Deseamos conocer a Jesús pero no con un conocimiento superficial sino de manera que transforme totalmente sentimientos, actitudes y comportamientos
Eclesiastés 1,2-11; Sal 89; Lucas 9,7-9
‘A mi me gustaría conocer a esa persona…’ pensamos en alguna
ocasión e incluso lo manifestamos cuando vemos a alguien que nos llama la
atención por sus valores, sus cualidades, la manera de actuar en su vida. Quisiéramos
conocer porque quisiéramos quizá entrar en una relación de amistad, porque
queremos aprender de esa persona, porque la admiramos y nos parece que sea un
honor para nosotros entrar en su círculo de amistad, porque nos agrada su
presencia y con ella nos sentiríamos a gusto. Claro que puede estar una simple
curiosidad, o en nuestras malicias pudiera haber segundas intenciones no
siempre quizá muy buenas.
La gente quería conocer con Jesús, le agradaba estar con Jesús,
escucharle, seguirle; por eso vemos como se arremolinan en torno a El como dice
el evangelista que en ocasiones no le dejaban tiempo ni para comer, o se
agolpaban para escucharle a la puerta de su casa y dentro de ella, que nadie
más podía acercarse a Jesús, o se apretujan tanto que todo el mundo lo toca y
le da ocasión a aquella mujer para tocar con fe la orla de su manto, o son
tantos los que acuden a escucharle que tiene que subirse en una barca para más
fácilmente hablar a la multitud; multitudes le seguían cuando escuchan el
sermón del monte, o cuando le siguen hasta el desierto olvidándose incluso de
llevar suficientes provisiones y ya se encargará Jesús de darles milagrosamente
de comer.
En ocasiones el evangelio nos hablará de alguien que va de noche a la
casa de Jesús para en la tranquilidad de noche y sin que nadie moleste poder
hablar con El, como es el caso de Nicodemo. Buscaba a Jesús porque quería
conocerlo, pero no era un conocimiento externo, por así decirlo, sino era algo
más hondo porque estaba interesado por lo que enseñaba Jesús y cómo se
manifestaba, descubriendo que algo de Dios había en El.
El evangelio nos habla hoy de un personaje que tenía ganas de conocer
a Jesús. Se trata de Herodes. ¿Por qué quería conocer a Jesús? conocemos de sus
andanzas por decirlo de alguna manera y de su estilo de vida; sabemos bien lo
que había pasado con Juan Bautista que proféticamente había denunciado su
estilo de vida y eso le había llevado por las instigaciones de Herodías a la
cárcel y finalmente a ser decapitado. Sin embargo en esos momentos nos dice
también que a Herodes le agradaba escuchar a Juan, pero había sido más fuerte
la pasión que le dominaba y al final Juan había perdido la vida.
¿Serían remordimientos por lo que había hecho? Alguna vez pensaba en
sus delirios si acaso Jesús no era Juan que había vuelto a la vida, como
también algunos comparaban a Jesús con Juan. Incluso en ocasiones a Jesús le habían
llegado rumores de que Herodes buscaba a Jesús, ante lo que Jesús se había
manifestado valiente y sin miedo, aunque algunos le decían que tuviera cuidado
con Herodes.
Herodes no sabía a qué atenerse, nos dice el evangelista, pero ahí nos
deja la constancia de esos sus deseos, que nos valgan para nuestra reflexión
personal y plantearnos seriamente si nosotros queremos conocer a Jesús. Nos
pudiera parecer baladí esto que he expresado, pero hay algo en lo que hemos de
caer en la cuenta. Somos cristianos, pero no siempre terminamos de conocer a
Jesús; somos cristianos y nuestro conocimiento de Jesús se nos puede quedar en
algo superficial que no trasciende totalmente a nuestra vida, que no se
manifiesta en nuestra vida y comportamientos.
El conocimiento que necesitamos tener de Jesús tiene que ser algo
hondo, algo que nos llegue muy dentro y motive y transforme nuestra vida. Es el
conocimiento que nos ayuda a llegar a una fe autentica y comprometida; es el
conocimiento que envuelva totalmente nuestra vida para nuestros sentimientos
sean como lo de Jesús, nuestras actitudes sean las de Jesús, el sentido de
nuestra vida se vea transformado desde Jesús.
¿Queremos también conocer a Jesús? Que no sea simple curiosidad.
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