuevas actitudes que
tendría que haber siempre en nuestros corazones que nos llenaran de humanidad e
hicieran más humanas nuestras relaciones y nuestro mundo. Cuidado que cosas así
nos sucedan también en el ámbito de nuestra Iglesia. Y en aquellas situaciones
que mencionábamos al principio de esta reflexión hemos de saber poner más
humanidad.
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