‘Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste el mundo’
Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
‘Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz
redimiste el mundo’ es una de las antífonas o responsorios que nos ofrece
la liturgia en este día. Hoy celebra la
Iglesia la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que normalmente en
nuestros pueblos y comunidades es una fiesta de Cristo crucificado o Cristo
abrazado triunfante a la Cruz como lo es en mi pueblo de Tacoronte.
Popularmente el día de la cruz lo celebramos en todas partes el 3 de
Mayor, por cuanto había anteriormente en la liturgia la fiesta de la Invención
de la Santa Cruz, como celebración del día en que fue encontrada por santa
Elena la Cruz de Jesús en lo que es hoy la basílica del Santo Sepulcro en
Jerusalén. Pero la solemnidad litúrgica de la Cruz la tenemos en este día del
14 de septiembre.
¿Es importante para nosotros la celebración de la santa Cruz? Para
quienes nos miren de fuera desde posturas no creyentes y no cristianas, podría
parecer un sin sentido el que celebremos un instrumento de suplicio y de
muerte. Para nosotros es un camino de vida, porque os recuerda la entrega de
Jesús que por amor se dio por nosotros hasta la muerte de Cruz. Para nosotros
es signo de vida y de victoria, porque la muerte de Jesús no fue una derrota
sino la victoria sobre la muerte y el pecado. Ahí se consumó la obra de nuestra
salvación. Por amor Jesús se entregó hasta la muerte más ignominiosa para
darnos vida.
En la cruz nosotros los cristianos vemos derrotada la muerte; en la
cruz signo de sufrimiento, que recoge todos los sufrimientos de la humanidad
encontramos el camino de la vida, porque en la cruz – no en una cruz cualquiera
sino en la cruz de Jesús – vemos nosotros brillar el amor. En la hora de la
muerte de Jesús parecía que las tinieblas rodeaban toda la tierra, pero podríamos
decir que era para que brillara la nueva luz, la luz verdadera que en Jesús íbamos
a encontrar.
Cuando nosotros miramos la cruz de Jesús estamos recogiendo en esa
mirada todas las cruces de la tierra y veremos envueltas todas esas cruces en
el amor. Cuando no hay una mirada de fe la cruz se nos convierte en un tormento
porque ahí estemos reflejando todos los que son nuestros sufrimientos. Y
enfrentarnos al dolor, sea cual sea, nos es costoso, nos es duro de asumir, se
convierte incluso nuestra vida envuelta en el dolor en un sin sentido porque
estamos creados para la vida y vivir en plenitud se convierte en el valor mas
preciado que da verdadero sentido a nuestra existencia. Por eso es tan duro el
vivir envueltos en el dolor.
También Jesús, antes de comenzar su pasión, sabiendo El a donde la iba
a conducir, gritaba al Padre ‘que pase de mi este cáliz’. Pero la mirada
de Jesús iba más allá, obediente al Padre encontraba el sentido del amor.
Normalmente resumimos las tentaciones Jesús en aquellas que sufrió allá en el
desierto antes de comenzar su vida pública. Pero una lectura atenta del
evangelio nos hará otros distintos momentos de tentación, de miedo incluso ante
lo que significaba su entrega, ante el sufrimiento. Uno de esos momentos es el
de Getsemaní. Pero allí prevaleció el triunfo del amor. Todo aquel cáliz que
era su cruz encontraría sentido en el amor. Por eso en el momento culminante se
pondrá una vez más en las manos del Padre. ‘En tus manos pongo – entrego –
mi espíritu’.
Es lo que en este día tenemos que aprender. Vamos a poner todas
nuestras cruces, todas las cruces de toda la humanidad, junto a la cruz de
Jesús, para encontrarle el sentido del amor, para hacer la ofrenda del amor.
Hoy miramos a la cruz y a Jesús crucificado en ella y podemos hacer la
mejor confesión de fe. No es solo lo que aquel centurión llegó a intuir para
proclamar que aquel que moría en la cruz era un hombre justo e inocente.
Nosotros contemplándolo en la cruz podemos decir Jesús es el Señor. ‘Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste el
mundo’.
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