Somos la familia de Jesús, los que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica
Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21
Sin querer minusvalorar a la que es nuestra madre real, la que nos ha
dado la vida y nos ha criado, y de la misma manera sin querer poner en un
segundo término a los que son nuestros hermanos de carne y sangre, hijos de los
mismos padres, e igualmente en referencia a cualquier otro familiar, tenemos la
experiencia por nosotros mismos o por lo que quizá hemos observado en personas
de nuestro entorno, hay personas con las que nos sentimos tan vinculados como
si fueran nuestros mismos padres, nuestra misma madre o hermanos.
Han ocupado un lugar tan importante en nuestra vida, porque han estado
a nuestro lado cuando los hemos necesitado, o porque han influido en nosotros
con el ejemplo o el testimonio de su vida, o hemos entrado en una relación tan
estrecha que, repito, son para nosotros como una de los más cercanos a
nosotros. ‘Ha sido un padre para mi’, habremos escuchado, ‘la quiero
como a mi misma madre’, quizá nosotros mismos hayamos dicho en referencia a
alguien con quien nos sentimos estrechamente vinculados. ‘Hay amigos que son
más afectos que un hermano…’ se nos dice también en los libros sapienciales
y lo habremos vivido quizás en nuestra propia vida por los lazos tan estrechos
que hemos establecido en nombre de la amistad.
Hoy Jesús nos quiere hablar de quienes formamos su nueva y verdadera
familia. Han acudido a ver a Jesús su madre y sus hermanos, nos dice el
evangelio que ya sabemos que lo de hermanos es una referencia a los familiares
cercanos porque así era en la cultura semita y judía que se vivía entonces.
Siempre en principio nos sentimos desconcertados ante la reacción de Jesús preguntándose
quienes son su madre y sus hermanos. Como decíamos antes no es una minusvaloración
de los lazos familiares, no es un rechazo a su madre ni a su familia. Es enseñarnos
como ha de abrirse nuestra mentalidad la capacidad de nuestro amor y los grados
de comunión que hemos de vivir con los demás.
Nos trasmite el evangelio las palabras de Jesús cuando le anuncian la
presencia de su familia. ‘Mi
madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen
por obra’. No se rompen
los vínculos familiares, porque Jesús no viene a eliminar el mandamiento del
Señor del amor a los padres. Es una apertura nueva de nuestro corazón y de
nuestra vida. Igual que ya se nos había hablado de los que sin nacer de la
carne ni de la sangre comenzamos por la fe y la fuerza del Espíritu a
ser los hijos de Dios, ahora se nos habla de quienes formamos la familia de Jesús.
‘A cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre les dio
poder para ser hijos de Dios. Estos son los que no nacen por vía de generación
humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios’.
Es la fe en la Palabra la que por la fuerza del Espíritu nos hace
hijos de Dios. Es la fe en esa Palabra que plantamos en nuestro corazón, no
solo escuchándola sino poniéndola por obra la que nos hace participes de esa
nueva comunión, de esos nuevos vínculos de comunión que a todos nos unen. Así
nos tendríamos que sentir, así nos sentimos unidos a Jesús y queremos vivir su
misma vida. Así porque nos hemos unidos a Jesús y viviendo su misma vida nos
sentimos unidos en el amor con nuestros hermanos.
María sigue siendo para nosotros ese ejemplo de cómo acogemos esa
Palabra de Dios; María nos está señalando con su acogida a la Palabra de Dios
como nosotros hemos de plantarla en nuestro corazón. Merecería ella la alabanza
de Jesús. Que nosotros podamos también merecerla y seamos en verdad la familia de
Jesús.
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